Por Georgina Espinosa Gaubeca

Alain Resnais fue uno de los principales exponentes del cine francés. Esta película cobra particular importancia no sólo por su originalidad y su sentido experimental, sino también porque es la última que nos dejó, ya que Resnais falleció un mes después de la presentación del filme en el Festival de Berlín, a sus 91 años. Prolífico y creador hasta sus últimos momentos de vida. “Amar, beber y cantar” (“Aimer, boire et chanter”, 2014) forma parte de la 58 Muestra Internacional de Cine.

Resnais fue contemporáneo de los cineastas que pertenecieron a la Nouvelle Vague (Nueva Ola) y, aunque es cierto que trabajó en conjunto con algunos escritores como Marguerite Duras, Alain Robbe-Grillet y Jorge Semprú, el veterano se sintió más cercano a la corriente llamada Rive Gauche. Resnais estudió en el Instituto de Altos Estudios Cinematográficos en París y se especializó en montaje. Inició como montador de otros cineastas, y después se convirtió en autor al realizar obras que se particularizaron por la ruptura de las estructuras narrativas tradicionales, las cuales denotaron también su interés por jugar con el tiempo y el espacio, y por fusionar el teatro con la cultura popular y con otros géneros.

Sus primeros trabajos se caracterizan por la exploración de temas como la guerra, la posguerra, la memoria y el olvido, como lo fue el cortometraje “Nuit et brouillard” (1955) sobre los campos nazis de concentración. Cuatro años más tarde realizó el entrañable largometraje “Hiroshima mon amour” (1959), que ganó el Premio de la Crítica Internacional en el Festival de Cannes, seguida por “L’Année derniére à Marienabad” (1961), la cual, además de la buena crítica que obtuvo, se convirtió en un filme de culto. Su trabajo, ahora valioso legado cinematográfico, comenzó con una reflexión existencial derivada de los horrores de la guerra y se transformó en la búsqueda de nuevas formas, como dan cuenta los aspectos lúdicos y coloridos de esta última cinta.

El carácter innovador y el espíritu experimental de Resnais con el que hizo del cine un espacio de libertad están presentes también en esta cinta en la que claramente se diluyen las barreras entre géneros, pues “Amar, cantar y beber” incorpora ilustración y, desde luego, teatro, pero no un teatro filmado, sino una ficción cinematográfica que se fusiona con el teatro de una forma muy particular: “Amar, cantar y beber” es una adaptación de la obra teatral “Life of Riley” del dramaturgo Alan Ayckbourn. De este modo, es un teatro dentro de un teatro, pero contenido en un formato cinematográfico, pues en la historia los personajes ensayan una obra. Se trata de un metalenguaje, aunque sujeto a la particularidad del cine: el montaje. Además, los actores siempre permanecen en los mismos espacios, que en realidad son escenarios en los que el fondo se compone de cortinas pintadas. Es decir, toda la estética de la cinta es la de una escenografía teatral que hace evidente el carácter de ficción. Los actores interpretan sus papeles con un lenguaje corporal propio del teatro, más que del cine y, al terminar sus diálogos, abandonan la escena físicamente, pues salen por las cortinas para dar paso a la próxima escena. Esta libertad narrativa hace guiños a la estructura clásica de la comedia popular pero incorpora aspectos que dejan ver el gusto del cineasta por el surrealismo. Sus habituales actores franceses (Sabine Azéma, André Dussollier, Michel Vuillermoz, Hippolyte Girardot, Sandrine Kiberlain, Caroline Silhol) interpretan a un grupo de ingleses de la ciudad de York (aunque hablando en francés), como un tributo al teatro inglés, tal como Resnais lo hizo con “Smoking/No Smoking” (1993) y “Coeurs” (2006), ambas adaptaciones de obras de Ayckbourn.

Los paisajes de fondo pintados a mano sitúan a los personajes en un no-lugar, fuera de todo tiempo y espacio real, puesto que la mayoría de los escenarios son siempre los mismos pequeños jardines que podrían estar ubicados en cualquier lugar. Es en la imaginación en donde todo acaba de suceder y de darle verosimilitud a la película. Lo mismo ocurre con la historia, la cual gira entorno a un personaje que jamás aparece en pantalla.

La narración presenta a tres parejas que hacen teatro amateur. De algún modo todos comparten un vínculo con George, el personaje que nunca aparece pero que se menciona en todos los diálogos. Sólo se sabe que, a causa de una enfermedad terminal, le quedan seis meses de vida. Las tres mujeres comparten un lazo amoroso con George y, los hombres (sus parejas), tienen una relación de amistad y ahora de celos ante la amenaza de pérdida de sus mujeres recientemente enamoradas de él. George es un fantasma que controla el curso de estas tres parejas mayores; es un mítico seductor que manipula las vidas de estos tres matrimonios en crisis, quienes siempre lo invocan a pesar de que jamás se verá a cuadro.

La película obtuvo el Premio Alfred Bauer del Festival de Berlín, y el Premio de la Federación Internacional de la Prensa Cinematográfica (FIPRESCI).