Por Hugo Lara
A raíz del reciente fallecimiento de Jaime Humberto Hermosillo, el pasado 13 de enero, rescatamos este texto de Hugo Lara sobre “Naufragio”, película fundamental de la filmografía del destacado cineasta nacido en Aguascalientes en 1942. Este texto fue publicado originalmente en la colección de DVDs de películas ganadoras de Premios Ariel, editada por la Academia Mexicana de Artes y Ciencias Cinematográficas A.C. y la distribuidora Alfhaville que dirige Alfonso López.
“Naufragio” es una de las películas más significativas de la primera época como realizador de Jaime Humberto Hermosillo, quien realizó es¬tudios en el Centro Universitario de Estudios Cinematográficos de la UNAM y es contemporáneo de otros notables directo¬res como Jorge Fons, Arturo Ripstein, Felipe Cazals y Paul Leduc.
Situada en la abigarrada Ciudad de México de 1977, el filme cuenta la historia de Amparito (Ana Ofelia Murguía), una se¬cretaria que espera con ansiedad el regreso de su único hijo, Miguel Ángel (José Alon¬so), un joven guapo y aventurero que se marchó del país como marino y no se ha sabido nada de él desde hace años. Amparito comparte sus fantasías sobre el retorno de su hijo con otra secretaria, la joven Lety (María Rojo), quien le renta un cuarto en su departamento de Tlatelolco y también le rinde culto a la imagen de Miguel Ángel. Un día, Amparito es hospitalizada, sufre una embolia y, en tanto, reaparece Miguel Ángel, quien se encuentra con Lety y viven juntos una extraña jornada.
El argumento de José de la Colina y Hermosillo está inspirado en el cuento “Mañana” de Joseph Conrad, aunque no se le otorga crédito en pantalla. Sin embargo, el director alude a él simbólicamente en la ambientación, pues aparece reiteradamente un fotomontaje (lobby card) de la película “Lord Jim” (1965), dirigida por Richard Brooks y protagonizada por Peter O’Toole, sobre otro relato de ambiente marino pre¬cisamente de Conrad.
“Naufragio” de Hermosillo toma distancia del “Mañana” de Conrad, aunque respeta su espíritu de amargura e ironía. El cuento narra la historia de un viejo capitán, Hagberd, quien ya retirado en tierra, espera con obsesión el regreso de su hijo pródigo, en el sentido bíblico del término. Cuando el hijo regresa después de muchos años, el capitán no logra reconocerlo porque resulta ser todo lo opuesto a su imagen idealizada.
Ya desde sus primeros cortometrajes, Hermosillo mostró interés por explorar temas que cuestionaban el mundo de las apariencias, la moral familiar y la sexualidad. Descolló como un director en toda forma, con dominio de técnica y estilo, el sus filmes “El cumpleaños del perro” (1974), “La pasión según Berenice” (1975) también ganadora del Ariel de Mejor Películl y Mejor Director— y “Matinée” (1976).
“Naufragio” es una obra con muchas vetas a explorar. Una de las más eviden tes es la figura de la madre y el amor materno, que revolucionó el estereotipo de cine mexicano de la Época de Oro, el de la madre abnegada y sufridora que consagraron a estrellas como Sara García en filmes como “Cuando los hijos se van” (Juar. Bustillo Oro, 1941), Blanca de Castrejón en “Todos son mis hijos” (Roberto Rodríguez, 1951) o Marga López en “Corona de lágrimas” (Alejandro G alindo, 1968). En “Naufragio” de alguna forma nos enfrentamos a este mismo ser pero con distorsiones extremas casi patológicas. Así, se establece el retrato de una madre trastornada por el fanatismo que siente por su hijo mitificado.
Según el propio Hermosillo, lo que más le atrajo de la idea original de De la Colina es que “no se da el punto culminante del melodrama convencional, o sea el encuentro entre la madre enferma y el hijo tanto tiempo ausente. Es un melodrama sin concesiones, irritante”.’
Esto se establece desde la secuencia que recorre el modesto departamento de Amparito, quien conserva la habitación intacta de Miguel Ángel como un mausoleo. La sobria cámara del fotógrafo Rosalío “Chango” Solano y el delicado trabajo de diseño artístico de Lucero Isaac, muestran los objetos del hijo como reliquias de un mesías que algún día regresará: un póster de Lufthansa, mapas, fotografías de viajes, un dibujo infantil de un barco carguero con un enorme corazón flechado sobre él, un globo terráqueo y conchas marinas —con toda su carga simbólica— que la madre limpia con esmero.
El amor madre-hijo es uno de los asuntos favoritos del cine de Hermosillo, que visita en otras cintas como “La pasión según Berenice” o “Doña Herlinda y su hijo”. Incluso, el director se permite el gusto de incluir en el reparto a su propia progenitora —Guadalupe Delgado— que hace una breve aparición en “Naufragio”, como una de las secretarias que abrazan a Miguel Ángel en la oficina. La propia señora Delgado es actriz de otras películas de su hijo, desde su primer cortometraje “Homesick” (1965) hasta “El corazón de la noche” (1983).
Mauricio Peña, en una reseña de la época publicada en El Heraldo (5 de noviembre de 1978), señala que “en una forma más modesta, siguiendo una línea dramática ya establecida en sus anteriores filmes, Hermosillo nos presenta a una madre humilde que vive en Tlatelolco y trabaja en una secretaría gubernamental, pero la grandeza y belleza que alcanza esta mujer no es menor que aquellas de aliento épico creadas por Brecht en “Madre Coraje” o por Máximo Gorki en su monumental novela “La madre”.
Asimismo, la relación filial permite adentrarse en la atmósfera del mundo femenino según la idiosincrasia mexicana de la clase media baja urbana, que se enriquece con la presencia del personaje de María Rojo. En su rutina monótona en la oficina aparecen coloridos pormenores: el chismorreo entre secretarias y empleados y sus escarceos amorosos; el hostigamiento sexual de los jefes (con una presencia de Gilberto Gil como la amenazante autoridad que encarna en el funcionario Sánchez Pimentel); las pequeñas acciones como remendar la valenciana de la falda con una engrapadora; los momentos de ocio donde Lety se permite reproducir en un dibujo mecanográfico el barco carguero y el corazón flechado, como la ilusión de un amor platónico, inasible. Y todo ello, a pesar de su insignificancia, resulta un tributo a la sensibilidad femenina.
“El acto más repetido y al parecer anodino de todos los días, tomar el metro y viajar entre la multitud, ‘engraparse’ con naturalidad el dobladillo descosido de una falda, cocinar los spaghettis a la vuelta del trabajo, cobran la fuerza del misterio y la poesía más descarnada; es la realidad sin aditamentos reflejada en la pantalla. Cuando aparece finalmente Miguel Ángel, su fugaz presencia casi destructora navega entre lo real y lo imaginario”, escribió Ana María Amado (Uno Más Uno, 6 de marzo de 1978).
Bajo esta luz, con un ritmo semi pausa¬do, la narración se detiene en conversaciones triviales de extraños que Lety escucha furtivamente en el metro, el edificio burocrático o en la calle (en una de éstas aparece la simpática actriz Margarita Isabel). Es un recurso de la dirección para obtener el tono adecuado, pequeños eslabones que le dan sentido a la cosmovisión de esta modesta secretaria, en el entorno de una sociedad aspiracional, mediocre y oportunista. También pueden ser apuntes sobre el país decadente gobernado por el viejo PRI, sobre el eslogan político vigente a la sazón —”La solución somos todos”— y sobre las promesas incumplidas.
En ese contexto, estas dos mujeres —Amparito y Lety— se vuelven enternecedoras en su condición de antiheroínas. Todo el esquema obra en contra de ellas, las sumerge y las maniata, y sin embargo se aferran a la esperanza porque deciden creer en Miguel Ángel, en la utopía del amor, en el pacto secreto que tienen entre ellas de compartir a “su hombre”. Ambas, se convierte en dos Penélopes que tejen y destejen, en tanto esperan pacientes el regreso de su Odiseo.
De esta manera, Hermosillo hace seguir con su cámara a Amparito por el aeropuerto, repartiendo fotos y solicitando a las azafatas que lo busquen en Venecia, como un acto desesperado, mientras Lety pone uno de sus retratos en el escritorio de su trabajo, para tenerlo presente y poder reconocerlo cuando aparezca.
Al respecto, Eduardo de la Vega observó que “apoyado en el trabajo excepcional de los tres actores principales, Hermosillo, en plena madurez creativa, logró plasmar de nuevo con gran rigor un asunto de muy difícil traslado a la pantalla: la eterna confrontación entre la realidad y el deseo”.2
En efecto, la paradoja de la realidad y la ilusión se manifiesta en cuanto aparece Miguel Ángel, que en principio parece corresponder a esa utopía. No obstante, esta noción se desvanece porque el director con inteligencia lo presenta sin un brazo, lisiado presumiblemente por la guerra de Vietnam. Y a él lo acompañan sus compañeros navegantes, brutos hombres del mar de diferentes nacionalidades, juerguistas y rijosos. En este sentido, el director y el guión no se reprimen en señalar su menosprecio por el mundo masculino, patético y salvaje, o en el mejor de los casos ausente, como lo es la figura del padre, otro marino que apenas se muestra en una fotografía.
La imagen final del mar feroz —no importa el destino, sino el camino, diría Cavafis— redondea todo este intríngulis de emociones. Las olas rompen con furia y su sonido se enlaza con la dramática y excelente partitura de Joaquín Gutiérrez Heras. Mar embravecido que se impone a la perfecta geometría urbana de Tlatelolco —y de-la-familia— y que entra violento por la ventana, arrasándolo todo, en una de las secuencias más memorables del cine mexicano.
Notas
1 Pérez Turrent, Tomás y Alejandro Pela-yo. Revista Cine (No. 6, VII 78), consigna¬das por Eduardo de la Vega Alfaro en la Historia de la Producción Cinematográ¬fica Mexicana 1977-1978. Universidad de Guadalajara, Imcine, 2005
2 De la Vega Alfaro, Eduardo. Historia de la producción cinematográfica mexicana 1977-1978. P. 68