Por Hugo Lara Chávez
Ciertamente lo que más llama la atención de “Boyhood. Momentos de una vida” (Boyhood), —una de las fuertes competidoras de los próximos Oscar, presumiblemente— es la proeza que entrañó su realización: la filmación a lo largo de 12 años de una trama de ficción con un niño protagonista al que vemos crecer y cambiar desde los seis hasta los 18 años. “Boyhood”, la más reciente película del texano Richard Linklater (1960), es una historia que narra la experiencia de crecer, desde el punto de vista de este niño (Ellar Coltrane) que se convierte en joven, pero también desde el ángulo de su hermana y de los padres de ambos, que se enfrentan a la paternidad tempranamente, luego al divorcio y a otros conflictos sentimentales.
Para componer este rompecabezas, en cada uno de esos 12 años (de 2002 a 2013) el director reunía para filmar a su reparto durante varios días. Coltrane fue acompañado por dos actores renombrados, Patricia Arquette y Ethan Hawk en el papel de sus padres; así como por Lorelei Linklater —hija del director— quien interpretó a su hermana. Sin duda, debió ser fundamental el compromiso inicial de todo el grupo para emprender un proyecto así, con los riesgos que supone un plazo tan largo donde en el camino pudieron suceder muchas cosas que lo truncaran.
Linkleter es un director apreciado por su trilogía “Antes de amanecer” (Before Sunrise, 1995), “Antes del atardecer” (Before Sunset, 2004), y “Antes del anochecer” (Before Midnight, 2013) —las tres protagonizadas por Ethan Hawk, quien también aparece en “Boyhood” en el papel del joven padre del protagonista— además de otras cintas que tuvieron una buena acogida por parte del público, como School of Rock (2003) o “Bad News Bears” (2005).
“Boyhood” narra algunos episodios significativos de la vida de Mason Jr., desde los seis hasta los 18 años, quien vive con su hermana mayor Samantha y su joven madre Olivia. En términos de estructura, resulta un tren de viñetas que se acoplan una tras otra. Olivia es una joven madre divorciada que antepone la crianza de sus dos pequeños hijos a su nueva relación de pareja . Tras una nueva ruptura sentimental, decide mudarse a Huston, para continuar trabajando y estudiando. Los chicos son visitados en Huston por su relajado padre, Mason, un aspirante a músico que vive en Alaska, quien los lleva a jugar bolos y les promete pasar más tiempo con ellos. En otro momento, Olivia se involucra sentimentalmente con un profesor universitario, Bill Welbrock (Marco Perella), con quien se casa. Ella y sus dos hijos se mudan a casa de Welbrock y sus dos niños, producto de su anterior matrimonio. Después de unos años, tanto Olivia como Mason Jr. y Samantha son víctimas del creciente alcoholismo de Welbrock. Olivia se lleva a sus hijos e inician una nueva vida en Austin. Posteriormente, Olivia comienza una nueva relación con el guardia de una prisión y, nuevamente, se precipita una confrontación entre éste y los niños. Todo ello transcurre con las intermitentes apariciones de su padre, quien se casa con otra mujer y comienza una vida más estable.
Aunque nos encontramos ante un filme que en términos narrativos no es muy complejo ni audaz, la historia resulta entrañable gracias a la firme idea de Linkleter, quien sabe explotar su mejor capital: un niño que está creciendo de verdad, que se enfrenta a la realidad de los adultos y del mundo (aludido con la guerra de Irak, los millonarios éxitos de Harry Potter o de Britney Spears, entre otras menciones). Este factor es el que conmueve especialmente, porque precipita una serie de reflexiones sobre el desafío de crecer.
Hay que hacer notar que Linkleter decidió seguir el camino largo de narrar el crecimiento de un chico para observar la transformación física de una manera más exacta y orgánica, descartando la otra posibilidad, que consistiría en filmar dentro de los plazos convencionales (alrededor de dos meses) pero integrar a distintos actores parecidos con edades variadas, que pudieran dar la impresión de que se trata del mismo sujeto en crecimiento. Esta variación, a final de cuentas, se convierte en el corazón de la película, toda vez que impresiona la captura de esa auténtica transformación física y anímica que envuelve al protagonista. Cabría preguntar si, filmando convencionalmente, el director hubiera logrado el mismo efecto.
Otra rica veta es la que aporta el personaje de Arquette, una mujer que aspira a superarse y que se enfrenta casi sola a su maternidad, a la hostilidad del machismo y al reiterado fracaso del amor. El guionista-cineasta logra en “Boyhood” un filme sobresaliente, donde hay que poner una nota alta a la actuación de Coltrane y de Arquette, no en balde ganadora por este papel de algunos importantes reconocimientos en la presente temporada de premios en Estados Unidos.
“Boyhood” logra capturar la atmósfera del american way of life según la clase media estadounidense, con toda su idioscincrasia aspiracional. Contribuyen a crear esas atmósferas el eficiente trabajo en los departamentos de la fotografía, la ambientación y la música, donde se incluyen temas de Coldplay, Cat Power, Bob Dylan, Wilco, Cobra Starship e incluso Paul McCartney & Wings.