Por Hugo Lara Chávez

Quentin Tarantino (Tennessee, EUA, 1963)  es lo que es porque todas sus películas se
parecen: tripas que vuelan por los aires; personajes exóticos y cínicos; tramas
rocambolescas con giros de tuerca sorprendentes; música espléndida que prende,
diálogos ágiles y astutos, humor negro hasta la saciedad, guiños cinéfilos por
doquier… en ese sentido, “Bastardos sin gloria” (EUA-Alemania, 2009), su más reciente
filme, no defraudará a las legiones de admiradores que lo siguen como a un
rockstar siempre imaginativo, lleno de trucos y de chistes.

No obstante, hay algunos aspectos que hacen diferente
esta película. Tal vez lo más evidente es que se trata de un filme de época.
Tarantino nos ha acostumbrado a asomarse al universo contemporáneo,
especialmente el del mundo de los bajos fondos. Así ocurre en sus filmes más
emblemáticos, como “Perros de reserva” (1992), “Pulp
Fiction” (1994) o el díptico de “Kill Bill” (2003-2004). Ahora,
en cambio, ha situado su historia en la Segunda Guerra Mundial, durante la
ocupación nazi en Francia. Ha sido fuente de su inspiración una película
italiana de bajo presupuesto titulada “Quel maledetto treno blindato”
(1978), dirigida por Enzo G. Castellari, que en Estados Unidos llegó a
conocerse con el mismo título, “The Inglorious Bastards”, sobre las
hazañas de unos desertores de la Segunda Guerra Mundial que no tienen más
remedio que cumplir una misión heróica. Es un filme que hace eco (como también
lo hace este filme de Tarantino) de algunos clásicos del cine bélico,
especialmente “Doce del Patíbulo”  (Robert Aldrich, 1967) o
incluso “El puente sobre el Río Kwai” (David Lean, 1957).

“Bastardos sin gloria” está integrado por dos
narraciones que se entreveran y que convergen hacia el desenlace. Tarantino
maneja en cada una de ella estilos diferentes pero que logran acoplarse como
siameses. Por un lado, se trata de la historia de Shosanna Dreyfus (Mélanie
Laurent) una adolescente judía que logra escapar de la masacre que cuesta la
vida a su familia, a manos del cruel coronel Hans Landa (Christoph Waltz). Ya
joven, Shosanna rehace su vida con otra identidad en París, donde se convierte
en propietaria de una sala de cine. El destino la pone en el camino de Fredrick
Zoller (Daniel Brühl), un joven oficial nazi que la pretende, y quien resulta
ser un héroe cuyas hazañas le han permitido convertirse en el actor
protagonista de un nuevo filme de la propaganda alemana que dirige Joseph
Goebbels. Zoeller logra convencer al alto mando para que el estreno se lleve a
cabo en el modesto cine de Shosanna, al que acudirá incluso el mismo Hitler.
Shosanna ve en ello la oportunidad de cobrar venganza. En esta trama se
encuentra el pulso de un cineasta fino, que puede evocar la poética del cine, y
que se divierte con alusiones a las obras de cineastas como G.W. Past o Leni
Riefenstahl.

La otra trama sigue a un grupo de soldados
judíos-estadounidenses, los Bastardos, liderados por el teniente Aldo Raine
(Brad Pitt) que tienen la oscura misión de sembrar el terror entre las filas
nazis. Es un grupo heterogéneo de seres sangunarios, que corta las cabelleras
de sus enemigos como trofeos de guerra. En una misión secreta, los Bastardos
tienen que encontrarse con un agente inglés y una célebre actriz alemana que
funge como espía, para poder introducirse a la premier y cometer un atentado
contra el alto mando nazi. En esta linea argumental se halla el Tarantino
explosivo, el que se regodea con los chorros de sangre, el del aficionado al
cine-gore y a las películas de serie b, que provoca la risa con el dolor y el
absurdo.

Este es el planteamiento general de “Bastardos sin gloria”.
Como sucede en las anteriores películas de Tarantino, es un filme construido
con base en episodios, que tienen unidad narrativa independiente, pero que se
configuran como un conjunto sólido cuando termina la proyección. Cada uno de
estos episodios está repleto de las filias cinematográficas del cineasta, a
veces sobriamente, a veces descaradamente. 

Pero sin duda hay momentos excepcionales. El primer
episodio es un homenaje al spaghetti-western. La bucólica cabaña en la colina donde
un granjero y sus tres hijas ven interrumpida su cotidianidad con la llegada de
Hans Landa remite inevitablemente al cine de Sergio Leone de “El Bueno, el
malo y el feo” (1966) o “Érase una vez en el oeste” (1968).
Tarantino construye con precisión una tensión ascendente hasta la asfixia con
base en los detalles, la música, los diálogos perversos de Landa, en la casi
imperturbable actitud del granjero y en el ambiente apacible de la cabaña que
culmina en un estallido de violencia. Es una secuencia que quedará para la
posteridad. Tal vez su equivalente, en lo que respecta a los episodios
dedicados a los Bastardos, es la secuencia de la taberna, donde se encuentran
con un grupo de nazis en plena borrachera. 

Un aspecto muy relevante de Bastardos sin gloria es la
definición de cada personaje. Podría verse en Landa al mayor protagonista, un
villano de finos modales (muy destacado gracias a la actuación de Christoph
Waltz), elegante y repulsivo a la vez. También está Brad Pitt, el héroe de la
historia que caracteriza a un oficial de Tennesse con su acento sureño que se
le atora en la lengua. Y, por último, la hermosa Mélanie Laurent que encarna a
la heroína Shosanna/Emmanuelle, un personaje fundamental, lleno de claroscuros,
como suelen ser las mujeres en el cine de Tarantino. No deben olvidarse otros
personajes, como el brutal soldado apodado el Oso Judío (Eli Roth) que rompe
cráneos con un bat de béisbol; o el sanguinario Hugo Stiglitz (Til Schweiger)
cuyo nombre rinde un simpático homenaje al actor mexicano homónimo,
protagonista de decenas de películas malhechotas. Y junto a los personajes de
ficción se sitúan los seres históricos como Goebbels (Sylvester Groth), o a los
mismísimos Churchill (Rod Taylor) y Hitler (Martin Wuttke).

Con estos ingredientes, Tarantino juega con la ficción
que mana de su desbordada imaginación y alumbra un relato que no le teme a la
impostura ni a crear un desenlace que jamás sucedió en realidad, pero no por
ello emotivo, disparatado y apoteósico. 

Parece cierto que Tarantino es lo que es porque todas sus
películas se parecen, pero es aún más grande porque todas ellas son diferentes,
pero siempre delirantes, entretenidas y disfrutables. Tarantino sabe lo que es
el cine, su lenguaje, su dimensión catártica… y se aprovecha de ello al máximo, con cinismo… como un bastardo.

Dónde la puedes ver:

Cinemas Lumiere Reforma

Rio Guadalquivir No. 104, Col. Cuauhtémoc
México D.F.
(A una cuadra del Ángel de la Independencia)
Teléfono(s): 55 14 00 00  

http://www.cinemaslumiere.com 

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Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.