Por Hugo Lara Chávez

Desde su largometraje anterior, Tony Manero (2007), el chileno Pablo Larraín se había destapado como un cineasta al que había que seguir de cerca, lo que refrenda ampliamente en su más reciente producción, Post mortem (2010). En Tony Manero, Larraín se aproximó con inteligencia a la dictadura de Pinochet en los años setentas, a través de un curioso personaje, el que le da nombre a la película, un imitador de John Travolta. Ahora, en Post mortem, el cineasta sitúa su trama en el entorno del golpe militar en Chile de 1973, que terminó con la muerte del presidente Salvador Allende y el ascenso de los militares al poder.

Este tema ha dado origen a varias películas chilenas relevantes, como Llueve sobre Santiago de Helvio Soto, Amensia (Gonzalo Justiniano, 1995) o Machuca (Andrés Wood, 2004).

En Post mortem, el cineasta ha elegido para su narración a simples ciudadanos anónimos como protagonista, quienes se ven rebasados por los sucesos históricos de su momento que inexorablemente los alcanzan y los determinan. Mario Cornejo (Alfredo Castro) es un funcionario de la morgue. Su deber consiste en llenar las actas de las necropsias, según lo que le dicta el médico forense. Su vida solitaria y triste se ilumina cuando conoce a su vecina, Nancy Puelma (Antonia Zegers), una bailarina que ha visto pasar ya sus mejores años aunque conserva belleza y un halo de locura que la vuelve fascinante. Mario se enamora de Nancy –a quien pretende con obsesión, inalcanzablemente– mientras tienen de escenario, como voces lejanas, las intensas pugnas alrededor del golpe militar de 1973.

Post mortem es un filme lleno de sutilezas, gracias a la habilidad de Larrain de construir personajes fuertes y ambientes cargados de densidad dramática. El cineasta se sirve de un personaje aparentemente desangelado —el que interpreta estupendamente Castro— para diseccionar el horror de lo que fue el inicio de la dictadura militar en Chile, como una especie de autopsia a un episodio amargo para la sociedad chilena. Vista a través de la lente de un ciudadano sin compromiso político, el filme también cuestiona con dureza la desidia de una sociedad que pasó de largo frente a la represión y violencia, que sepultó tras de sí a varios de sus compatriotas.

Post mortem —una coproducción entre Chile, Alemania y México— tiene la virtud de ser un filme que sabe aprovechar el ritmo semilento así como la riqueza de las metáforas y de las imágenes poderosas, a veces trágicamente poéticas, como una escena romántica en medio de una gran manifestación o el bombardeo áreo que sucede mientras el protagonista se encuentra en la ducha o las sobrecogedoras imágenes de los cadáveres en la morgue. 

Es difícil que pase inadvertido este gran filme, que ha tenido una buena recepción en festivales como Venecia y Guadalajara (FICG).

Post mortem

Dirección | Director: Pablo Larraín. Guión | Screenplay: Pablo Larraín, Mateo Iribarren. Fotografía | Cinematography: Sergio Armstrong.  Sonido | Sound: Miguel Hormazábal. Dirección de arte | Art direction: Polin Garbisu. Edición | Editor: Andrea Chignoli. Producción | Produced by Juan de Dios Larraín. Intérpretes | Cast: Alfredo Castro, Antonia Zegers, Jaime Vadell, Amparo Noguera, Marcelo Alonso, Marcial Tagle

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Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.