Por Sergio Huidobro
Desde San Cristóbal de las Casas
Es sano empezar declarando que el cine de Jaime Rosales me gusta la mayoría de las veces y que cada tanto, cuando ceno pesado, tengo sueños marca Fellini que, de alguna manera, me parecen filmados por él. Es un tipo que busca y casi siempre encuentra, que no se está quieto, hace y deshace, y una que otra vez atina en el centro de la diana. En el panorama del cine en español su figura me parece tan peculiar y solitaria que, gustándome como me gusta, me parecen más sensatas las razones de quienes lo detestan que las de sus seguidores.
Frente a “Hermosa juventud” me siento más desprevenido, pero no por las mismas razones. La distancia clínica y casi teatral que se me mete a la garganta en “La soledad” (2007) o me intriga en su correspondencia visual con Wang Bing, aquí se me convierte en unos personajes tan cercanos, tan humanos, que al primer contacto me echan hacia atrás: les huelo la piel y me alcanza su abulia, sus chistes, sus dudas.
Después acepto el juego, a los pocos minutos. Rosales está llevando su lenguaje hacia otro sitio que aunque sea desconocido para su cine, es el pan diario para España. Pero ¿es “Hermosa juventud” un relato simple de la crisis financiera, de sus desahucios emocionales y sus dramas a puerta cerrada? ¿Es la mejor película que los hermanos Dardenne no hicieron en España? No, no es. Si lo fuera, sería un dramón de lágrima ardiente dirigido por Icíar Bollaín, y la verdad es que en “Hermosa juventud” se siente todo, pero no se llora.
Este cuento de marginalidad, vidas simples y aprendizaje a tropezones se estrenó en Cannes, el año anterior, como parte de Un Certain Regard. Con peor suerte que sus pobres protagonistas, la cinta ha terminado excluida casi por completo de los Goya. Fue desbancada por los dos nervudos thrillers que acapararon las nominaciones –“El niño” y “La isla mínima”– testimonio (quizá) de una España enamorada de su cine de primer mundo en donde no cabe un relato de embarazos adolescentes, porno y desempleo.
La película integra ahora la selección oficial del FIC de San Cristóbal de las Casas. Sin que nadie lo planeara, parece encontrar aquí un nuevo marco que la revaloriza y le redibujar los alcances: la gente aquí, tan distante en tantas formas a los personajes de la cinta, sabe de lo que le hablan cuando le cuentan algo así.
Hasta ahora no hemos dicho nada sobre el argumento de “Hermosa juventud”, un modelo de guión que se permite pocas digresiones formales, pero que entrega a cambio una solidez y una seguridad que se sale de la pantalla. Pero es mejor así, sin contar nada. Lo otro me huele a traición. Y a una película con semejante fidelidad a lo humano, hay que pagarle con la misma moneda.