*Entre las favoritas de crítica y público: El Premio, Burros, Asalto al cine y Abolición de la propiedad


*La vuelta al pasado y la proyección al conflicto presente, temas en la
competencia mexicana del 26 Festival Internacional de Cine en
Guadalajara (FICG26)

Por Ulises Pérez Mancilla.
Talent Campus. Guadalajara.

El debut en la dirección de dos guionistas con renombre en el cine mexicano (El premio, Al acecho del leopardo), el primer director que adapta un texto de José Agustín (Abolición de la propiedad), dos películas del CCC herederas del hito que marcó en el colegio la profesionalización de las tesis gracias a Familia Tortuga (Reacciones adversas y Entre la noche y el día), las óperas primas de dos directores cuequeros de amplio oficio (Burros, Flor de fango), el inesperado regreso de un director que se le hacía ya en el pasado (Travesía del desierto), la expiación de una de las directoras más preciadas en el país (Luna de lluvia), la veta fílmica de carácter comercial consecuencia de la ley de fomento a la producción 226 (El efecto tequila, Aquí entre nos, Los inadaptados) y la contrapuesta visión del mundo de dos directoras cuyo único punto en común es su paso por el CCC (Asalto al cine, Años después).

Catorce
películas nacionales que conforman la selección de largometrajes
mexicanos de ficción en competencia, donde ha prevalecido un rango
desigual de realización pero que más allá de juzgar a partir del gusto
personal sobre qué tanto le sobra en edición a una, o de cómo habría de
reescribir el guión la otra, o de cuál hubiera sido el casting ideal de
aquella, o de cuán añejas están sus obsesiones autorales; al valorarlas
en conjunto, arrojan interesantes coincidencias temáticas en torno a
una necesaria reflexión o búsqueda hacia el pasado para proyectar y
diseccionar los desencantos del presente, ya sea a nivel intimo o
social (y que se extiende incluso a nivel iberoamericano). Eso en
cuanto al contenido, pero sobre la forma, es evidente también el
regreso a la construcción formal del conflicto como eje narrativo,
haciendo un sano equilibrio con la tendencia vanguardista de los
relatos mínimos, naturalistas-contemplativos, basados en la
docu-ficción y la improvisación.

Así pues la competencia mexicana por el Mayahuel de este año:

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Abolición de la propiedad.

Abolición de la propiedad
Con su tercer largometraje, Jesús
Magaña se muestra como un director-autor en crecimiento. Por primera
vez, lo que eran apuntes inquietos en su filmografía, aterrizan de
manera concreta sobre la adaptación de un texto de José Agustín. Los
vaivenes temporales, las relaciones de pareja e incluso su formal
adherencia al video se conjuntan por primera vez de manera sólida,
pulida. Rodeado de un equipo de trabajo destacado, a quien Magaña
agradeció en una de las conferencias de prensa más nutridas, destaca la
creación conceptual de la película que a pesar de la limitación
espacial que ameritaba encerrarse en un espacio onírico-teatral, nunca
desmerece en narrativa cinematográfica, ni parece que necesite salir a
respirar al exterior, o que le falten ángulos para mover la cámara. No
está innovando, pero sí se erige como una refrescante propuesta visual,
con mucho mérito en la fotografía y la edición.

A través de una
analogía intensa sobre la transformación de una sociedad ingenua que
despierta a golpes para devenir en una sociedad violenta y neurótica,
la historia tiene su origen en los conflictos estudiantiles del 68 y
aquí son puestos al día en la pareja de Everio y Norma, representados
por Ayslinn Derbez y Humberto Bustos, afines a la estética del filme
pero a ratos demasiado lírico-correteados a la hora de degustar sus
diálogos e hilar acciones.

Años después
Bajo la envoltura de película amable y sello “para toda la familia”, Laura Gardós, directora egresada del CCC, también a cargo del guión, presenta la historia de un joven mexicano que recibe la noticia de que tiene un abuelo con pasado franquista en Galicia y del cuál le han ocultado que vive. Una historia que permite la coproducción España-México y que rescata la presencia de Angélica María, una actriz-cantante emblemática de las comedias del Rock and Roll, que ocasionalmente vuelve al cine, dado su enorme carisma y aprecio por el público.

A excepción de la llamada “novia de México”, destaca un elenco de rostros frescos que embonan de manera accesible dentro de una historia sin demasiadas pretensiones. Amén de correr los peligros de bordar sobre la superficie de un conflicto que en manos de, por decir algo Pablo Larrain, se tornaría un bosquejo ácido, la directora opta por un estilo conciliador y deja un registro puntual de su obra para que se vea como eso: un honesto, loable y básico relato sobre la búsqueda de identidad en el pasado, con final feliz de por medio.  

Aquí entre nos
Anteriormente conocida como Bajo el mismo techo, se trata de una comedia de manufactura impecable con todo el potencial para convertirse en el nuevo inesperado hit comercial al estilo de El estudiante y No eres tú, soy yo. Bajo la batuta de la directora Patricia Martínez de Velasco, el cine mexicano llega a un punto de refinación en la creación de comedias al estilo Hollywood con sesgos de identidad mexicana altamente arraigados a la moral conservadora, donde nada está por encima del amor y que mejor si es dentro del matrimonio.

Se trata de una comedia de enredos a partir de que un hombre y una mujer que llevan años y años de matrimonio y aburrida vida cotidiana, han sido infieles el uno para el otro. A su favor, tiene un humor medido que se vale más de una construcción de acciones que de un despliegue de chistes deshilvanados, además de la pareja protagónica: Jesús Ochoa, que se gana el beneficio de la duda de que puede interpretar mejores papeles que a sí mismo y Carmen Beato, sorprendente con su deliciosa vena cómica, que si no hay muchos prejuicios de por medio, debería valerle el premio a la mejor actriz. Por lo demás, una película entregada al entretenimiento.

Asalto al cine
Un filme poderosamente emocional en un sentido desolador, en la medida en que la directora, deliberada y cruel, forja un destino jodido y sin motivaciones para sus personajes, encaminados a vivir un vacío que pocas veces es acertadamente transmitido en el cine. Más allá de una valiosa puesta en escena (una afortunada colaboración de Iria Gómez con su fotógrafo Alberto Anaya “Mandaro”), muestra sus puntos flacos cuando se detiene deliberadamente en el registro de estampas documentales y en la enfatización de los planos largos como sensación del abrumador peso que es ignorar la procedencia de ese malestar-indiferencia por la vida.

Afortunadamente, el peso del desencanto generacional de Asalto al cine radica en el guión. Un grupo de jóvenes unidos por la Unidad Habitacional donde viven, encuentran en la ocurrencia de asaltar un cine por el gusto de asaltarlo, una razón de mantenerlos en frenesí, sólo para darse cuenta que, como las drogas, todo es un paliativo. Gabino Rodríguez, que ya ganó el premio de mejor actor en Cartagena, llega al mejor punto de su carrera, sobresaliendo dentro de un melodrama personal que sin necesidad de gritarlo a los cuatro vientos, resulta desgarrador.

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Burros

Burros
Una película a la que le sobra corazón. Posee una magia que ha sabido conquistar a la gente que se entrega sin miramientos al conflicto de un niño que en la agreste región de México conocida como la Tierra Caliente, debe emprender un camino de regreso a casa a la vez que da un paso hacia su madurez, matizada aquí a través de la idea fuertemente arraigada de que “no hay lugar como el hogar”. Lautarito, como Dorothy en El Mago de Oz, ve en su imaginación avanzada y en su encuentro con personajes que el camino le va poniendo, el reforzamiento del deseo por reencontrarse con su familia aunque llegar, signifique presentarse con un cocimiento de causa más cercano al de un adulto.

Odin Salazar, se concentra en desarrollar un relato personal (basado en sus orígenes geográficos-familiares) a través del crecimiento de un niño cuyo conflicto jamás pierde interés a pesar de reiterados volantazos en la historia de los que a veces se espera una concreción que se abandona por dar creación a uno nuevo. Posee una fotografía impecable de Alejandro Cantú, hartamente aplaudida que logra darle sentido a la inmensidad de los paisajes, trascendiendo la estampa bella al registro narrativo orgánico.

Salazar le da la vuelta al lugar común de llevar a un no actor a interpretarse a sí mismo y a través de Abimael Orozco, el niño protagonista que nunca antes había pisado un set y aun estando en el festival le valió un poco la magia del cine en el sentido de que su existencia transcurre como la de cualquier otro niño, logra una ópera prima de muy gratos momentos que pegan directo en los recuerdos de la gente.  

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El premio


El premio

Paula Marcovitch entrega una primera autoría entrañable. Una anécdota biográfica de la época de la dictadura militar Argentina, en la que Ceci, una niña de siete años, debe mentir sobre sus padres en la escuela para poder disfrutar de su educación y mantener a salvo a su madre, que enfrenta la incierta espera de que su marido se encuentre vivo y regrese con ellas. Todo esto, sin que la niña tenga una conciencia precisa de ello, tanto, que se dedica a vivir su infancia en pleno, aunque hacerlo la llevará a vivir el primer conflicto de su vida. El rompimiento de su halo de inocencia ante la imposibilidad de no entender que no siempre se puede hacer lo que uno desea en la vida, incluso porque los placeres personales, a veces, nos ponen en contradicción con nosotros mismos.

El premio se desarrolla en tres actos: el primero, en el que se establece el enorme carisma de Ceci, su sensibilidad hacia la vida y sus momentos cotidianos ignorando la tragedia nacional y la vida triste de la madre, que es justamente donde la gente ha detectado fallas de edición por un regodeo estético que parece más rienda suelta del fotógrafo que discurso de Paula, pero que sienta un precedente importante: esta no es otra típica película contemplativa.

El segundo, en el que la autora suelta los dados sobre la mesa y apuesta a todo por la premisa que da nombre a la historia: Ceci quiere algo que puede, pero no debe tener; y su mundo comienza a cambiar para cerrar con un segmento apoteósico pero lleno de tristeza en el que la madre le hereda dolorosa las huellas de la tragedia social que deviene en neurosis infantil para lo cual la niña, que tarda en comprender a la madre, le explica que lo que ella quiere son aplausos de reconocimiento, que al final se convierten en abrazos.

Marcovitch hace valer por qué es una de las tres guionista de cine más prolíficas en México y con más constancia y desprendimiento para ceder sus historias a otros sin comprometer su autoría. Luego de su presencia en la Selección Oficial de la Berlinale y de haber obtenido dos Osos de Plata a la mejor contribución artística, es la gran favorita para ganar el Festival.

Entre la noche y el día

La tesis del CCC’ero Bernardo Arellano comparte con Asalto al cine el hecho de haber ganado Cine en construcción en San Sebastián y algo más. Se trata de una afortunada fusión entre la tendencia contemplativa y la narrativa tradicional, pero más allá de las formas, es a todas luces una película humanista; que como dicta su título, está doblada en dos tiempos. Francisco, un hombre en edad avanzada con autismo vive a expensas de sus hermanos, para quienes es una carga, pero encuentra en la naturaleza, ya sea a través del contacto con un animal o un árbol, la bondad que sus seres queridos son incapaces de brindarle.

La premisa es simple pero por primera vez en mucho tiempo, se trata de un tipo de cine que concibe la obra como un solo discurso y no como partes aisladas, visualmente poderosas, pero desvinculadas de la historia. Francisco, interpretado por Francisco Cruz en la ya tradición de llevar por protagonista a un personaje no actor más poderoso que los que puede crear la ficción, es concentrado en una supuesta realidad incómoda sobre cómo sería vivir una vida infeliz, conviviendo con actores como Joaquín Cosío, Carmen Beato, Arcelia Ramírez y Gabino Rodríguez, para luego soltarlo en un ambiente alentador, positivo, más apegado a él, que concilian una metáfora sobre el bienestar que cada uno se construye y una crítica hacia la indiferencia humana, tema que embona perfecto con lo que la sociedad hace a los jóvenes de Asalto al cine, o la niña de El premio, o al niño de Burros.

Flor de fango
De toda la selección, es una de las películas que más controversia han causado, especialmente porque no logra desentrañar del todo el mundo ríspido que, responsablemente, el director Guillermo González asume desde que su historia está marcada por un personaje cuya crisis existencial se desencadena por un deseo socialmente condenable. Es la historia de Augusto Talanquer, un hombre desconectado de las bondades de la vida, que ve renacer su esperanza en el enamoramiento irresuelto entre la fascinación que siente por una niña de catorce años y una cuestionable actitud paternal; todo esto, en una frenética búsqueda-abandono por los bajos mundos de Tampico.  

Recuerda mucho al cine de finales de los 80 y principios de los 90, que soltaban hipótesis perturbadoras bajo un esquema social ordinario, incólume moral y éticamente pero funcional socialmente, aunque también remite a En el paraíso no existe el dolor de Víctor Saca. Puede que al respecto de esta película haya una sensación de que se trata de una ópera prima que no llegó a buen puerto, pero plantea a profundidad muchas más preguntas a un nivel social y personal que las bien resueltas Años después, Aquí entre nos y Los inadaptados.

Los inadaptados
Interesante ejercicio de realización pues se trata de una película hecha por cuatro directores (Jorge Ramírez Suárez, Sergio Tovar, Javier Colinas y Marco Polo Constandse) que entremezclan sus trabajos en vez de presentarlos por segmentos bajo el concepto de recolectar anécdotas sobre personas socialmente consideradas por el guionista, el actor y también protagonista Luis Arrieta, como inadaptados sociales. Funciona como comedia, pero luego se retracta y se estanca en el melodrama de telenovela, perdiendo todo el encanto que despierta la hilarante escena en que Paola Nuñez presenta al propio Arrieta como su novio actor porno frente a su familia.

En contra tiene su evidente y uniforme estilo televisivo cuyo ejemplo claro es el episodio del elevador, donde si de por si toda la película venía siendo bajo el esquema que Herzog llamó en este mismo festival “de cobertura”, encerrarse ahí a desarrollar la historia de los personajes de Tiare Scanda y Luis Ernesto Franco significó limitar al extremo los de por si limitados ángulos cinematográficos que reciben especial bordado en manos de Sergio Tovar.

La película cumple su función como filme comercial rodeado de estrellas, pero desmerece ante la sutileza de Aquí entre nos, que también se vende por el mismo camino pero con mejores resultados.

Lluvia de luna
Inspirada por la tragedia personal de la propia directora Maryse Systach, su más reciente película sigue sin alcanzar los niveles de Perfume de violetas. En un hechizo de luna, una madre que ha ido a echar las cenizas de su hija al mar, se transforma en el espíritu de su hija. La historia es un cuento de fantasmas que rescata la frescura de los personajes adolescentes de su obra, pero que comienza a mostrar tintes de cansancio, como si se tratara de conflictos que ya no le corresponden por ley de naturaleza, pero ella insiste en volver. El abordaje de su historia como leyenda aleja de cualquier rasgo de identificación, especialmente por que ese romanticismo desfasado (reflejado en los diálogos y las actuaciones) lo toma como una coraza y no como un genuino desprendimiento. A diferencia de los fantasmas de La leyenda del tío Boonme que aparecen para sanar heridas, o los de Sexto sentido que lo hacen para liberarse a sí mismos, los de Lluvia de luna parecen no tener un sentido claro de su origen o una angustiosa resistencia a partir.

Destaca el siempre extraordinario trabajo de fotografía y encuadre de María Seco.

Reacciones adversas
La tesis del egresado del CCC David Michan, se une a la tendencia contracorriente de volver a apostar por el cine de género que el año pasado encontró su punto máximo a través de Somos lo que hay. Se trata de un thriller psicológico intimista, que muy a pesar del uso de lugares comunes para reflejar el tormentoso mundo del suicida, se vale de una sólida dirección de actores a través de su personaje principal. Héctor Kotsifakis, que no sorprendería ganara como mejor actor, traduce todas esos sitios metafóricos recurrentes en una contundente angustia que nos hace olvidar cómo es que su conflicto existencial llegó a ese punto, pero sí querer acompañarlo en su viaje por resolverlo y volver a la vida.

En comparación con el debut de otros compañeros CCC’ros, Michan irrumpe de manera discreta pero con rasgos contundentes sobre inquietudes específicas, además de continuar el camino sobre la realización de una tesis con miras a que se consolide como ópera prima, una forma de producción cada vez más frecuente y estimulante a nivel creativo y que habría de generar discusiones académicas sobre el programa de ópera primas del CUEC y el CCC acerca de la pertinencia de crear una metodología sobre la elección de proyectos independiente a los jueces en turno, o al menos de reducir costos y distribuir los montos entre más alumnos egresados.

También en competencia, fueron presentadas Travesía del desierto (de Mauricio Walerstein), Al acecho del leopardo (de Enrique Rentería, ambas con referencia a la identidad indígena) y El efecto tequila (de Leon Sermet, director de Kada quien su karma) que fortaleciendo los siempre misteriosos criterios de programación, desmerecen frente a otras dos películas que no fueron seleccionadas para la competencia, pero que por sus valores y éxito en secciones paralelas de este mismo festival, pudieron con facilidad haber sustituido a estas: la comedia Adiós mundo cruel, ganadora del premio a mejor película en el festival de Austin y el melodrama ranchero Cartas a Elena, ganador hace unos días del premio del público en el Festival de Cine Latino de San Diego.

EN LA FOTO DEL INICIO: Asalto al cine

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