Por Ulises Pérez Mancilla.
Talent Campus. Guadalajara 2011

Bill Plympton tenía un sueño de niño: trabajar para los estudios Disney. Tras presentar unos bocetos en su adolescencia, el rechazo del emporio se convirtió en una meta fascinante. Con el tiempo, fundó su propia empresa: Plymptoons. Creó el personaje de un perro neurótico que en su antiguo anhelo era el equivalente a Mickey Mouse y se hizo de un par de nominaciones al Oscar. Suficiente para que años después Disney le devolviera la llamada y lo reclutara en sus filas. Sin embargo, era demasiado tarde, Plympton se había acostumbrado ya a trabajar bajo sus propias reglas. Eso que los directores llaman libertad creativa (o independencia).

Idiots and Angels, la historia de un hombre con espíritu de antihéroe que entra en conflicto cuando comienzan a crecerle alas, es el ejemplo ideal sobre los riesgos con que el director ha decidido construir su obra. Por un lado, muestra en esplendor la rienda suelta que le da ser el hombre orquesta de sus creaciones (en su charla con alumnos del Talent Campus, era imposible pasar por alto el gozo que le provoca dibujar), pero por el otro, flaquea en lo que respecta a sostener el interés en una historia que pronto palidece ante la forma.

La película posee un estilo propio de dibujo tradicional, matizado a partir de siluetas imperfectas, así como una sutil edición de viñetas elípticas comparables quizá con el deleite orgánico de pasar las hojas a un libro. Pocos filmes dentro del cine contemporáneo, se dan el lujo ya de transgredir el lenguaje confortable y construir plano a plano su propia interpretación del lenguaje cinematográfico; en este caso, con claras reminiscencias a la novela gráfica. Un lenguaje que se complementa con esa oscuridad espontánea, casi ingenua, con que el autor sella su relato. Los errores que la tecnología digital se ha encargado de controlar con el paso del tiempo, aquí Plympton los engrandece y aprovecha para dar profundidad a los personajes a partir de sus trazos imperfectos.

Sin embargo, pese a despegarse ampliamente de los estándares convencionales de la animación hollywodense, al director le es inevitable tropezarse con tantos rumbos que toma la trama sin que el espectador empatice con la historia más allá de la mera anécdota. La afortunada construcción de metáforas y espacios cotidianos dentro del filme, de pronto se vuelven refuerzos sobre significativos que terminan dando pretexto para más y más pinceladas transgresoras-artísticas-autorales, pero con un débil compromiso por llevar a buen puerto una narrativa seductora.

La anécdota fantástica sobre la posibilidad de volar se alarga innecesariamente. Tanto, que pronto el autor contradice su propia “libertad creativa”. Incluso, lo que en un principio parece una genuina desfachatez termina por retractarse y convertirse en una engañosa lección moral (a través de las dichosas alas), que entre otros elementos, se vale de guiños sexuales que siempre terminan por echarse para atrás. Al final, la extraña redención de un personaje cuya fuerza está en el lado oscuro, aun dentro del caos planteado, se desvincula a fuerza de permitirse todo con evidente intención de no rendir explicaciones sobre lo que se está dibujando.

Por ello, sería interesante un ejercicio a la inversa en el proceso autoral del director (quien se ha declarado más a gusto contando historias cortas y sin diálogos) e indagar el resultado de su genio al mando de un guión ajeno.  Si la importancia está en el fondo y no en la forma, o en la afortunada fusión de ambos, ¿desmerecería una historia de Pixar en manos de Plympton? Dentro de todo lo incierto, estarían condenados a ser afortunados elementos complementarios. Para muestra, el resultado de Chico y Rita, la película de animación de Fernando Trueba en colaboración con, presente también dentro del festival en la sección de galas, la historia de amor de un pianista y una cantante cubanos que resulta un melodrama puro, encantador, con un sólido trabajo de diseño, que se vale de la animación como una técnica-género para llevar a cabo una puesta cinematográfica completa, o lo que es lo mismo, la animación al servicio de un cineasta (un esfuerzo que en México, Carlos Carrera está a punto de concluir a través de Ana).

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