Por Hugo Lara Chávez

Tívoli es la expresión de una ciudad que se devora a sí misma para poder seguir existiendo, que necesita destruirse para poder renovarse, una y otra vez. La fábula de un teatro de variedades que debe ser demolido para ceder al trazo de una avenida, es la representación misma de la historia de la Ciudad de México, que desde su fundación se ha hecho de la destrucción: los aztecas construyeron sobre un lago su imperio, y con las ruinas de éste los conquistadores españoles hicieron sus catedrales. 

Tívoli es una metáfora de este desarrollo, pero también es la forma en que el director Alberto Isaac ha diseccionado a uno de los tantos microcosmos posibles de la Ciudad de México, para explicar el todo por una de sus partes.   

El divertido relato de Tívoli nos ofrece un pretexto para cavilar sobre la transformación de la realidad urbana en tres tiempos distintos: el primero, aquél en el cual se sitúa la narración fílmico, durante la administración de un imaginario regente de mano dura en los años cincuentas, quien no es más que el regente de hierro, Ernesto P. Uruchurtu, cuya gestión fue famosa por haber diezmado la activa vida nocturna de la capital con los puyazos de una moral conservadora. El segundo, la época en que se filmó la película, los años setentas, es decir, el momento en que se preparaban las obras para trazar los ejes viales que perfilaron el rostro moderno de la capital. Finalmente, el tercer momento, la época actual, en el que la ciudad vive una mutación permanente, apresurada, como una mancha voraz que avanza de noche y que al amanecer nos sorprende con los dobles pisos en las vías rápidas.  

Pero también es posible comprender esta película como un homenaje al teatro de variedades, cuya popularidad fue menguando después de los años cincuentas. Por eso se entiende que una importante cantidad de secuencias los dedica el director a recrear algunos números del burlesque, a permitir el lucimiento de algunos comediantes, como Carmen Salinas, a músicos como Dámaso Pérez Prado, o bien los antológicos bailables de una jovencita Lyn May, que muestra sus mejores credenciales como desnudista de exótica sensualidad oriental proveniente de la calle de Dolores. 

Pero es Alfonso Arau en el papel del Talachas, quien se echa a sus hombros el rol protagónico y destaca con sus habilidades histriónicas que lo hicieron famoso en aquélla época, encarnando a un comediante de sátira política al estilo del famoso Jesús Martínez Palillo. Su presencia dota de mucha frescura al relato, apoyado en la actuación natural y campechana de Pancho Córdova, quien interpreta al socarrón empresario del teatro.   

Las mejores incidencias de esta comedia se deben a las acciones, todas fallidas, que intenta realizar esta troupé de actores tercermundistas para salvar su fuente de empleo, en algo que podría verse como un símil de la lucha del individuo contra el sistema, vista aquí por cierto como una lucha fútil y risible. En este sentido, la película posee una buena carga política, que mana en especial de uno de los personaje, el mencionado Talachas, inconforme por el estado de las cosas, por la incapacidad para detener la maquinaria de la burocracia que actúa sin conmiseraciones, y que es capaz de burlar a los ciudadanos en el laberinto de una oficina pública que los conduce derechito a la calle y no a una audiencia con el regente, quien, eso sí, se las arregla para flirtear con una de las vedettes.  

En Tívoli, detrás del espectáculo nocturno y el ambiente de fiesta, el director cuestiona en sus bromas ácidas y su humor sardónico la noción del  poder como bestia hambrienta movida por la corrupción que destruye y construye a placer, capaz de levantar complejos comerciales donde  antes había casas de cartón. Con la sencillez de su narrativa, que tal vez ahora se pueda sentir anticuada, vale la pena revisar esta película, una metáfora invertida de David y Goliat: el ciudadano de a pie vencido por la injusta autoridad. Y la sensación de que eso sigue siendo el pan de cada día es inevitable. (Del libro: Una ciudad inventada por el cine, Hugo Lara Chávez, Cineteca Nacional, México, 2006)

Tívoli.  

Director: Alberto Isaac. Año: 1974. País: México. Producción: Conacine, Dasa Films. Guión: Alberto Isaac, Alfonso Arau. Fotografía: Jorge Sthal H. Música: De Fondo Ruben Fuentes, Eduardo Magallanes. Edición: Rafael Ceballos. Editor De Sonido: Sigfrido García. Duración: 127 minutos. Intérpretes: Alfonso Arau, Pancho Córdoba, Lyn May, Carmen Salinas, Mario García Harapos, Ernesto Gómez Cruz, Héctor Ortega, Damaso Pérez Prado, Las Dolly Sisters, Gina Moret, Sara Guash, Juan José Martínez Casado, Don Facundo, Willy, Dorotea Guerra, Consuelo Quezada, Margarito Alfaro, Zully D’tornell, Alfredo Soto, German Funes, Pancho Muller, Jose Luis Aguirre Trotsky, Roberto Corell, Gerardo Zepeda El Chiquilin, Dai Won Moon, Xavier Fuentes y su ballet, Mario Zebadua Colocho, Carolina Barret, Alberto Mariscal, Paloma Zozaya, Armando Pascual, Manuel Gordo Alvarado, Federico Gonzalez, Juan Garza, Elsa Benn, Chino Ibarra, Cristal, Paco Sanudo, Regino Herrera, Nathanael Leon Frankenstein, Alfredo Gutierrez El Turco, Claudio Isaac, Miguel Angel Ferriz (Nieto). Rodaje: 8 Julio/20 Agosto 74. Estudios: Churubusco. Locaciones: D.F (Bosque De Chapultepec, El Patio, Teatro Iris, Salón de baile Los Ángeles, Departamento Central, Zócalo). 

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Por Hugo Lara Chávez

Cineasta e investigador. Licenciado en comunicación por la Universidad Iberoamericana. Director-guionista del largometraje Cuando los hijos regresan (2017). Productor del largometraje Ojos que no ven (2022), entre otros. Director del portal Correcamara.com y autor de los libros “Pancho Villa en el cine” (2023) y “Zapata en el cine” (2019), ambos con Eduardo de la Vega Alfaro; “Dos amantes furtivos. Cine y teatro mexicanos” (coordinador) (2015), “Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-201” (2011) con Elisa Lozano, “Ciudad de cine” (2010) y"Una ciudad inventada por el cine (2006), entre otros.