Publicado: 11 de diciembre de 2006
Hugo Lara
Historia del cine mexicano
Ernesto Zedillo ascendió a la presidencia el primero de diciembre de 1994, en medio de una situación muy difícil, luego de haber transcurrido la mayor parte de ese año en que vivimos en peligro, como Carlos Fuentes lo bautizó en su libro Nuevo Tiempo Mexicano, en honor a una cinta australiana que lleva ese título. 1994 era año de sucesión presidencial, y en ese panorama, las condiciones de por sí ya eran especiales.
A fines de noviembre del 93, el PRI -o cabría decir mejor, el dedo del presidente- eligió como candidato a Luis Donaldo Colosio, quien había sido senador, líder de su partido, y titular de la flamante Secretaría de Desarrollo Social, el órgano político desde el cual el gobierno salinista operaba el Programa Nacional de Solidaridad. Su impresionante curriculum había sido acuñado bajo la protección de Salinas de Gortari, razón por la cual aparecía ante los analistas políticos como el delfín del salinismo. Para dirigir su campaña, se nombró como coordinador a Ernesto Zedillo, que hasta entonces había fungido como Secretario de Educación. Sin embargo, el destape de Colosio se ensombreció por la figura de uno de sus contrincantes priistas: Manuel Camacho Solís. Este había sido Regente de la Ciudad de México a lo largo del sexenio, y su cercanía al presidente lo había puesto como uno de los posibles candidatos del PRI a la presidencia. Sin embargo, al perder la candidatura frente a Colosio, Camacho se inconformó ostensiblemente por su derrota, de tal modo que se convirtió en una figura incómoda para el grupo colosista. Las circunstancias de esa desavenencia política habrían de afectar la carrera por la presidencia durante el siguiente año, aunque fue otro hecho lo que cimbró radicalmente las estructuras políticas del régimen.
El primer día de 1994, la sorpresiva insurrección del Ejército Zapatista en el Estado de Chiapas puso de cabeza al país entero. Con este hecho se vinieron abajo los festejos que celebraban el supuesto ingreso de México al Primer Mundo, vía la firma del TLC, que ese mismo día entró en vigor. La madrugada del primero de enero, un ejército de hombres encapuchados, los zapatistas, tomaron San Cristóbal de las Casas y otras cabeceras municipales, e hicieron un llamado para desconocer al presidente Salinas en virtud de su ilegítimo acceso al poder en las fraudulentas elecciones del 88, además de poner ante los ojos de la opinión pública las graves condiciones de miseria e injusticia en que vivía gran parte de la población de ese estado sureño, sobre todo las comunidades indígenas. Estos argumentos convergían en una condena al sistema político y económico promovido por el salinismo. Durante los siguientes diez días ocurrieron enfrentamientos entre esta fuerza rebelde y el Ejército Nacional. Los zapatistas poco a poco fueron retrasando líneas, hasta quedar prácticamente bajo el amparo de la Selva Lacandona.
Sin embargo, al cabo de ese tiempo, sucedió un cambió de percepción acerca del conflicto chiapaneco: poco a poco varios periodistas, intelectuales, militantes de izquierda, estudiantes y ciudadanos en general, se adhirieron a las causas de los rebeldes, y con ello se sepultaba la condena casi unánime que se había manifestado en un principio para ceder terreno a la simpatía por los zapatistas, obtenida en gran medida por uno de sus dirigentes: el Subcomandante Marcos, quien a partir de entonces se convirtió en el mito genial de la insurrección encapuchada. Pronto, las diversas fuerzas políticas del país, asumieron posiciones entorno al movimiento armado. El PAN, a través de su candidato presidencial, Diego Fernández de Ceballos, condenó la forma de la rebelión, aunque reconoció los pretextos de la misma: la desigualdad y la miseria. Por su parte, Cuauhtémoc Cárdenas, candidato del PRD, planteó un acercamiento cauteloso con los zapatistas.
El presidente Salinas, al cabo de los primeros diez días de enfrentamientos, dio un giro de tuercas con respecto al conflicto. Azuzado por las simpatías que estaba ganando el movimiento zapatista, Salinas ofreció una amnistía a los rebeldes y programó una enorme ayuda económica para tratar de resarcir la miseria en Chiapas. Sin embargo, lo más relevante de sus medidas fue el nombramiento de Manuel Camacho Solís como Comisionado para la Paz y la Amnistía en Chiapas. Con ello, Camacho regresaba espectacularmente a la escena política.
Estos acontecimientos eclipsaron la campaña de Colosio. Abrumada por los acontecimientos en el sureste, la sociedad ingnoró prácticamente el proselitismo que realizaba el candidato oficial. Además, el protagonismo de Camacho en el conflicto dejaba mal parado a Colosio puesto que le robaba todos los reflectores. Los esfuerzos de Colosio para enderezar el rumbo parecían infructuosos, al menos hasta el 4 de marzo, fecha en que dirigió, con motivo del aniversario de su partido, un discurso agresivo, que a los ojos de los analistas políticos, significó el rompimiento del cordón umbilical que lo ataba al presidente. A partir de entonces, conjeturan los mismos analistas, se estableció una lucha de poderes entre las distintas fuerzas que se ejercían sobre el candidato, fuerzas que fundamentalmente provenían de Los Pinos y que encarnaban el mismo Salinas y su asesor, Joseph Marie Córdoba Montoya. Todo eso habría de culminar con el asesinato de Colosio, en Tijuana, el 23 de ese mismo mes.
“La crisis de la sucesión presidencial de 1994 -escribió Carlos Ramírez en su columna de El Financiero (9/IV/96)- estalló el 28 de noviembre de 1993. Y no fue precisamente por la molestia de Camacho al perder el dedazo presidencial. Este domingo 28 Salinas perdió el autocontrol político. Sus planes transexenales se truncaron cuando vio que Colosio era recibido con euforia por los priistas. Por eso, salinas y Córdoba le impusieron a Colosio al jefe de campaña: Zedillo, nada menos que el candidato de Joseph Marie. Después del berrinche de Camacho, Salinas nunca pensó en poner al exregente como el candidato sustituto porque, en su parecer, ya no era confiable. Para salinas y Joseph Marie, el candidato suplente de Colosio siempre fue Zedillo.
“La campaña contra la campaña -abunda Ramírez- no fue de Camacho sino de Salinas. Y en este juego participó Joseph Marie: Zedillo acordaba más con Joseph Marie que con Colosio o con Salinas. La carta de Colosio del 19 de marzo fue redactada en las oficinas de Córdoba. esa carta ilustró la lucha por el poder: Zedillo reclamó a Colosio su alianza con Camacho, con Cárdenas y con e PRD y lo conminó a hacer un pacto con Salinas. ¿Era necesario hacer un pacto con quien lo había puesto en la candidatura? Esa carta fue una evidencia de la ruptura de Colosio con salinas”.
De la noche a la mañana, Colosio se convirtió en un héroe de la patria -sabe Dios por qué. Su asesinato no ha sido esclarecido hasta el momento de escribir estas líneas. En Almoloya de Juárez, la prisión de máxima seguridad, se encuentra prisionero el autor material del crimen: Mario Aburto Martínez. El suceso cuasó una enorme conmoción entre la sociedad, y con ello se logró desacreditar a Camacho Solís, aparente oponente de Colosio, así como distraer momentáneamente a la opinión pública del conflicto en Chiapas.
Tras la muerte de Colosio, Zedillo tomó la estafeta de la candidatura y amparado por el fantasma de su antecesor, obtuvo la victoria en las elecciones de agosto. Sin embargo, en septiembre, otro asesinato político manchó de nueva cuenta el escenario nacional y desencadenó un escándalo de graves dimensiones: se trata del homicio de José Francisco Ruiz Massieu, en aquel entonces Secretario General del PRI. Las indagaciones sobre este homicidio fueron turnadas al Subprocurador General, nada más ni nada menos que el hermano de la víctima: Mario Ruiz Massieu.
Las investigaciones de Ruiz Massieu condujeron al diputado Muñoz Rocha quien, sino fue asesinado, tuvo a bien desaparecer de la faz de la tierra. Pero las pesquisas policiacas también apuntaban hacía un pez gordo: Raúl Salinas de Gortari, hermano del presidente, del que se sabía su cercanía con el diputado fugitivo. El subprocurador encendió aún más la polémica cuando implicó indirectamente a Ignacio Pichardo Pagaza y a María de los Ángeles Moreno, presidente y secretaria general del PRI respectivamente, en el asesinato de su hermano. Sin embargo, el presidente Salinas dio un espaldarazo público a los dirigentes priistas, durante un acto en que se le entregó a Moreno un reconocimiento como la Mujer del Año. Ante ello, Ruiz Massieu se despidió con una frase ya célebre: “los demonios andan sueltos y han triunfado”.
Con estos antecedentes, Zedillo se encaminó a ejercer la presidencia dentro de un caos político al que muy pronto se sumaría el desastre económico. A diferencia de Salinas, que inició su mandato sin obtener la legitimidad en las urnas sino a través de algunas acciones espectaculares, Zedillo logró legitimarse en las urnas pero sus torpezas del y de primer año resquebrajaron su autoridad. En sus primeros meses de gobierno, Zedillo tuvo que navegar contra la corriente, debido a un gabinete que a nadie convenció (aparecían figuras polémicas como Ignacio Pichardo, aún salpicado por el escándalo Ruiz Massieu); a una garrafal crisis económica mal manejada (eso costó la renuncia de su flamante Secretario de Hacienda, Jaime Serra Puche, a menos de un mes de iniciada su gestión, a costa de la devaluación del peso que lo puso al cambio de seis por un dólar); a un zafarrancho político de dimensiones apoteóticas que lo enemistaron con su antecesor, Carlos Salinas (a causa de la detención de su hermano, Raúl Salinas, implicado en el asesinato de Francisco Ruiz Massieu) y a las intrigas palaciegas de diversos grupos que peleaban parcelas de poder en Los Pinos (la renuncia de Esteban Moctezuma y la llegada de Emilio Chuayfette algo hablan de ello).
Vacilante, nervioso, el signo del primer año de la administración de Zedillo fue la inseguridad y la desconfianza. Sin proyecto alguno, ya no digamos de nación sino de gobierno, Zedillo condujo al país tambaleantemente. Y el resto del aparato burocrático también lo hizo así. Así lo demuestra el Programa de Cultura 1995-2000, que el presidente Zedillo presentó con retraso en la ciudad de Oaxaca, en enero de 1996. Se trata de una prolongación del proyecto salinista, justificada por la ratificación en su puesto del presidente de Conaculta, Rafael Tovar y de Teresa.
Son nueve los programas sustantivos de este plan, uno de ellos, el cuarto, se titula “Cultura en Medios audiovisuales”. En éste se fija la posición del Estado en materia cinematográfica. En una de sus partes, a la letra dice: “El cine nacional, y en particular el auspiciado por el Instituto Mexicano de Cinematografía, dotado de nuevas temáticas y apoyado en el surgimiento de nuevas generaciones de directores, fotógrafos, escritores, actores y técnicos logró, en los años recientes, volver a despertar el interés del público y la crítica, obteniendo, además, importantes reconocimientos internacionales”. Luego, la retórica ilusionista cede a una poquita dosis de crudeza: “Sin embargo, es necesario señalar también que el cine mexicano ha visto reducidas sus posibilidades de exhibición en México y la producción global ha disminuido considerablemente. La industria cinematográfica ha experimentado en los últimos años un descenso en la producción derivado, entre otras razones, de la descapitalización de las empresas del ramo y en la reducción del número de salas de exhibición. Si en 1989 se produjeron 102 películas, para 1994 la cifra fue de sólo 56, y en 1995 no rebasará las 15. Al mismo tiempo, el número de pantallas pasó de 1,913 en 1990 a 1,434 en 1994”.[1]
El texto regresa triunfalmente a su tono festivo cuando se apuntan los objetivos, estrategias y líneas de acción asumidas por la administración zedillista sobre los medios audiovisuales. En términos particulares, los referentes a la cinematografía son lo siguientes:
Objetivos:
· Impulsar la producción del cine mexicano de calidad mediante modernos mecanismos de cooperación entre los diversos sectores sociales.
· Mejorar y ampliar las posibilidades de exhibición del cine mexicano y extranjero de calidad, asumiéndolo como una expresión artística fundamental en la formación social y cultural de la población.
Estrategias:
· Establecer mecanismos institucionales de financiamiento para la producción de películas de calidad, con el fin de impulsar la cinematografía como elemento insustituible del patrimonio cultural y artístico de la nación.
Líneas de acción
· Impulsar la calidad de la expresión cinematográfica
· Participación activa en los esfuerzos orientados a la actualización de la legislación cinematográfica
· Generar mecanismos destinados a estimular la industria cinematográfica nacional
· Generación de nuevos modelos de financiamiento para la producción del cine mexicano de calidad
· Vinculación estrecha del cine con la política cultural
· Fortalecimiento de los mecanismos destinados a la preservación y difusión de nuestra historia fílmica
· Difusión del cine mexicano de calidad en el país
· Reafirmación de la presencia del cine mexicano en los festivales y mercados internacionales
· Desarrollo en el campo de los métodos educativos y de capacitación de los profesionales del cine