Por Javier Tapia
Con “Un hombre decente” (“Je ne suis pas un salaud”, 2015) el realizador Emmanuel Finkiel trae a la vida una historia con serias implicaciones morales y una crítica social disfrazada de un thriller psicológico. Esta película está disponible de forma gratuita en My French Film Festival.
Nicolas Duvauchelle interpreta a Eddy, un obrero con pocas aptitudes y muchos problemas de carácter, que tras sufrir un ataque a manos de una pandilla, inculpa injustamente a Ahmed (Driss Ramdi), un colega suyo que acaba de ganarle una promoción en su trabajo. A partir de este suceso, la vida del pobre obrero da un giro de ciento ochenta grados pues poco a poco pierde el respeto por parte de sus colaboradores, gente cercana a él y de su familia, que saben que oculta algo relacionado con el incidente y a pesar de sus deseos por creerle, Eddy está muy lejos de ser alguien confiable, de ser un hombre decente. En medio de su angustia nuestro protagonista, termina por sucumbir y con ello sólo queda el camino de la violencia.
Bajo esta premisa Finkiel, nos da pistas sobre uno de los problemas lamentablemente más representativo de la sociedad francesa actual: el racismo. Eddy con todas sus acciones siendo dirigidas por el prejuicio más allá de lo justo y razonable, pone el dedo en la llaga sobre una sociedad que paulatinamente va cayendo presa del miedo, la desconfianza y la inestabilidad emocional. En esta espiral descendente quien más sufre es Karen (Mélanie Thierry) la abnegada y por momentos irritantemente pasiva esposa de Eddy, quien lo único que busca es mantener la cabeza en alto por su matrimonio y más que nada por su hijo.
Duvauchelle brinda una actuación humana, convincente y por momentos desgarradora que logra transmitirnos la desesperanza y perdida de cordura de un hombre que ha estado tocando fondo durante mucho tiempo. Y si bien existe algo de torpeza en cuanto a la edición de la película, pues por momentos el flujo narrativo se corta, la calidad actoral es el punto más fuerte de la película y la película logra salir avante gracias a ello. Eso sí, la última parte de la película se siente apresurada y en ciertos momentos algo forzada, restando un poco de potencia a una historia que de forma clara nos iba revelando los mecanismos de una mente acorralada en un callejón sin salida.
Aunque la película en sí no es un llamado, ni siquiera un alegato a la tolerancia y la conciliación, sino más bien una reflexión personal sobre las consecuencias de nuestras acciones, no es posible entenderla del todo sin las difíciles relaciones raciales que existen en la Francia de hoy. Y estas problemáticas raciales junto con un ambiente de incertidumbre económica y política que experimenta la sociedad, ya no sólo francesa sino toda la comunidad europea y me atrevería a decir mundial, originan males profundos y duraderos que permiten que hombres como Eddy se vayan rompiendo lentamente, hasta que el último grito emitido ya no sea uno que pida ayuda sino aquel grito que clama venganza y dolor.