Por Pedro Paunero

“Blue Summer” (1973), dirigida por el prolífico director de cine de explotación Chuck Vincent, es un ejemplo temprano de la categoría de cine que se conocería como Vansploitation, un subgénero dentro del más amplio de las Road Movies o Películas de carretera, dividido, a la vez, en infinitas categorías, a cuál más delirante. La corriente aprovechó la popularidad de las furgonetas personalizadas entre los jóvenes de los años ‘70, convirtiéndolas en auténticos protagonistas (¿Recuerdan Mistery Machine, la van de los investigadores de lo paranormal en la serie animada de “Scooby Doo”?), explotando la temática del sexo, las drogas y las aventuras sucedidas en las carreteras. Sus títulos son apenas un puñado: “CB Hustlers” (1976), cinta dirigida por Stu Segall, cuyo título alude a las trucker/CB radio, que protagonizaran la moda de la “Citizen Band Radio” (CB) en la cultura popular de la época. La trama gira en torno a un grupo de mujeres (las “hustlers” del título) que recorren las autopistas ofreciendo compañía a camioneros y autoestopistas, usando la radio CB como medio de comunicación. Comedia ligera con tintes eróticos, típica del drive-in cinema, donde lo que prima es su estética sexy, unos gags sencillos y la cultura de la carretera más que una narrativa elaborada. Quien haya visto “Carretera asfaltada en dos direcciones” (Two-Lane Blacktop, 1971), esa joya de la arqueología cinematográfica cuya trama se desenvuelve en la legendaria Ruta 66, dirigida por el existencialista Monte Hellman, se preguntará cómo es posible que las Road Movies hayan derivado en un espectáculo tan deplorable y, a la vez, tan divertido. Y no siempre a su pesar.

“The Van” (1977), de Sam Grossman, narraba su historia enfocándose en el enamoramiento juvenil, las carreras de autos y una van tuneada, elemento indispensable del género; “SuperVan” (1977), de Lamar Card, introducía elementos típicos de la ciencia ficción mediante una furgoneta futurista llamada Vandora, equipada con energía solar y rayos láser. Una película tan exitosa que generaría merchandising, incluidas réplicas en miniatura y que, incluso, contaría con un cameo de Charles Bukowski, y “Van Nuys Blvd.” (1979), de William Sachs, con la Playmate Cynthia Wood, tal vez la mejor película del subgénero, donde los choques de autos alcanzaban niveles absurdos.

El fenómeno del Vansploitation fue breve y limitado a los años 70, reemplazando al ingenuo cine playero de las Beach Party Movies (1). Este estilo de hacer cine para las masas anunciaba ya el surgimiento de la comedia sexual adolescente, que en los ‘80 cristalizaría en filmes explícitamente sexuales como “Porky’s” (1981), mientras en paralelo, Spielberg y Lucas consolidaban una edad dorada del cine infantil e infantilista.

Mag Wheels. A medio camino de géneros

El director afroamericano Bethel Buckalew, tiene en su haber varias cintas de explotación, entre las que cabe citar la descacharrante y sensualista “The Pigkeeper’s Daughter” (1972), una comedia rural (los términos “Redneck” o “Hillbillies”, engloban a los habitantes de las zonas rurales de los Estados Unidos, conformando la mitología propia del “Hicksploitation” -subgénero del cual ya me he ocupado (2)- y que demuestran el racismo -a veces condescendiente-, que el blanco profesa hacia el blanco rural, en la América profunda), en la cual se narraba la angustia “existencial” que acuciaba a un matrimonio de granjeros porque su hijita, de nombre Moonbeam (Terry Gibson), no había contraído matrimonio a la tardía edad de 19 años, y ya se le podía considerar una solterona, en una parodia que incluía a una actriz tan profusamente dotada, anatómicamente hablando, que bien podía pasar por una estrella de las películas de Russ Meyer, en los tiempos en los cuales Doris Wishman hacía de las suyas.

Buckalew dirigió “Mag Wheels” (1977), retitulada como “Summer School” para su sindicación en la televisión de paga, que no es sino una pre comedia sexual adolescente que pareciera situarse a medio camino de las inocentes Beach Party Movies y el Vansploitation que, no obstante, se estrenó el mismo año que títulos como “The Van” y “SuperVan”, empero, la película sólo presenta escenas de jugueteos playeros entre adolescentes en sus escenas de apertura, cuando un grupo numeroso de chicas en bikini, y chicos en shorts y sin camisa, compite por arrebatarse un frisbee, que pronto es sustituido por el sostén de una de las chicas, cuando ocurre un jaloneo entre uno de los muchachos y esta. La muchacha, entre risas y cubriéndose con el brazo los pechos, intenta sin mucho éxito recuperar la prenda que sus amigos se pasan entre sí. Pronto, Steve (John Laughlin), el jefe de una panda de amigos que conducen furgonetas se detiene interesado ante Anita (Shelly Horner), una chica que permanece al margen, asoleándose sobre una toalla en la arena.

Anita sirve como mesera en un restaurante al cual acuden todos los chicos a comer, y se ve acosada por el propietario, que le promete pagarle siempre que ceda en tener sexo con él. Steve, por su parte, en absoluto discreto, no cesa de tirarle los tejos a Anita, por lo cual su celosa -y peligrosa- novia Donna (Verkina Flower), prepara un plan para vengarse de ella. Acompañada por una amiga, espera que esta salga de su trabajo. En cambio, afectada por el intento de violación del jefe, Anita sólo pretende volver a casa, ignorando que Donna la persigue en su camioneta, con la intención de sacarla del camino. Entre las inconsistencias de un guion que fluctúa entre la comedia ligera, el tierno romance y unas increíbles escenas de violación no consumada, se encuentra el hecho de que Anita no acuse a Donna de un feminicidio en grado de tentativa, y que acuda a una fiesta donde se encontrará con Steve, se pasee con este por el bosque, jugueteen en un riachuelo idílico y conmuevan al espectador en unas cándidas escenas de amor, todas besos y apasionados abrazos.

La película incluye algunas otras escenas de chicas en topless, incluyendo a Jill (Phoebe Schmidt), la chica fuerte a quien consideran lesbiana (ese tópico equívoco, que se cita como indicio de protofenimismo en películas que no tenían otra intención que la explotación), pero que no duda en acostarse con uno de los chicos que la sigue, obsesivo, en contraste con el personaje de Pledge (Steven Rose), sumiso, y siempre pronto a obedecer las órdenes de Steve al que llama “Señor”, y a quien el resto hace bullying. Ninguno de los personajes de esta cinta está plenamente desarrollado, pero el de Pledge, en especial, hoy no sólo resulta políticamente incorrecto sino perturbador, debido a su carácter de patiño, supeditado a una trama cruenta con su personaje, al que se ha puesto ahí para hacer reír a un público que difícilmente encontraría eco en este siglo. No sólo eso, “Mag Wheels” sorprende con un par de escenas más que, en manos de un guionista más avezado, habría hecho de la cinta un drama en toda regla. Cuando Donna hace una llamada anónima a la policía, acusando a Steve de poseer cocaína, en otro arrebato de celos, la escena amenaza con convertirse en cualquiera de las situaciones cómicas de la franquicia “Loca academia de policía” (Police Academy), sólo para atreverse a presentar, en una escena posterior, el intento de violación masiva de Jill y de Anita, de la cual Steve es el principal instigador, al suponer que ha sido ella quien lo ha delatado. Anita y Donna, al día siguiente, tienen una pelea en el salón de clases, pero ninguna acusa a la otra, y Steve permanece callado, y adivinamos que Anita continúa enamorada de él. Hay varias escenas de relleno que sirven, no obstante, como otras tantas pequeñas piezas de arqueología de la época, como la de los skaters realizando sus acrobacias en el parque Boogie Bowl de Glendale, en Los Ángeles, por entonces recién inaugurado, que celebran el gozo de este tipo de producciones desechables.

Cuando Jill decide zanjar el asunto en una competencia de “arrastre”, que consiste en atar las defensas de los vehículos de las chicas a los de los chicos, pasando las cuerdas sobre un enorme cráter, y cuyo ganador será aquel, o aquella, que logre jalar al precipicio a su oponente, no podemos dejar de notar un guiño setentero a la competencia mortal de autos de “Rebelde sin causa” (Rebel without a Cause, Nicholas Ray, 1955), incluyendo el hecho de que Anita se presente para detener dicha locura (camionetas o pick-ups, contra furgonetas o vans, chicas contra chicos), evitando alguna muerte, siendo ella quien precipite el auto de su padre al abismo.    

Un heroico, como enloquecido Steve, sale de su van y echa a correr, cráter abajo, para sacar a su amada del vehículo destartalado. “¡Está viva!”, grita, y desde arriba, de las orillas opuestas del agujero, las amigas de Anita y los amigos de Steve, prorrumpen en hurras y, una vez más, suena en la banda sonora la tierna canción “Anita”, de la Garage Band “The Word”, que nos ha estado atosigando con sus canciones toda la película. Película híbrida, “Mag Wheels” captura la atención por su desbalance de géneros, posicionándola un escalón por debajo de la sórdida “La pícara estudiante” (Malibu High, 1979), dirigida por Irvin Berwick, que contaba la historia de una estudiante que ve como única opción a su desangelada vida, la prostitución a bordo de una furgoneta, situándola en el verdadero subgénero al que pertenece, el Teensploitation, en una trama -prostituta en sus horas libres, estudiante en sus horas ocupadas- que se adelanta al papel de Donna Wilkes en “Angel” (1984), la película de culto dirigida por Robert Vincent O’Neil. (3).

La pícara estudiante. Vans y Teensploitation

En “La pícara estudiante”, Kim Bentley (Jill Lansing en su único papel), es obligada a despertar por su madre, quien la apura para no llegar tarde a la escuela. El topless de la chica, mientras se arregla ante el espejo, anuncia el tono que seguirá la trama. Su amiga Lucy (Katie Johnson), pasa por ella en su descapotable azul. Se estacionan a la entrada de la escuela, cuando ven llegar a Kevin (Stuart Taylor), el ex novio de Kim, de la mano de su novia actual, Annette Ingersoll (Tammy Taylor), la chica rica del pueblo, cuyo auto último modelo conduce él. Ya en clase, su profesor se esmera ante una audiencia estudiantil indiferente. En su hogar, la muchacha le reprocha a su madre (Phyllis Benson), el ir siempre con ropa de andar por casa y un trapo en la mano, con el cual limpia lo ya que ya está limpio, obsesivamente, y que ese haya sido uno de los posibles motivos por los que su padre se quitara la vida. Fuera de la disco a la que va con su inseparable amiga Lucy, se encuentra con Tony (Alex Mann), el dealer que conduce una van, y que insiste en que trabaje para él. Esa noche, en casa de Lucy, a quien los padres le han dejado la casa por motivos de negocios, al calor de las copas y la droga, Kim promete transformarse en otra mujer. Con esto en mente, va a la escuela con una minifalda que atrae la vista tanto de sus compañeros como la del profesor Donaldson (John Yates), a quien intenta seducir, citándolo en High Point, el punto más alto en la playa. El profesor acudirá a la cita y vemos a la pareja retozar sobre una toalla en el pasto, sin ir más allá, aunque sobrentendemos que culminan el acto sexual. Mientras tanto, Kim también se ha decidido por aceptar la “invitación” de Tony y “poner su cuerpo a trabajar”, para ganar dinero. Pronto, los servicios que Kim ofrece se vuelven tan populares que vemos a una fila variopinta de hombres, esperando su turno ante la van, convertida en motel rodante.  

Kim puede, por fin, llegar a la escuela en un auto descapotable, que se ha comprado con el dinero obtenido con su esfuerzo, y exigirle altas calificaciones a su profesor, a quien chantajea con descubrir, ante su esposa, que también ella sabe del lunar en forma de medialuna que él tiene en el trasero. Como sus calificaciones en física también andan un poco bajas, el siguiente en la lista será el profesor Mooney (Ken Layton), a quien cita en el mismo sitio especial de la playa, y ahí, mientras cualquier otro día lee un libro (¡!) es donde el misterioso Lance (Garth Pillsbury), le ofrece un trabajo mejor que el de Tony. Kim sube de nivel, no sin antes acostarse con su nuevo empleador -que lee a Khalil Gibran, como puede verse en el lomo de uno de los libros de su biblioteca-, en otra escena retozona y soft.

Instalada en el mundo de la alta prostitución, Kim se topa con un cliente que intenta someterla a una sesión de sado masoquismo sin su consentimiento, y a quien asesina con un picahielo. Cuando le cuenta del incidente a Lance, este no reacciona muy preocupado, al contrario, le obsequia a Kim un revolver para que se deshaga de Tony. Convertida en asesina, el próximo en la lista de deudores del negocio de Lance es un joyero (William Cohen), a quien la chica aborda en la calle y convence de ir a divertirse a… ¡Por supuesto, High Point! Con todo, lo más increíble es que Kim no haya dejado los estudios, pues se ha propuesto como meta “obtener las notas más altas” y, de paso, cargarse al viejo (y cardíaco) director de su escuela que muere a sus pies, mientras la cámara hace un contrapicado al estilo de Kubrick en “La naranja mecánica”, en la escena en la que Alex no puede tocar a la chica en topless (y es víctima de un ataque de asco) durante la prueba del efecto Ludovico.

Kim se hace pareja de Lance, a quien prepara, incluso, el desayuno, con la promesa de parte del sujeto de llevarla a Tahití, no sin antes pedirle, como parte de su “graduación” en el sicariato, que asesine a Harry Ingersoll, el padre de Annette, por “habérsele subido mucho a la cabeza” el poder que detenta. Descubierta por su rival de amores, Kim no tiene más remedio que deshacerse de ella, y escapa a la playa, donde es perseguida por Kevin, con quien tiene una estúpida discusión sobre celos de pareja, antes de ser abatida por el disparo de un policía, desde un risco. “La pícara estudiante” demuestra cómo la moda juvenil de aquellos años, la de poseer una van, había penetrado tanto en el cine de explotación que se mostraba como elemento básico en cualquier tipo de trama.

SuperVan. La sofisticación kitsch

Por su parte, “SuperVan”, el segundo título a tratar como representante de este tipo de cine situado entre uno y otro subgénero, no sólo representa la película más “sofisticada”, si tal adjetivo oximorónico puede aplicarse al Vansploitation, debido a su decidida incursión en una ciencia ficción superficial y desechable, sino aquello en lo cual este subgénero pudo haber “evolucionado”. ¿Qué hubiera pasado si los personajes animados de “Jayce y los Guerreros rodantes” (Jayce and The Wheeled Warriors, 1985) hubieran viajado en furgonetas espaciales? ¿Y si los “Transformers” hubieran ido más allá de Wheeljack, esa combi transformable que se ha ganado estatus de culto?

 La historia sigue a Clint Morgan (Mark Schneider), un joven que se embarca en un viaje hacia The Invitational Freak-Out, un festival de furgonetas customizadas en su furgoneta “The Pirate Morgan”, que terminará destruida en un deshuesadero de autos. Clint busca escapar de una vida rutinaria (lo hemos visto, al principio, discutiendo con su padre quien, a pesar de ello, le da dinero para subsistir en su aventura) y sumergirse en la cultura libre y despreocupada de los fanáticos de las vans. En el camino conoce a Karen Trenton (Katie Saylor), una chica que se convierte en su compañera de aventuras y a quien rescata de una violación perpetrada por dos motociclistas. Y esta es, precisamente, una clave del filme, este antagonismo entre las motos y las furgonetas, como expresión sobre ruedas de la rebeldía juvenil. El Vansploitation, entonces, debería verse como la respuesta a cuatro ruedas al Bikersploitation, con “Easy Rider” (Dennis Hopper, 1969), a la cabeza. Como en “CB Hustlers”, la CB radio juega un papel importante en “SuperVan”, en su establecimiento de “redes” de amistad en pleno camino.

Lo que distingue a la película de los otros títulos del Vansploitation es, precisamente, la introducción de la SuperVan, una furgoneta futurista diseñada por George Barris (famoso creador de autos de culto como el Batimóvil de la serie camp “Batman”, de la televisión de los años 60´s y los Munster Coach y DRAG-U-LA, para la teleserie “Los Munster”, así como la carcacha que aparecía en “The Beverly Hillbillies”, dedicada a los Rednecks que ya he citado). Barris se había basado en una Dodge Sportsman para su modelo que, se suponía iba equipada con paneles solares, gadgets y blindaje se convierte en el símbolo de libertad y rebeldía frente a los villanos de turno. Entre ellos está el antagonista Mr. Trenton (Morgan Woodward), padre de Karen, un magnate de la energía cuya compañía choca con el estilo de vida alternativo de los jóvenes. En la película, el creador de la dichosa furgoneta es Mark Boseley (Tom Kindle), científico que trabaja para la compañía Mid American Motors Corp., que se encarga de suministrar accesorios a los conductores y pertenece, ni más ni menos, que a Trenton.

Otros personajes secundarios aportan humor y colorido al filme, como la aparición de Charles Bukowski en un cameo como un viejo sucio (supuestamente un juez) que intenta besar a una de las participantes en un concurso de camisetas mojadas (la playera de Bukowski dice la leyenda: “Wet-T-Shirt Contest Water Boy”, y aceptó aparecer ante la cámara sólo porque le ofrecieron cerveza), y los diversos “vaneros” que aceptaron estar en la película de buena gana y que encarnan la contracultura setentera, mismos que tuvieron la oportunidad de lucir sus creaciones, en un filme con mucho material de relleno. Aunque los arcos dramáticos son mínimos, como era de esperarse, la trama se sostiene sobre las persecuciones, choques espectaculares y la exhibición de las citadas furgonetas personalizadas como verdaderas protagonistas. A nivel de producción, “SuperVan” se ve hoy, como algunos de los títulos mencionados, como un cofre repleto de piezas de arqueología carreteril, incluyendo música rock setentera, estética hippie-tardía y diálogos ligeros (algunos francamente sexuales), acordes al concepto del Joyride (4). La película se promocionó directamente en autocines y entre aficionados a los “van shows”, convirtiéndose en una pieza de culto para quienes coleccionan cine de serie B.

En retrospectiva, “SuperVan” no es recordada por su guion, sino por la extravagancia del vehículo titular (que se vendió en juguetes a escala) y su representación de una subcultura juvenil muy específica de los setenta. Para algunos, es una comedia ligera con encanto kitsch; para otros, un clásico menor del cine de autos personalizados.

La cinta originó un curioso, como exitoso, fenómeno de merchandising, que demuestra la importancia a la que había llegado el subgénero a nivel popular, a saber, kits de maqueta de plástico y die-cast inspirados en la furgoneta, producidos en tiradas limitadas, kits de modelismo tipo AMT/ERTL, aunque no siempre con licencia oficial directa de la película, sino promocionados como parte del “boom de las vans customizadas” de fines de los 70´s, afiches con arte psicodélico y llamativos eslóganes como “Get set for the ride of your life!”; la prensa promocional incluyó lobby cards con escenas de la SuperVan y de los protagonistas, así como dossiers dedicados al arte de George Barris. Algunos coleccionistas mencionan un cómic en blanco y negro publicado de forma reducida como parte de una campaña para autocines, aunque su existencia es rara y no está ampliamente documentada. Dado que la película se promocionó en encuentros de vans customizadas, se fabricaron camisetas y parches con el logo de SuperVan y la silueta del vehículo. Estos artículos no siempre eran oficiales, pero se vendían en el circuito de van-ins. Actualmente, a través del sitio Heritage Auctions (HA.com), se pueden adquirir, todavía, afiches, memorabilia y posters originales de la película.

Legado

Mirando hacia atrás, el Vansploitation se nos devuelve como el retrato de una contracultura sumamente específica, así como de las ansias de una generación que veía en la furgoneta el emblema de dichas ansias. Sus películas, todas desechables, documentan una parte de la subcultura juvenil que hoy sería casi invisible sin este tipo de cine, mezclando autos, música y sexualidad. De esta forma contribuyó a consolidar el modelo de cine rápido, barato y dirigido a nichos concretos, que se sentían atraídos a los autocinemas y drive-ins que exhibían dichas producciones y cuyo modelo se volvería un referente para el cine independiente y la revaloración del Cine Grindhouse. De alguna manera, su imaginario permanece vivo a través de la Van Life, una corriente más aventurera que hedonista, que tiene representación a través de youtubers que no sólo escapan hacia distintos destinos del mundo, sino que monetizan su contenido y quienes, probablemente, jamás hayan visto o escuchado sobre alguna de estas películas.

 Lo que permanece, cuando miramos cualquier título de este subgénero perdido, es el gozo que supieron retratar. Siempre, sus protagonistas, están clamando al viento: “¿Quieres libertad y libertad de escape?” “¡Súbete a la van!”

  Para saber más:

  • “Playa de terror: Cinco visiones cinematográficas” por Pedro Paunero
  • “Blanco, negro y mugriento. Las películas perdidas (y restauradas) por Nicolas Winding Refn (III)” por Pedro Paunero.
  • “Donna Wilkes, princesa del «Teensploitation» en «Angel»” por Pedro Paunero.
  • “Teenage Hitchhikers: El cine de explotación toma las carreteras II” por Pedro Paunero

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.