Por Lorena Loeza
  

Hay quien afirma que la base primordial e insustituible para una buena película es una buena historia. Si tienes algo interesante que contar en cerca de 140 minutos, probablemente no necesites de muchos efectos especiales, actores conocidos y publicidad.
  

Sin embargo, esta idea se contrapone notablemente con el descubrimiento en los últimos años, de que grandes relatos épicos también recurren a los efectos especiales y la mercadotecnia, aún y cuando partan de historias muy bien escritas.
  

Es el caso de la trilogía The Lord of the Rings (” El Señor de los Anillos) y Narnia Chronicles (Las Crónicas de Narnia). Aunque ambas fueron escritas hace muchos años, por lo que fue necesario que la industria cinematográfica tuvo que evolucionar y madurar para poder llevarlas a la pantalla grande.
  

Y aún cuando hoy son referencia obligada para las nuevas generaciones como parte del género épico en el cine, la verdad es que antes que eso son historias brillantemente escritas que muestran lo complejo y versátil que es el talento humano. Lo curioso es que lo más probable es que sus autores nunca escribieron las obras pensando que serían sagas enormemente taquilleras, ni que incluso, las versiones cinematográficas llevarían a sus herederos a enfrentarse con los estudios por los derechos de sus obras escritas, como sucedió con los descendientes de Tolkien. Es difícil pensar que a diferencia de las sagas contemporáneas, representen franquicias tan exitosas a pesar de que nunca fueron concebidas con ese propósito.
  

Por los años en que las obras literarias fueron producidas, Tolkien y Lewis eran amigos, se conocían bien y se tenían aprecio. Ambos eran profesores universitarios y compartían el gusto por la literatura medieval y renacentista. También compartían intereses religiosos y de hecho, Tolkien logra que Lewis regrese a la religión católica y la abrace con verdadero fervor, después de una etapa difícil de su vida. Este retorno se hace más que evidente en el relato de las Crónicas de Narnia, una visión del mundo desde la perspectiva católica y de la lucha entre el bien el mal, que también está presente en la saga de El Señor de los anillos.
  

Los análisis que ahora se hacen de las obras y su sagas actuales –usando para ello todo tipo de foros, blogs, redes sociales y otros espacios cibernéticos- resultan en filosofía e inspiración para generaciones jóvenes en todo el mundo, no habiendo mas que elogios para las complicadas tramas y la invención de idiomas, razas, cantos, situaciones, mundos alternos. Este alcance, capaz de inspirar la vida de millones de seres humanos en todo el mundo gracias a las nuevas tecnologías, es acaso otro de los aspectos que sus autores jamás pudieron previsto o soñado.
  

Lo que es claro, es que en el fondo Tolkien y Lewis nos enseñaron a construir refugios fantásticos, al exponer de manera clara y precisa que en la imaginación cualquiera puede estar y vivir en el mundo que para ello ha construido. Un mundo tan desolado como en el que parece que ahora vivimos, necesita de lugares de paz y sosiego, es evidente que estos autores nos regalaron los suyos con tal lujo de detalles, que pudieron traspasar sin reparos la barrera del tiempo y tomar por asalto un invento de la modernidad que los hizo tangibles a través de imágenes: el cine.
  

De las similitudes, diferencias y rasgos de amistad entre ambos autores hay miles de ensayos y estudios, anécdotas de sus vidas personales, que ahora los jóvenes fans de las sagas, leen con verdadera voracidad. Sin embargo es evidente que a los autores donde mejor se les conoce es a través de sus letras y en ambos casos, ejemplos reveladores del carácter de ambos autores están justo en las letras que nos dejaron.
  

Tolkien llegó a decir alguna vez de Lewis que era un “hombre honrado, valiente e inteligente – maestro, poeta y filósofo.”
  

Lewis no quiso quedarse atrás y dedicó a su amigo uno de sus libros más populares “Cartas del diablo a su sobrino.” El libro trata sobre los consejos de un diablo mayor y experimentado a su sobrino para lograr la perdición humana. Con un interesante prólogo, Lewis explica lo que verdaderamente piensa acerca de los demonios y la idea del mal. El libro presenta una interesante versión de la esencia de la tentación pero también de la fe y de lo compleja que es la naturaleza humana. No en vano sigue siendo una lectura altamente recomendada para jóvenes en todo el mundo, habiendo sido traducida a cerca de una decena de idiomas.
  

En “Cartas de diablo…” se descubre también mucho del oficio de escritor y se aprende del lenguaje que usan los grandes maestros para hablar de las cosas simples. Uno puede imaginarse las interesantes discusiones que los dos amigos habrían sostenido acerca del tema y como esas ideas se plasmarían después en las obras que hoy son clásicos de la literatura y el cine.
  

Y es que cuando el viejo demonio afirma – en tono francamente molesto- que “los humanos viven en el tiempo, pero nuestro enemigo [Dios] los destina a la eternidad” es evidente que quizás sabría el destino de su creador y el de su mejor amigo. ¿Acaso no es verdad que los demonios son capaces de ver el futuro?

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