Por Lorena Loeza
  

La idea de que uno –o varios- intrusos malvados entren a tu casa con perversas intenciones, es quizás una de los pensamientos que más perturban a la mayoría de las personas.
  

El solo pensar que se viole el espacio íntimo por excelencia, el único refugio seguro en el mundo para cada quien – que es la principal idea asociada al hogar- es sin duda, motivo generalizado de temor, angustia y miedo.
  

El terror en tu propia casa ocasionado por extraños que tocan a la puerta, es un subgénero dentro del cine de terror que ha sido explotado en innumerables ocasiones. Hay que decir que no todas las irrupciones son necesariamente aterradoras, la situación de sentirse cautivo en tu propia casa también ha inspirado historias que se acercan más al thriller o al suspenso que al terror propiamente dicho.
  

Precursor en esta idea es sin duda Roman Polanski, que entre “Repulsión” (1965) y “Cul de Sac” (1996); encontró el recurso que permite perturbar al espectador con la recreación de la invasión a la intimidad, primero como parte de una conducta esquizofrénica, paranoica e imaginaria, y después como una situación inesperada que perturba la vida de un matrimonio, hasta el punto de cambiarle la vida para siempre. En ambos experimentos, Polanski explota la teatralidad del espacio cerrado y del conflicto de personajes, una idea a la que volverá muchos años después en “La muerte y la doncella” (1994), en donde sin embargo, la idea cambia notoriamente de rumbo: el que tiene que temer es el que tiene el atrevimiento de tocar a la puerta.
  

Y si de demostrar se trata de que el asunto puede llegar a ser recurrente en un director (quizás por la dureza del argumento) existe otro buen ejemplo para ilustrar dicha situación: es de destacar a Michael Haneke y sus dos versiones sobre el mismo guión en las cintas -ambas llamadas-“Funny games”.
  

En 1997 Haneke dirige lo que es considerada como cinta de culto para los amantes del género hasta el día de hoy. “Funny games” en su primera versión de hechura holandesa, es una sorprendente propuesta de cómo el terror llega a la puerta de tu casa bajo la inofensiva apariencia de dos adolescentes que te piden un par de huevos prestados para el desayuno. Haneke sorprende al mundo con una historia que parte de la premisa de que la maldad puede llegar a tocar a tu puerta con el mejor camuflaje: fingir que se es parecido a uno mismo. Y si no la detienes, esa maldad acabará poco a poco con el vecindario entero, cual pernicioso virus.
  

Haneke – a pesar del éxito de la primera película- sucumbe a la tentación de hacer una nueva versión de su propia cinta 10 años después, esta vez en Estados Unidos y con destacados y conocidos actores de la industria hollywoodense: Naomi Watts y Tim Roth encabezan el elenco. Y la verdad es que en la era del remake ¿porqué no autohomenajearse uno mismo antes de que otro lo haga? Si ha llegado el momento de que la historia sea conocida por las nuevas generaciones, quizás seas adecuado que el propio autor se las cuente. Además, “Funny games” es uno de esos extraños casos en que la propuesta no necesita modificarse en esencia porque sigue siendo válida, creíble y en este caso, también aterrorizadora.
  

Haneke hace además de una nueva versión de su propia película, una lectura nueva del sicópata amable, que no es necesariamente resultado de la marginación, la ignorancia, o la pobreza. Una maldad surgida de la nada, quizás de la naturaleza misma de quien encuentra en la tortura un único y particular modo de satisfacción. Tan pertubardor resulta el paria marginado, como el chico que teniéndolo todo busca emociones tan pervertidas como extremas.
  

Los sicópatas en cuestión, son dos chicos vestidos de blanco, con peinado formal, sin tatuajes ni lenguaje obsceno. La idea conduce directamente a “Naranja mecánica” (“Clockwork orange”, S.Kubrick, 1971). Es como si Alexander DeLarge nos visitara en pleno siglo XXI y nos dijera mirándonos a los ojos desde su cínica sonrisa torcida: Volveré y seré millones… Y al igual que entonces, hay que tener precauciones con el chico que toca a pedir prestado el teléfono, por muy decente que se vea.
  

Otro ejemplo reciente de lo necesario y útil de educar a los niños para que no abran la puerta a cualquiera, es “Los extraños” (“The strangers”, 2008). Bryan Bertino escribe y dirige este thriller basado en hechos verídicos sucedidos en 2005 cuando una pareja es asesinada, de forma brutal y violenta, sin que nunca se esclareciera el caso del todo.
  

James Hoyt (el protagónico masculino) elige precisamente una boda para proponerle matrimonio a Kristen McKay, su novia. La cosa acaba mal con el conocido “no estoy lista.” El pobre hombre, que ya había preparado todo para una velada romántica en la cabaña de campo de sus padres, debe ir con la frustración atravesada a tratar de pasar la noche, con una mujer que ya le dijo que no quiere pasar el resto de su vida con él.
  

Y si creen que el desamor es la causa de que ambos pasen la peor noche de su vida, están muy equivocados. Una auténtica historia de terror y violencia se desarrolla a partir del momento en el que lo que parece ser una perturbada chica, toca a la puerta buscando a alguien. Todos los elementos del género hacen su aparición para generar un ambiente de pánico que termina de manera brutal y sangrienta.
  

Pero a pesar de los evidentes lugares comunes, que son además perfectamente reconocibles, la película hace una conjetura de algo que en realidad sucedió. Y en plena era de la informática y las redes sociales, la verdad es que quedas acorralado y solo en un espacio que crees conocer bien.
  

Finalmente, entre las muchas cintas que abordan el tema, es importante mencionar “La venganza en la casa del lago” (The last house on the left”) que también cuenta además de su primera versión en 1972, con un remake filmado por el mismo director en 2009. Y estamos hablando de Wes Craven, para muchos todo un master horror contemporáneo, especializado en historias de sicópatas que matan a sangre fría.
  

Craven se “autohomenajea” volviendo a filmar uno de sus clásicos, que combina la fórmula del intruso con la de la venganza. Interesante, si tomamos en cuenta que en este tipo de películas pocas veces le otorgan a la victima la posibilidad de vengarse. En esta historia, dos chicas violadas por una banda de delincuentes y expresidiarios son abandonadas cerca del algo dándolas por muertas. Una de ellas no lo estaba y logra llegar a la casa de campo de sus padres a la orilla del lago. Los violadores desconocen la relación entre su víctima y los moradores de la casa y llegan a pedir ayuda, ya que uno de ellos resulta herido durante el ataque a las chicas. Es aquí cuando la delgada línea de víctimas y victimarios se confunde hasta tal punto, que uno al final no sabe a quien tenerle mas miedo.
  

Pero Craven no aporta mucho en su segunda versión. El gusto de volver a hacer las películas que lo hicieron famoso parece responder más a un intento de seguir haciendo dinero en taquilla que presentar una verdadera propuesta renovada.
  

En general, todas estas películas juegan con el miedo a los extraños y a la invasión de la intimidad. Ataques feroces y brutales nos remiten al lado más salvaje de los cuentos en donde se trataba de adiestrar a los pequeños para no caer en engaños. Muchos lo entendimos, otros no. Y la moraleja acaba siendo clara: la excesiva confianza de brindarle tu casa a un extraño es una falta que se paga de modo excesivamente caro.
  

Al final, la madre de los cabritillos tenía razón: que muestre una pata por el pestillo, que escuchen la voz de mamá y no gruñidos, que no se dejen engañar hijos míos. Si nada de eso funciona, quedarán indefensos ante el lobo, al que habrá que abrirle la panza para devolverlos a la vida, en un extraño y controversial final feliz, un último y audaz detalle “gore” de los cuentos clásicos: a la bestia no la dejarás con vida.