Por Hugo Lara Chávez
Pedro Almodóvar tiene el genio para que lo truculento, lo extravagante y lo morboso se vuelva poético, sublime y elegante. En manos de otro esto sería una melodrama insoportable o un delirio fallido. La piel que habito es otra lección de lo que ha logrado conformar este cineasta manchego a lo largo de su brillante trayectoria de más de 30 años: una obra personalísima, llena de señas de su propia identidad y obsesiones, sea en la música o los colores, pero más que nada en sus personajes atormentados y torcidos y en sus atmósferas pletóricas de detalles y de sorpresas.
El filme propone una estructura compleja, llena de retruécanos y giros de tuerca. No corre de forma lineal sino disgregada, como un rompecabezas que se irá armando. Está centrada en un exitoso y rico cirujano Robert Ledgard (Antonio Banderas) que experimenta con Vera (la guapísima Elena Anaya) una mujer a la que aparentemente ha creado. Poco a poco sabremos que en ella ha experimentado indebidamente, a espaldas de la comunidad científica, para desarrollar un tipo de piel que resiste al fuego y a otros males. Gradualmente, es revelado que Banderas perdió a su mujer cuando ésta saltó de una ventana de un hospital, luego de permanecer convaleciente tras haber sido desfigurada por el fuego. También, se sabe que a la mujer que ha creado la ha hecho a imagen y semejanza de su esposa muerta.
Alrededor de esta premisa, aparecen y desaparecen personajes clave, en un vaiven de momentos y épocas que suceden en el transcurso de una década: Marilia (Marisa Paredes, siempre solvente), la fiel ayudante del cirujano, quien resulta ser también su madre secreta; un delincuente brasileño, que no sólo tiene un parentesco con el protagonista sino que es fundamental para comprender el desarrollo de la trama; la hija que sufre graves trastornos tras presenciar el suicidio de su madre, así como un chico que intenta seducirla y que por eso se mete en problemas insospechados, en fin.
El filme está basado en la novela Mygale/Tarántula (1984) de Thierry Jonquet. Es un relato inquietante y perturbador, de una carga fetichista y sado-masoquista, a veces explícita y otras tantas sutiles. El personaje podría ser un Frankestein moderno, rebasado por su locura y sus fantasías. En otras parte, hay signos que recuerdan al fetichismo de Buñuel sobre todo de Ensayo de un crimen, pero también a los thrillers de Hitchcock como Vértigo, o bien al mismo Almodóvar de Hable con ella.
El cineasta ha inclinado también cierto estilo con notas brasileñas, sea por la música u otros componentes, como antes lo había hecho con las reminiscencias del bolero mexicano o cubano. Otro aspecto destacado es el trabajo de la escenografía, en particular lo relativo a la lujosa casa del protagonista, que también es su clínica privada, en medio del campo, donde suceden la mayor parte de las acciones.
Igualmente ha sido fundamental el reencuentro con uno de sus actores más destacados, Antonio Banderas, quien fue un importante aliado suyo de sus primeras películas que alcanzaron éxito internacional, como Matador o La ley del deseo. Y precisamente una de las mayores fortalezas de Almodóvar es el trabajo con sus actores, que sabe dirigir en tono y forma, sin los excesos a los que invita la historia.
La piel que habito es un viaje alucinante al universo de Almodóvar, otra inteligente fábula sobre las angustias humanas, que conmueve y causa dolor, así como las contradicciones del amor y el odio, que no deja de causar asombro.
La piel que habito. Título internacional: The skin I live in. Dirección: Pedro Almodóvar. País: España. Año: 2011. Duración: 120 min. Género: Drama. Interpretación: Antonio Banderas (Robert Ledgard), Elena Anaya (Vera), Marisa Paredes (Marilia), Jan Cornet (Vicente), Roberto Álamo (Zeca), Blanca Suárez (Norma), Eduard Fernández (Fulgencio), José Luis Gómez (Presidente del Instituto de Biotecnología), Bárbara Lennie (Cristina), Susi Sánchez (madre de Vicente), Fernando Cayo (médico). Guion: Pedro Almodóvar; inspirado en la novela “Tarántula”, de Thierry Jonquet. Producción: Agustín Almodóvar y Esther García. Música: Alberto Iglesias. Fotografía: José Luis Alcaine. Montaje: José Salcedo.