Por Matías Mora Montero.
La vida es un gran misterio, en específico, el amor es el más grande de sus misterios, bajo su propia naturaleza. El por qué alguien nos llega a gustar o atraer va más allá de la razón, el que nos guste alguien es, por mucho, el acto más humillante y estúpido que podemos cometer. Es, también, el acto más valioso. Con el tiempo, encontraremos el “qué” es que nos gusta, es decir, en género, en sexualidad, en práctica, en fisonomía y actitud, ciertos elementos de personas seleccionadas nos llamarán más que otras. Para un ex-patriado estadounidense envuelto en la vida nocturna homosexual de la Ciudad de México de los años cincuenta, no habrá misterio más grande que la mente de un joven fotógrafo que lo ha cautivado por completo y cuya naturaleza, tanto sexual como de carácter, le son, para el ex-patriado, una cosa indescifrable.
Es este el punto de partida de “Queer”, la nueva película del cineasta italiano Luca Guadagnino, pero más importante aún, la nueva adaptación de la novela homónima de uno de los más importantes escritores de la generación Beat, William Burroughs, donde utiliza su seudónimo William Lee (Daniel Craig) para explorar su propia lucha con su homosexualidad y sus romances de tiempos distantes. En su libertad y estilo Beat, Burroughs creó su Ciudad de México, la habitó como gringo, como homosexual y como adicto; Guadagnino rescata estas vivencias y las combina con un imaginario estético bien cuidado, se aleja de lo que se camina y se ha caminado por nuestra ciudad y construye sets que dan a ver una CDMX conformada enteramente por una cuadra cualquiera de la Condesa o la Roma, donde estilos arquitectónicos como el art deco predominan.
En una visión bonita, simple y artificial, en ciertos planos llenos de tonalidades fuertes incluyendo el rojo mexicano, Guadagnino revela estar más inspirado por el arte mexicano popular que por el espacio mexicano en sí, al construir la ciudad por la que los personajes beben cocas con ron y discuten experiencias sexuales donde compañeros de cama insatisfechos les escriben con jabón “el puto gringo” en sus puertas. Esto está bien, no es como en “Emilia Pérez”, una cinta donde un cineasta europeo se apropia de las vivencias mexicanas para explotarlas sin autenticidad. No, acá Guadagnino busca crear algo ajeno a la realidad. En su película menos convencional, configura espacios que benefician secuencias de sueños surreales, de caminatas aisladas y miradas carnales.
Una amiga con la que vi la película comparó la Ciudad de México que ésta concibe con un laberinto. Esto me hace sentido, no sólo por el elemento visual, sino por cómo nuestro protagonista está en una encrucijada mental que lo domina por completo: la comunicación con Eugene (Drew Starkey), el chico por el que se le ha generado una atracción inmensa, un chico distante, frío y con una sexualidad ambigua.
Para Lee, penetrar a Eugene no se queda en lo corporal: debe haber algo mental, algo místico, algo que rompa con la pared que él siente se ha levantado entre ambos hombres. En su locura, en su sed por lo exótico, por la aventura, por las grandes respuestas, Lee investiga sobre una planta mágica y con habilidades supuestamente telepáticas en el Ecuador, una que espera probar con Eugene y así, poderse “comunicar sin la necesidad de hablar”, como él mismo lo dice. Esta planta es la ayahuasca, y se convierte en el viaje y misión de esta extraña pareja de gringos el encontrarla entre las selvas, con las abstinencias de otras drogas y sus experiencias sexuales irregulares, donde el deseo recíproco está en constante duda.
Para embarcarnos a todos en esta psicodélica, surreal y sentimental aventura, Guadagnino reúne el mismo equipo técnico (guionista, cinefotógrafo, editores, compositores, etc.) con quienes este mismo año nos trajo la eléctrica y entretenida “Desafiantes”, pero en esta segunda película de 2024 la atmósfera y objetivo no podrían estar más distantes a aquella. Donde en “Desafiantes” reinaba la música electrónica, la cámara ágil y juguetona y la edición veloz, en “Queer” reina una música donde los grandes compositores Trent Reznor y Atticus Ross recurren a los instrumentos de viento, a lo calmado, a lo ambiental; es música hilada por completo a los besos, los susurros y tropiezos de la propia película; es música hecha para apreciar los coloridos cielos esparcidos durante el metraje entero de “Queer”, pero no sólo su música se construye a partir de susurros, es una cinta callada, dispuesta a darte a entender a través de las miradas y los objetos.
El cuerpo y sus acciones, sin más, lo llegan a ser todo para revelarnos a los personajes. Una de mis escenas favoritas nos muestra a Lee preparándose heroína y consumiendo dicha droga, es un solo plano que abandona el uso excesivo de canciones populares al que recurre el resto de la película, se queda en los sonidos leves que conlleva esta auto-destrucción, se queda en la profanación de la carne, es glorioso y es el punto en “Queer” que más hace recordar la suciedad sin apología que contiene la adaptación definitiva a la obra de Burroughs, la gran “El almuerzo desnudo” de David Cronenberg.
Me dio gusto ver que Guadagnino no se imponía, había su sello, pero en sí, se inclinaba hacia la obra y más que nada hacia el símbolo de Burroughs, un autor lleno de arrepentimiento, de tristeza, de una melancolía perversa y quizá por eso mismo más honesta; un autor cuya madurez, imaginario y homosexualidad lo convierten en una figura cercana a alguien como Luca Guadagnino, no dudaría en que el propio Guadagnino la considerará su filme más personal, sí, tan sólo porque lo acerca al autor.
“Queer” no es una película que busque otorgar explicaciones, no se esconde en los lugares comunes, porque no hay nada común en el deseo que Lee tiene por Eugene, su deseo sobrepasa lo sexual y carnal, tiene todo que ver con el alma, con la búsqueda implacable e incansable de escuchar el alma del otro.
Traída a México por Mubi, “Queer” llega a salas de cine este jueves 12. Los invitó a abrirse en su imaginario, a encontrarse en sus sentimientos. Es una película inusual, pero sumamente preciosa.