Por Lorena Loeza

Lo había comentado alguna vez en este mismo espacio: el demonio tiene prejuicios de género. O por lo menos la imagen de Satanás que hemos visto en el cine, y los cineastas que han construido el mito “pop” de lo demoniaco en nuestra era, parecen estar muy conscientes de que si de narrar las andanzas del diablo se trata, hay clichés definidos que no se cambian, a menos, claro, que no tengamos mucho interés en que la cosa funcione.

Es así que se pueden distinguir dos importantes vertientes cinematográficas cuando se muestra al demonio – como el mal en persona- en la pantalla: si el demonio decide poseer el cuerpo de alguien para manifestarse, es preferible que sea mujer, entre niña y adolescente y que tenga aspecto inocente, dulce y algo desamparado. El demonio en piel y huesos, gritando, gruñendo y contorsionándose causa mucho mayor impacto si de una mujer se trata, ya que el efecto es el de ver a una persona completamente embrutecida hasta el grado de ser lo opuesto a ella misma.

Pero cuando el demonio está en la tierra para cumplir las profecías y encarnar a su hijo, y dar el banderazo de salida a la era de terror para los hombres en la tierra,  la cosa cambia. Las poseídas serán mujeres –en su mayoría- pero el primogénito de Satán, debe ser un varón. Aquí si hay escasas – casi nulas-  excepciones. Satanás solamente tiene hijas si le sirven para sus propósitos de allanarle el camino al verdadero Anticristo, que reclamará el trono para su padre en la tierra.

La verdad es que el que el primogénito de Satanás sea varón, no debería extrañarnos tanto. Hay quien argumenta que la Biblia misma en El Apocalipsis de San Juan, es sumamente específica: “Aquí hay sabiduría: El que tiene entendimiento, cuente el número de la bestia, pues es número de hombre. Y su número es seiscientos sesenta y seis”

En el cine, por supuesto, la profecía demostró tener mucho potencial para generar un tipo de miedo diferente al del género considerado “clásico.” La idea de un combate frontal con el mal, la posibilidad de que estemos viviendo sin darnos cuenta, nuestra hora más oscura, es sin duda una idea deprimente, paralizante y aterradora.

La primera gran película que aborda el tema del nacimiento del Diablo con la suficiente potencia y credibilidad, como para trascender el género del terror a una nueva etapa, es “El bebé de Rosemary” (Rosemary Baby´s, R. Polansky, 1968). Polansky construye la semilla del satanismo en la gran pantalla, alejado de recursos gore y narrando una historia tan antigua como la humanidad misma, en medio de la modernidad. El diablo consigue cumplir con el ancestral presagio, de nacer de entre nosotros, alimentado por nuestras dudas, miedos y tentaciones en plena ciudad de Nueva York. Esta cinta es pionera en el modo de contar historias de terroríficas centrándose en los personajes, sus angustias y temores, usando muy pocos efectos visuales. Un terror psicológico que trasciende lo sobrenatural, centrado en la madre, aun y cuando el asunto de que el hijo del diablo debe ser varón, nunca deja de estar subrayado. El Anticristo nacerá finalmente de entre los humanos, como el hijo de Dios lo hizo hace más de dos mil años, y todo parece estar preparado y calculado para tal acontecimiento. 

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Pero acaso el filme más famoso, claramente identificado como parte de nuestro imaginario colectivo y que fija todos los clichés de las películas sobre el tema hasta nuestros días, sea “La Profecía” (The Omen, R.Donner, 1976). “La Profecía” va más allá del texto bíblico mismo, al narrar lo que pasaría si el hijo del diablo caminara sobre la tierra. Un relato aterrador sobre un niño diabólico  que dejó huellas profundas en varias generaciones. Al igual que Polanski, Donner entiende que el terror viene de la idea misma que el espectador tiene del mal y sus manifestaciones, no precisamente de lo que vea en pantalla gracias a los efectos especiales. La película logra entonces una extraña amalgama entre creencias populares y antiguas, logrando combinarlas con el miedo colectivo y los terrores socialmente compartidos. La idea del mal personificado, no puede encontrar mejor modo de aterrorizar que en la figura de un niño inocente. Tanta contradicción de sentimientos provoca que al final, el disfraz sea efectivo: nadie puede atentar contra un pequeño niño, lo que deja la puerta abierta para que el mal no muera, y el asunto pueda continuar a través  tres secuelas y un remake.

Vimos entonces como Demian Thorn se volvió adolescente y adulto, siempre como encarnación masculina del mal. Sam Neil logra en este rubro una actuación memorable, que difícilmente ha podido ser superada. Pero a partir de ahí vimos niños diabólicos en historias similares siguiendo el mismo cliché en cintas como 

“La llamada” (The Calling, R. Caesar, 2000) que prácticamente es una relectura de “El Bebé de Rosemary” y “La profecía”, planteando la difícil relación entre madre e hijo, cuando la criatura es hijo del demonio. Otro niño diabólico que tiene la capacidad de influir en la mente de los desdichados secuestradores que lo eligen como víctima es “El hijo del Diablo” (Whisper, S. Hendler, 2007) en donde la idea se aparta del cliché tradicional del cumplimiento de las profecías para mostrarnos al hijo del diablo en acción.

El Anticristo adulto – siempre varón- también fue protagonizado por Ben Chaplin en “Almas Perdidas” (Lost Souls, J. Kaminski, 2000) la cinta, nos muestra un hijo del diablo ignorante de su condición pero envuelto en los cuidados de una secta satánica, que fanáticamente espera el cumplimiento de la profecías. No vemos un Anticristo malvado sino confundido y aterrado, lo cual si constituye un tratamiento diferente.

Otro Anticristo destacado en Keanu Reeves en “El Abogado de Diablo” (The Devil´s Advocate T. Hackford, 1997) en donde el asunto da un giro hacia las form,as misteriosas en que también opera el demonio en la Tierra. Con mayor énfasis en el personaje del demonio mismo – que vemos en los zapatos de un muy sobreactuado Al Pacino- la cinta constituye un interesante conjunto de situaciones que nos hacen pensar que definitivamente, el mayor triunfo del demonio es habernos hecho creer que no existe.

Solamente hay dos casos en los que el demonio tiene hijas, una es justamente en esta cinta, donde Connie Nielsen solamente es engendrada con la idea de convencer a su hermano por la vía de la tentación y ayudarlo a asumir su verdadera naturaleza y en una muy fallida secuela número 4 de “La Profecía”, donde Demian encarna a una niña que por una rara cuestión biológica, nace con el embrión del Anticristo para ayudarlo a volver a nacer. Ambas condiciones subordinadas y muy por debajo de lo que el Diablo encarnado en varón es capaz de hacer.

Representaciones como las descritas, nos han apartado colectivamente de aquellas representaciones en donde Hiltler o Nerón constituían el ejemplo de la maldad hecha hombre. La pantalla grande entiende que esta mirada escatológica hacia el mal constituye un gran nicho, aunque no muy efectivo en todos los casos, algunas de las películas mencionadas no resultan particularmente sobresalientes. Sin embargo, es un estilo dentro del género del terror que siempre lleva espectadores a las salas, entre otras cosas, porque logra ambientar el terror en un ambiente místico y ancestral que resulta muy del gusto del público. Y si es verdad que cada época tiene que luchar con su propia encarnación del mal, la nuestra parece estar tan enamorada del celuloide, que historias como éstas nunca pasan desapercibidas.