Por Sergio Huidobro
Desde Morelia
Todo festival con las dimensiones del Internacional de Cine de Morelia (FICM) implica una inmersión tan honda en las novedades inexploradas, que a ratos se va haciendo necesario salir a tomar aire (es un decir) mudándose por dos horas a alguna de las secciones paralelas, tanto más si son retrospectivas o nos permiten refugiar los ojos en algo ya visto, un clásico restaurado o una favorita personal. Entre mis recuerdos de Morelia en los años recientes, tanto cuentan las memorias de ver algo por primera vez, de “La La Land” a “Birdman”, “La muerte de Luis XIV”, “Las elegidas” o “Post Tenebras Lux”, que funciones discretas y vibrantes de “Blade Runner”, “Alucarda” o “Distinto amanecer”.
Una retrospectiva como la dedicada este año a la casa productora Cinematográfica Marte es ambas cosas: al mismo tiempo, revisión y descubrimiento. No conozco ni recuerdo ningún otro intento, ni editorial, académico, institucional ni festivalero, por agrupar la producción de dicho estudio y presentarlo como una trayectoria integral, a pesar de ser el sello responsable de la producción de títulos tan presentes en el imaginario como “Los caifanes” (1966), “Tacos al carbón” (1972) o “Patsy mi amor” (1969). Este olvido no es una excepción: la historia de nuestras casas productoras, lo mismo industriales como CLASA que independientes y rebeldes como Marte o Teleproducciones S.A., sigue sin ser escrita como eso, como una historia.
Los origines de Marte están en el parricidio. Sus fundadores, Fernando Pérez Gavilán y Mauricio Walerstein, fueron hijos de Guillermo Pérez Gavilán y Gregorio Walerstein, el primero cabeza de los enormes Estudios América (cuya gerencia legó a Fernando) y poderoso propietario de salas; el segundo, legendario productor, era uno de los artífices de la elevada producción en los cincuenta y de mecanismos estatales como el Banco Cinematográfico. Uno y otro padre encarnaban a su manera la vieja guardia, la política de “puertas cerradas” del Sindicato de Trabajadores de la Producción Cinematográfica que impedía a cal y canto la renovación de cuadros en el quehacer fílmico, desde realizadores hasta jala cables. Sus hijos, asociados como una bocanada de aire fresco y aliados con una generación intelectual efervescente que incluía a los jóvenes Carlos Fuentes, Monsiváis, García Márquez o Carlos Chávez, una vez convencidos de que las puertas no se iban a abrir, las tiraron.
Cinematográfica Marte, bautizada así en honor al dios de la guerra, encarna nuestra propia Nueva Ola mejor que nadie o nada, y los títulos gloriosamente restaurados por la Cineteca Nacional y proyectados en el XV FICM, proponen una lectura integral de esta casa productora como motor protagónico de la cultura en el México de hace medio siglo. El programa presentado incluye: “Los caifanes” (1967), “Patsy mi amor”, “Trampas de amor”, “Paraíso” (las tres de 1969), “Para servir a usted”, “Las puertas del paraíso” y “Siempre hay una primera vez” (las tres de 1971).
Un periodo de apenas cuatro años de producción se recorre en estos días en Morelia, pero es suficiente para dar una idea del nuevo vigor que las cintas inyectaron a la industria, acompañadas de otros iconos de esa década como “La fórmula secreta”, “En el balcón vacío” o “En este pueblo no hay ladrones”. Sin estar producidas por Marte, {estas participaron del mismo canto de guerra que Pérez Gavilán y Walerstein, aquellos jóvenes de aquella vieja nueva ola utilizaron para irrumpir en medio de una industria envejecida y petrificada, un canto de batalla que podría estar en boca del mítico Estilos (Carlos Chávez) en aquella escena de Los caifanes: “!Ora si, mis calenturas, ya llegó su mejoral”.