Por Hugo Lara Chávez
La velocidad y la adrenalina a bordo de un flamante automóvil a toda marcha es un símbolo de virilidad, de potencia, de vértigo sexual. La publicidad y los medios han construido artificialmente esa imagen del automovilismo y en torno a ello se ha creado una cultura de adoradores de coches que comprende distintas modalidades, desde el de las altas competencias deportivas hasta el del culto callejero. A este último ámbito pertenece la saga cinematográfica de The Fast and The Furious, donde jóvenes intrépidos desfogan su subversión en carreras ilegales y en delitos millonarios, a bordo de autos sofisticados y poderosos.
Este verano llega a las pantallas su tercera entrega, The Fast and the Furious 3: Tokyo Drift (2006), que repite la fórmula de las anteriores, con la novedad de que esta vez las acciones se trasladan a Japón, en el ambiente clandestino del drifting, una suerte de concursos de derrapones en máquinas tripuladas por pandilleros.
Metiendo tercera
La primera entrega de esta saga, en 2001, proponía la historia de un policía encubierto (Paul Walker) que se infiltra en un grupo de corredores callejeros, con el fin de descubrir su vínculo con una serie de atracos de mercancía. Durante la misión, el policía de marras establece una amistad con el jefe de la banda (Vin Diesel), situación que lo pone en un predicamento moral. Esa primera película de acción, dirigida por Rob Cohen, resultó atractiva para millones de cinéfilos en el mundo, cuyo éxito en taquilla refrendó la dudosa valía del cine desechable.
Los productores, como sucede en estos casos, quedaron tan complacidos que le dieron continuidad al ensayo, primero con la secuela Más rápido, más furioso (2 Fast 2 Furious, 2003) dirigida por John Singleton y donde repitió Paul Walker en el estelar, y ahora con The Fast and the Furious 3, protagonizada por Lucas Black (a quien vimos en Friday Night Lights, 2004 y Jarhead, 2005). y realizada por el novato Justin Lin. Este joven director, nacido en Taiwán pero criado en Estados Unidos, fue saludado en el prestigiado Festival de Sundance con una nominación como mejor director por su largometraje Better Luck Tomorrow (2002), que vaticinaba el alumbramiento de un notable director del cine independiente. Aunque parece que tan buen deseo ha quedado para mejor momento.
Una película de fórmula
Según nos explica el propio Lin, durante una visita al set, la cinta narra las aventuras de un joven aficionado a los autos que comete en su ciudad reiteradas infracciones. Para evitar la cárcel, viaja a Tokio con la idea de pasar una temporada con un pariente suyo. Ahí se relaciona, por medio de otro chico estadounidense, con el mundo callejero del drifting y establece de inmediato una rivalidad con el jefe de una banda local, quien a su vez tiene una conexión con la mafia de la ciudad. Con cierta pretensión, la historia integra el férreo código de honor de la cultura japonesa, como uno de los activos que buscan darle más fuerza dramática a los pandilleros japoneses. Añádasele a la historia una bella chica, un romance, un botín, persecuciones y ¡listo!, se hornea una esponjosa película de acción.
Uno de los desafíos de The Fast and the Furious 3 será lograr atraer al público de sus anteriores entregas sin ofrecerles los llamativos nombres de Paul Walker y Vin Diesel, que ya no figuran en su cartel, a cambio de un puñado de actores menos conocidos, entre los que figura Brian Tee, el rapero negro Bow Wow y las bellas Nathalie Kelley y Caroline de Souza Correa.
Tachido tusuru
Dice el chiste que en japonés eso quiere decir “está bonito tu coche”. Y en el drifting la estética es un valor muy apreciado. El drifting es una competencia de autos modificados normalmente por sus propios dueños, con motores potentes, llantas anchas, carrocería decorada con llamativos motivos. Este tipo de competencias, conocidas en japonés como Dorifto, data de los primeros años que siguieron a la Segunda Guerra Mundial.
Los jóvenes japoneses comenzaron a practicar el descenso montañoso cuyo desenlace consistía en una patinada espectacular. “No se mide el tiempo ni la velocidad —nos explica Joe Tochi, asesor de la producción y especialista en el tema—, sino el ángulo, la rapidez del giro, el estilo y la audacia. Es una prueba de apreciación”, asevera. “Lo que resultó ser una competencia callejera, que se servía de pistas rústicas y tecnología barata, poco a poco se fue refinando y hace cosa de una década se profesionalizó a nivel mundial. Hay grandes figuras de este deporte, como el rey del drifting, Tsuchiya Keichi”, puntualiza. Una de las ideas del filme es crear una asociación entre los personajes de la cinta que practican este deporte y las convicciones del honor de la cultura japonesa.
En la actualidad, los autos que participan en estas competencias llegan a tener un valor promedio de 20 mil dólares. Tochi nos muestra el lote de los que están usando en la producción, todos decorados con dibujos muy originales y de marcas sobre todo niponas, como el Nissan 350Z o el Mazda RX-7, aunque también pueden hallarse un Golf VW verde chiclamino y otras máquinas resplandecientes.
La voz del eterno crítico
Nadie en el mundo espera gran cosa de esta película, salvo entretenimiento simple. La podrán disfrutar en especial los seguidores del automovilismo y los deportes extremos.
¿De qué se trata en una línea?
Shaun Boswell, un adolescente apasionado por las carreras clandestinas de autos, viaja a Tokio y se involucra en el submundo del drifting. En ese ambiente establece una rivalidad con el líder de una pandilla, un tal D.K, extraordinario piloto ligado a los yakuzas, una red criminal local.

