Por Hugo Lara Chávez

El notable cineasta estadounidense Martin Scorsese, uno de los más prolíficos y constantes de su generación, hace una segunda versión de “Cabo de miedo” (“Cape Fear”), película de 1962 que dirigió el británico Lee Thompson y que llevaba en los papeles estelares a Gregory Peck y Robert Mitchum. Basándose en la novela de John D. MacDonald, “The Executioners”, Scorsese y su guionista Wesley Strick le dan un tratamiento a su adaptación que se orienta hacia las preocupaciones del director, además de que lleva un papel protagónico el actor predilecto de Scorsese: Robert de Niro, lo que ya es una garantía del trabajo.

Max Cady (Robert de Niro), sentenciado por violación, sale libre después de 14 años de cárcel dispuesto a vengarse de quien fue su abogado defensor, Sam Bowden (Nick Nolte), quien escondió evidencia que pudo haberlo salvado del presidio. Cady sigue un astuto plan para acorralar a Bowden: lo provoca, intimida a su esposa y a su hija adolescente, golpea y viola a su amante. Bowden, por su parte, no puede librarse de su enemigo ni con la ayuda de sus amigos policías, ni con el detective que contrata para cuidarlos, pues Cady no deja ningún rastro que lo involucre. Las argucias de Cady son superiores a cualquier intento de defensa por parte de su víctima. Oprimido por el terror, Bowden y su familia huyen de su pueblo y se refugian en un yate, entre las caudalosas aguas de un río donde ellos creen que están a salvo del peligroso psicópata. Sin embargo, para deshacerse de la furia de Cady faltará más que eso.

Existe un cambio importante en el tratamiento de Scorsese: en la versión de Thompson  Sam Bowden es quien testifica en contra de Cady, lo que le costará la sentencia. Aquí, Bowden fue el abogado de Cady, quien escondió pruebas en favor de su cliente por considerarlo de antemano culpable. Scorsese le ha dado un nuevo sentido a sus personajes y un nuevo giro a su enfrentamiento. Cady se ha convertido en un experto abogado, gracias a su aprendizaje autodidacta dentro de la prisión. De este modo, Cady opera su obsesiva venganza, paradójicamente, con una lucidez y una racionalidad asombrosa. El duelo entre los dos personajes, el malo y el bueno, rebasa la simpleza patológica para entrar en un terreno más complicado: de algún modo, Bowden es culpable de no haber librado a su cliente de la sentencia, y por tanto será vulnerable a enredarse en la malignidad de Cady.

“Cabo de miedo” retoma varios de los elementos que han poblado gran parte de la filmografía de Scorsese como “Calles peligrosas”, “Taxi Driver”, “Toro salvaje” o “La última tentación de Cristo”, afinidades que se manifiestan en sus personajes y que resumen la duda, la soledad, la culpa y el deseo de redención. La riqueza dramática de “Cabo de miedo” depende de estos elementos, de sus personajes antagónicos que en el fondo son semejantes: Scorsese establece un curioso juego entre el abogado Bowden, y el psicópata Cady, quien ha venido a juzgarlo y hacer justicia, una justicia distinta pero justicia al fin, tan cruel y despiadada como el enfrentamiento a pedradas entre los dos personajes, dos “litigantes” en medio del fango y la tormenta. No demuestra la fragilidad del humano, sino su ambigüedad, que puede llevarlo de un extremo pacífico y armónico, a la más exacerbada brutalidad.

Scorsese ha optado por desatar la violencia y el terror sobre sus personajes explícitamente, pero también sabe equilibrarlo con un tono más sugestivo, lo siniestro, como en “Taxi driver”, es exacerbado en la ilusión, en la tortura sicológica. Cady, magníficamente encarnado por De Niro, es la maldad absoluta, casi metafísica, quien conducirá su oponente hacia una posición exactamente igual. En “Cabo de miedo” hay momentos que en que la trama se conduce de un terror y un suspenso bien guiado, hacia la exageración y lo ridículo. Desde un principio, introducido por el relato de la hija adolescente de Bowden, se sospecha el suspenso, pero de eso también se parte hacia una confusa realidad, interrumpida por la violencia y la obsesión de un psicópata.

“Cabo de miedo” no es la película más redonda de Scorsese, sin embargo, el virtuosismo ya conocido de este director, su gran capacidad de relatar, aunado a una musicalización bien trabajada por Elmer Bernstein y una edición de Thelma Schoonmaker, la hacen de un ritmo constante, a veces incómodo pero siempre bien dosificado. Como detalle curioso, Gregory Peck y Robert Mitchum, aparecen en esta nueva versión, el primero como abogado de Cady y el segundo como inspector de policía.

Por Hugo Lara Chávez

Investigador, escritor y cineasta, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Artes (2023). Egresado de la Licenciatura en Comunicación por la Universidad Iberoamericana. Ha producido el largometraje Ojos que no ven (2022), además de dirigir, escribir y producir el largometraje Cuando los hijos regresan (2017) y el cortometraje Cuatro minutos (2021). Fue productor de la serie televisiva La calle, el aula y la pantalla (2012), entre otros. Como autor y coautor ha publicado los libros Pancho Villa en el cine (2023), Zapata en el cine (2019) en calidad de coordinador, Dos amantes furtivos: cine y teatro mexicanos (2016), Ciudad de cine (2011), *Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-2011* (2011), Cine y revolución (2010) como editor, y Cine antropológico mexicano (2009). En el ámbito curatorial, fue curador de la exposición La Ciudad del Cine (2008) y co-curadór de Cine y Revolución presentada en el Antiguo Colegio de San Ildefonso (2010).En el ámbito periodístico, ha desarrollado crítica de cine, investigación y difusión cinematográfica en diferentes espacios. Desde 2002 dirige el portal de cine CorreCamara.com. Es votante invitado para The Golden Globes 2025.