Por Hugo Lara Chávez

Debido a la cercanía en ese momento, tuve el atrevimiento y el arrojo de ir al cine Géminis 2 para ver “Drugstore Cowboy”. Fue una decisión equivocada. Aunque ya no es nada extraordinario llegar a una sala de exhibición de los cines irónicamente llamados plus y encontrarlos sucios y descuidados, el cine Géminis raya en el exceso: el suelo está cubierto por una capa pegajosa, producto de los refrescos caídos en el último lustro; los tapices de las butacas están embarrada de x tipo de sustancias extrañas, que resultan un auténtico desafío a nuestro valor si nos arriesgamos a sentarnos; y desde luego, las industriales cantidades de palomitas y de envolturas de golosinas que están esparcidas por todo el cine.

Hay un gran público que prefiere quedarse cómodamente en su casa viendo la televisión o alguna película en video, y así evitarse el sufrimiento de acudir a estas mugrientas salas de exhibición. Los exhibidores se quejan de dos cosas básicas: que la gente se ha alejado del cine y que los precios de las entradas no son suficientes para cubrir el mantenimiento de las salas. Entonces parece evidente que deben ajustarse los precios y convertir a las salas de exhibición en lugares que desquiten verdaderamente el valor de un boleto, y que resulten sitios agradables y cómodos para que el público que acuda a ellas, esté dispuesto a regresar. Debe haber un remedio urgente a esto.

Exhibida en la Muestra de Cine de 1990, es estrenada finalmente “Drugstore Cowboy”, la tercera película de Gus Van Sant Jr. realizada en 1989, posterior a “Mala noche” (1985) y a “Five ways to kill your self” (1987). De Van Sant no se ha visto aún en México “My own privated Idaho”, su último film realizado en 1990. Basado en la novela de James Fogle, el guión de “Drugstore cowboy” estuvo en manos del propio director y de Daniel Yost.

Es la historia de Bob Hughes (Matt Dillon), un jovenzuelo que liderea a una banda de asaltantes compuesta por su chica Dianne (Kelly Lynch), por su fiel seguidor Ricky (James Le Gross) y por la novata pareja de este último, Nadine (Beah Richards). Es 1971 en Portland, en la fría región del noroeste estadounidense. El botín de los cuatro asaltantes son los preciados fármacos, sustancias que obtienen de sus robos a farmacias y hospitales. El rudo policía les viene siguiendo la pista, pero no ha podido aprehenderlos con los fuertes cargos que significarían una larga condena para Bob. Tras una serie de incidentes con la policía, Bob y sus secuaces se animan a viajar para romper con una racha de mala suerte. Durante el viaje, Nadine muere de una sobredosis y Bob se decide a entrar a una clínica para ser rehabilitado, mientras que Dianne y Ricky continúan su vida delictiva. Pero Bob tendrá un final fatídico debido indirectamente a su pasado con las drogas.

Le película (que es un largo flashback de Bob camino al hospital en la ambulancia) está planteada básicamente en tres episodios: la introducción a los personajes, a su vida delictiva y a su mundo de las drogas; el segundo segmento, es el viaje de los cuatro personajes hasta la muerte de Nadine; y finalmente, la terapia de Bob para tratar su adicción, hasta que es herido por David, un drogadicto. En esta última parte, cobra fuerte importancia un nuevo personaje, el Padre Tom (ni más ni menos que William Burroghs), un ex sacerdote quien también padece de la adicción a los fármacos. En la primera parte, debe destacarse la situación jerárquica, elemental y primitiva que responde no a un dominio intelectual de Bob, sino  a su capacidad intuitiva. La interacción de los personajes va estructurando los códigos para ellos, las supersticiones, las reglas en el juego de estos delincuentes. Se establece un extraño vínculo entre lo más trivial y ruin de los personajes, y su esencia más humana e inocente.

El relato es en primera persona, conducido por la narración en off de Bob. El montaje (empezando y terminando con el esquema de una película casera) corre un papel importante en la estructura dramática, que aunque supo inspirarse en la herencia del cine marginal de los 60, se guía por las evocaciones anecdóticas de Bob. Por otra parte, debe mencionarse el buen trabajo de ambientación. En el aspecto formal, la textura y los tonos se combinan con el nublado paisaje de Portland, matizan a las fantasías de Bob, entre infantiles y grotescas, quien bajo el influjo de algún estimulante sabe responder y obedecer al fuerte arrastre de las drogas, a la superstición que él mismo ha creado: hablar de perros, por ejemplo, o poner un sombrero sobre una cama, puede desencadenar una terrible racha de mala suerte.

 Dentro de este código delirante y “sagrado”, del cual Bob es dueño, y donde permite y obliga a que participen sus compañeros, existe una realidad ambigua, que alterna con la de la justicia del rudo policía que está cazando drogadictos, del sheriff que no persigue cuatreros, sino asaltantes de farmacias. Un código para Bob al que se debe ser fiel, incluso durante su propia rehabilitación. No es un asunto ligero, a diferencia de David, “el chico que creció viendo televisión”, para quien matar y robar es una cosa ordinaria. Diametralmente opuesto a David, el Padre Tom se acerca al concepto mundano y sórdido que al mismo tiempo es espiritual y amoral (“compartía sus fármacos con los que no tenía”). La ironía del juego, el lento transcurrir conducen al final lógico (“sólo los “yonkis” sabemos cuál será nuestro futuro durante un viaje”, dice Bob): herido suciamente por David, la propia policía escolta a Bob al lugar donde hay más fármacos en todo el pueblo: el hospital.

Por Hugo Lara Chávez

Investigador, escritor y cineasta, miembro del Sistema Nacional de Creadores de Artes (2023). Egresado de la Licenciatura en Comunicación por la Universidad Iberoamericana. Ha producido el largometraje Ojos que no ven (2022), además de dirigir, escribir y producir el largometraje Cuando los hijos regresan (2017) y el cortometraje Cuatro minutos (2021). Fue productor de la serie televisiva La calle, el aula y la pantalla (2012), entre otros. Como autor y coautor ha publicado los libros Pancho Villa en el cine (2023), Zapata en el cine (2019) en calidad de coordinador, Dos amantes furtivos: cine y teatro mexicanos (2016), Ciudad de cine (2011), *Luces, cámara, acción: cinefotógrafos del cine mexicano 1931-2011* (2011), Cine y revolución (2010) como editor, y Cine antropológico mexicano (2009). En el ámbito curatorial, fue curador de la exposición La Ciudad del Cine (2008) y co-curadór de Cine y Revolución presentada en el Antiguo Colegio de San Ildefonso (2010).En el ámbito periodístico, ha desarrollado crítica de cine, investigación y difusión cinematográfica en diferentes espacios. Desde 2002 dirige el portal de cine CorreCamara.com. Es votante invitado para The Golden Globes 2025.