Por Hugo Lara
De manera lógica y natural, el cine mexicano ha sustraído algunos de sus nutrientes temáticos de los distintos capítulos de nuestra historia, especialmente de aquéllos que han forjado la identidad de nuestra cultura y nuestra sociedad: la independencia, la guerra de la Reforma, las intervenciones extranjeras o las gestas revolucionarias. En el cine, esto se ha dado a través de diversas perspectivas, ya sea como un ejercicio revisionista con rigor o como un marco contextual, donde existen múltiples márgenes —de la épica a la aventura, de la comedia al romance— para establecer cualquier relación entre la Historia con mayúsculas y una historia con minúsculas.
Dentro del complejo entramado de la Historia, la conquista y la colonización española son episodios que han despertado mucha curiosidad y motivado amplias reflexiones dentro del cine mexicano, puesto que se trata de momentos fundacionales de nuestro país y, en más de un sentido, son temas incandescentes que aún no se han explicado lo suficiente y no han agotado su gran veta de discusión, indudablemente porque sus interrogantes y sus vínculos con nuestro presente —como el mestizaje o la opresión indígena— siguen abiertos y vigorosos. En los últimos diez años, varios cineastas se han ocupado de ello a través de algunos películas que han explorado, por distintos frentes, las implicaciones de esa parte de la Historia, algunos signados por lo que se ha llamado amablemente ‘el quinto centenario del encuentro de dos mundos’ y, otros tantos, cuya referencia ha sido ya la era de los pasamontañas zapatistas.
En la película ‘Cabeza de Vaca’ (1991), el realizador Nicolás Echevarría se abocó a narrar la aventura del oficial Álvar Núñez Cabeza de Vaca, tesorero de la malograda expedición española que encabezó Pánfilo de Narváez a la Florida en 1528, cuya crónica autobiográfica fue publicada en 1542 bajo el título de ‘Naufragios’. Como consecuencia de los desastres que rodean al viaje, Cabeza de Vaca es dejado a su suerte junto a dos sobrevivientes más en tierras indígenas aún no conquistadas. Para el personaje esto supondrá una odisea mística que lo hace recorrer Texas, Arizona y el noroeste de México a lo largo de ocho años. Echevarría plantea en su relato el encuentro de españoles e indígenas con una lente muy original, pues no se centra en lo hazañoso de la anécdota sino en el asombro y el sometimiento de un conquistador ante el enigmático mundo indígena.
En una de las varias lecturas posibles, la película da cuenta de uno de uno de los principios del sincretismo religioso-cultural de nuestro país. En este sentido, el realizador se sirve de su buen conocimiento y su interés de las costumbres, las tradiciones y el misticismo indígenas a los que ya se había acercado en sus anteriores cortometrajes, como en sus apreciados documentales ‘Judea-Semana Santa entre los coras’ (73), ‘Hikure-Tame-Peregrinación del Peyote’ (75) y ‘Tesgüinada-Semana Santa tarahumara’ (79), así como ’Poetas campesinos’ (80). En el tejido narrativo de ‘Cabeza de Vaca’, Echevarría establece una comunión, a veces hasta niveles poéticos, entre las propuestas discursivas y los magníficos conceptos visuales, confiriendo consistencia a las acciones, las situaciones y los diálogos, incluso en aquéllos que ocurren en dialectos indígenas.
En el proceso de la conquista y la colonización española, es sabido que, sobre la milicia, la iglesia tuvo alcances de mayor profundidad. Los misioneros dominicos, jesuitas, franciscano y de otras órdenes católicas recorrieron el país y fundaron comunidades con el fin de adoctrinar y evangelizar a los indios. Su influencia fue mucho más vasta en términos de lo que significó para la conformación de una identidad mexicana. Sobre estos personajes, el experimentado cineasta Felipe Cazals dirigió ‘Kino’ (1992), basada en la vida de Eusebio Francisco Kino, un misionero jesuita de origen italiano que arribó al país en 1681 y que encabezaría la exploración y colonización de Sonora, Baja California y Arizona. La semblanza que Cazals hace sobre Kino, a partir de un argumento suyo, de Tomás Pérez Turrent y de Gerardo de la Torre, está cifrada sobre todo en la comprensión de un emisario de Dios confrontado en un hostil entorno. Si bien en el relato son ponderadas las bondades de este religioso —a quien se atribuye la introducción de la agricultura y la ganadería en la región o la confirmación de que Baja California era una península y no una isla— también se disecciona al personaje como un hombre que asume su condición terrenal, sembrada de sacrificios y de combates, de una dualidad que su propio cometido le exige, llevar la palabra de Dios, con amor o con sangre. En este filme, Cazals hace notar por momentos la solidez de un estilo que se muestra plenamente en otras de sus cintas, como ‘Canoa’ (1975) y ‘Las Poquianchis’ (1976).
Sobre otro personaje con un perfil semejante, el realizador Sergio Olhovich llevó a la pantalla ‘Bartolomé de las Casas, La leyenda negra’ (1992), acerca de Fray Bartolomé de las Casas, el célebre misionero dominico que fuera obispo de Chiapas y que actuó en defensa de los indios durante los primeros años de la conquista y la colonización española en el siglo XVI. La película está basada en la obra teatral del dramaturgo catalán Jaime Salom cuya adaptación estuvo a cargo del propio cineasta y de Sergio Molina. Sobre la estructura que aporta la obra original, el director construye un relato en el que se examina, a través de un bosquejo del protagonista, los conflictos que entrañaron la imposición militar y religiosa del imperio español sobre los pueblos indígenas. Bajo la superficie del filme, fluye un alegato de reivindicación de las culturas indo-americanas que se expresa principalmente con los diálogos y que, en algunos momentos, rompe con la teatralidad y logra un justo equilibro con la propuesta visual y el ritmo.
La más reciente película mexicana que ha abordado el asunto del sincretismo religioso ha sido ‘La otra conquista’ (1998), opera prima del realizador Salvador Carrasco, que hace apenas unos meses tuvo un exitoso paso por la cartelera comercial. Como lo sugiere el título, esta cinta escudriña en el impacto que supuso la imposición de la fe católica una vez que los españoles aseguraron el dominio militar de la Nueva España. Un tema tan amplio y tan complejo como éste, corre el riesgo de ser sometido a una visión reduccionista cuando es llevado al cine, por ello se entiende que Carrasco, también guionista del filme, haya decidido aludirlo mediante la historia de un joven escribano azteca —un tlacuilo— en el duro transe de su conversión al cristianismo: testigo de la derrota y la humillación de su pueblo, de la destrucción-negación de sus tradiciones y sus creencias ancestrales, el personaje se internará por una alucinante asimilación religiosa hasta obsesionarse por la Virgen católica-Diosa mexica, símbolo del origen híbrido del catolicismo mexicano. En este sentido, ‘La otra conquista’ guarda estrecha relación con otras películas, como la misma ‘Cabeza de Vaca’ o la espléndida ‘Retorno a Aztlán’(1990), de Juan Mora Cattlet, pero especialmente con ‘Nuevo mundo’ (1976), de Gabriel Retes, en la que se discierne sobre la Virgen de Guadalupe como instrumento subordinante.
En términos generales, esta película no está exenta de la trampa dispersiva a la que invita el enorme caudal de ideas y detalles de un planteamiento como este, en los espacios susceptibles para ser maniqueo o para aventurar juicios disimulados. No obstante, ‘La otra conquista’ posee virtudes muy atractivas, que residen en su adecuada resolución formal, en la afortunada relación de la música y las imágenes, y en los bien aprovechados recursos de producción que dan verosimilitud a la reconstrucción de la época. En adición, la línea dramática que sirve de eje, cuyo soporte documental se nota robusto, también es el tronco de un arborescencia de la que se desprenden distintos motivos para el análisis y la reflexión y esto, sobre la grandilocuencia del filme, es un generoso capital que se prodiga al espectador.

