Por Pedro Paunero
En el infausto año 1933, la novela de Erich Maria Remarque, “Sin novedad en el frente” (publicada en 1929), fue quemada -en conjunto con otros tantos títulos-, en una hoguera pública encendida por los nazis, al ser tildada de “antipatriótica”, debido a su tema central: no hay heroísmo en la guerra -en este caso la Gran Guerra, como se le conoció a la Primera Guerra Mundial en su momento-, donde los jóvenes mueren en una infernal picadora de carne y sangre, enviados por un puñado de generales viejos, mitómanos y enloquecidos.
Tres años antes, en Hollywood, el director Lewis Milestone -él mismo veterano de guerra-, estrenaba una primera adaptación -acreedora de los premios Oscar a Mejor director y Mejor película-, tan impactante que varias de sus escenas perdurarían en la memoria de quienes la vieron, y que considero entre las mejores películas bélicas de todos los tiempos. Una secuencia en particular, desarrollada a lo largo de la trinchera, en cuya alambrada, tras una explosión, sólo queda aferrada la mano cortada de un soldado, y el plano final, que se desarrolla cuando Paul, el protagonista -interpretado por el joven actor Lew Ayres quien, debido a este papel llegó al estrellato-, unos segundos después de firmarse el armisticio, extiende la mano más allá de la trinchera para tocar una mariposa y es alcanzado por un tiro en la cabeza, constituyen dos de sus tantas imágenes inolvidables.
Un par de películas magistrales posteriores demostraban que el tema de la primera guerra moderna, donde fueron probadas las primeras armas de destrucción masiva, no estaba agotado: “La gran ilusión” (La grande illusion”, 1937), de Jean Renoir y “Senderos de gloria” (Paths of Glory, 1957), de Stanley Kubrick, con sus argumentos poderosos, siguen dejando como la cosa realmente blandengue que es a la -por otro lado-, triunfal “1917” (2020), de Sam Mendes.
En la nueva “Sin novedad en el frente” (Im Westen nichts Neues, 2022), tercera adaptación de la novela de Remarque -la segunda es un telefilme de 1979, dirigido por Delbert Mann, ganador del Golden Globe y el Emmy, en 1980-, su director, Edward Berger, apuesta por un diseño de producción espectacular y, evidentemente, más sangriento, sin alcanzar la profundidad del ya mítico filme de Milestone.
Como tal, sigue a un Paul Bäumer (Felix Kammerer), más asombrado y aterrado, ante la “gran ilusión” -que termina en desilusión-, de alcanzar la gloria en una guerra gigantesca, en la cual el lodo, los charcos, el frío y las vísceras humanas, son una constante atmosférica, sin lograr el patetismo de la primera adaptación.
Mención aparte merece la secuencia en la cual, los jóvenes soldados alemanes, marchan -no sin lograr evitar caer bajo el fuego enemigo-, toman una trinchera y, mientras comen apresurados lo que encuentran, son sorprendidos por un temblor de tierra que pone en desbandada a las ratas, para descubrir, entre el humo y las nubes de polvo, el ominoso y pesadillesco ataque de los tres primeros tanques de guerra, acercándose monstruosos. El horror que este encuentro inicial produce, retrata muy bien lo que sintieron los soldados alemanes, que gritaban desgarrados -y caían hechos papilla humana- bajo las orugas de esta arma nueva, poderosa, y despiadada.
Por si fuera poco, Paul, al volar por los aires por la explosión de una mina, y quedar entero en el suelo, será testigo del avance del enemigo quien, inmisericorde, emprende un ataque con lanzallamas.
Ambas secuencias logran una sensación de extrañeza en el espectador: los tanques recuerdan vagamente la llegada de los haradrim con sus gigantescos olifantes, en la memorable escena de “El Señor de los Anillos, el Retorno del Rey”, de Peter Jackson, mientras la de los hombres con lanzallamas a un ataque extraterrestre -quizá la de los trípodes de “La guerra de los mundos”-, lo que demuestra cuánto ha penetrado la cultura pop en un cine que aspira a ser más realista.
Este conjunto de sangrientas escenas, con un ataque final tan insensato como inútil, son lo mejor de esta “Sin novedad en el frente”, donde no hay tanta novedad, después de todo.