Por Lorena Loeza
Todos los Dráculas que hemos visto en pantalla algo le deben a Bela Lugosi. Desde Christopher Lee hasta el Conde Contar (Count Count) en Plaza Sésamo, han tomado elementos de la figura clásica del vampiro que Lugosi nos regaló para la eternidad.
En Bela Lugosi se sintetiza lo que después se convertirá en el estereotipo del vampiro clásico: Aristócrata, seductor, y con un acento transilvano inconfundible.
El asunto del acento y el lenguaje merece toda una crónica. Cuando se decide filmar la película en Estados Unidos, Todd Browning eligió para el papel de Drácula a otra leyenda del cine mudo: Lon Chaney, que ya había hecho al hombre lobo y a Cuasimodo y se consideraba toda una celebridad dentro del género. Llámenlo casualidad o no, el dato tétrico es que Chaney decide no hacer la cinta por un dolor en la garganta. El dolor en realidad era un tumor canceroso, que le ocasiona la muerte poco después.
El inolvidable Lon Chaney.
El hecho contribuye a forjar la leyenda del vampiro. Browning se decide entonces por Bela Lugosi, que tenía algún tiempo haciendo el papel en un teatro de Broadway. Lugosi no dominaba el idioma inglés, pero decidido a triunfar en Hollywood, se aprende de memoria y fonéticamente el guión completo, igual que lo había hecho para llegar a Broadway.
Es así que pone énfasis en el fraseo y la gesticulación, lo cual aunado a su acento húngaro nativo, le dieron al personaje una característica de personalidad que lo haría inmortal. Todos los dráculas posteriores se esforzaron en recuperar el acento y el fraseo, en mayor o menor medida. Eso además de quitar y poner elementos que Lugosi escogió con cuidado: La capa oscura, el cabello relamido y hacia atrás, los ojos fijos e hipnotizantes. Se cuenta que Lugosi no quiso usar colmillos, le parecía un recurso excesivo y algo vulgar, y eso sea acaso quizás lo único en que no ha sido imitado por los Dráculas posteriores.
Si acaso Frank Langella se decide por un discreto par que no se oponía al carácter sensual y erótico que le imprime al personaje. Hay que decir que es con Langella que el “tipo Lugosi” se desvance un poco para dar la bienvenida al Drácula seductor que daría paso a otro estilo de ser vampiro: el que explota el encanto y la sensualidad para atrapar presas, y que terminaría por construir un estilo de vampiro seductor y sex symbol que aprovecharían Brad Pitt, Tom Cruise y el propio Edward Pattison para la serie Crepúsculo.
Pero volviendo al tipo clásico, Incluso el vampiro más famoso del cine mexicano, Germán Robles; en su caracterización del Conde Duval en la cinta El Vampiro (F. Méndez, 1957) y su secuela, El ataúd del vampiro (F. Méndez 1957) adopta todos los elementos que se han mencionado: origen húngaro que le otorga tanto al vampiro y su dinastía un acento específico, origen aristocrático y vestimenta negra y elegante que incluye una misteriosa capa.
El experimento de trasladar la historia de Bram Stoker a una hacienda mexicana, resulta muy interesante dando como resultado una cinta muy bien lograda, que constituye uno de los intentos más notables que el género de terror mexicano –irregular y minoritario en nuestra industria- haya tenido en su historia.
Pero lo más interesante es constatar que incluso hoy los monstruos clásicos no pierden su encanto a través de los años. Condenados a vagar eternamente, regresan con nosotros una y otra vez…a veces cuesta trabajo creer que la inmortalidad sea de verdad un castigo, cuando resultan presencias tan inspiradoras a lo largo de varias generaciones.
Germán Robles.