Por Lorena Loeza
  

Los mitos y las leyendas en las que están basados la mayoría de los cuentos de hadas que nos contaron desde niños, proceden fundamentalmente de tradiciones orales y narraciones populares que tenían en general, el mismo propósito: aleccionar a las nuevas generaciones acerca de la necesidad de cumplir con ciertos preceptos morales. Obediencia, lealtad, honradez, virtud, son algunos de los valores que este tipo de historias pretendían reafirmar, usando ejemplos fantásticos para ilustrar los diferentes peligros y tentaciones a los que estamos expuestos, así como los castigos a los que se hacen acreedores quienes deciden hacer caso omiso a las advertencias. Si las historias se reconstruyen y reconstruyen en cada era ¿porqué La Caperucita Roja parece tan olvidada?
  

La Caperucita Roja, (historia recopilada por los Hermanos Grimm y basada en leyendas populares de la Europa Medieval) es sin duda un buen ejemplo del uso de las historias para los fines descritos. No hablar con extraños, tomar el camino seguro (aunque fuera más largo), usar la astucia y el buen juicio en momentos de peligro, visitar a los mayores y honrarlos por lo que significan para la familia, son los mensajes evidentes que la historia transmite. El castigo a la desobediencia pasa por la posibilidad de ser devorada por un lobo mentiroso y charlatán que hará todo lo posible para engañar a una indefensa niña.
  

En este contexto, uno de los principales “reeditores” clásicos de hadas para nuestra era, es la empresa Walt Disney. Odiado por muchos, pero al mismo tiempo reconocido en todo el mundo, el emporio tomó viejas historias que devolvió al público como creaciones nuevas. El experimento fue más que exitoso y redituable: le dio a las nuevas generaciones parámetros nuevos de la moral, la belleza, el valor, la honestidad. Y si ésta historia refuerza todos estos elementos, parece extraño que entre las protagonistas Disney, no figure la niña con la capa roja.
  

Al parecer la respuesta a ested dilema es más sencilla de lo que parece. El cuento no tiene los elementos que han hecho tan populares a las protagonistas femeninas de las historias Disney. En primer lugar, caperucita no es princesa (Alicia tampoco lo era, pero Disney encontró en ella otro potencial: numerosos personajes, que hacían de la película una serie de “sketches” con canciones y otras posibilidades mercadotécnicas). No es una niña huérfana ni maltratada, ni piensa en príncipes azules. Esta carencia, es su principal obstáculo, además de que Caperucita no es buena ni virtuosa, es una niña que pagará con un enorme susto el haber desobedecido las indicaciones maternas.
  

Pero no sólo eso. La historia de Caperucita tiene una lectura algo oscura, que ha sido señalada por muchos autores expertos en estos temas. Desde el entorno hasta el perfil de los personajes, es un hecho que esta historia no es tan ingenua como parece.
  

Las aldeas aisladas por bosques tenebrosos, -por mencionar algunos- ejemplifican la lucha de la civilización humana por abrirse paso en terrenos hostiles. Por otra parte, los bosques encantados son perfectas metáforas del último reducto de la naturaleza, de las cosas que el hombre no conoce y que le acechan en todo momento, una paciente espera que solo unos pocos se atreven a enfrentar. El lobo, la bestia, a diferencia de otras presencias monstruosas, ejemplifica el instinto salvaje y animal, la naturaleza indómita a quien sólo domina el instinto. Por otra parte, para la época medieval, las mujeres sospechosas de brujería, eran mujeres mayores que vivían alejadas de los demás, ya que necesitaban privacidad para invocar al demonio, hacer aquelarres y otras pervertidas prácticas que asustaban a los vecinos.
  

Con esos elementos, armar el lado oscuro de una historia tan conocida, no resulta muy difícil que digamos. De hecho algo así pretende la película “La chica con la capa roja” (Red Riding Hood, C. Hardwick, 2011). A algunos elementos de la lectura simbólica que ya hemos descrito, se le agrega para la película una trama romántica, aumentando la edad de la chica, y narrando en paralelo las vicisitudes por las que pasan los enamorados en los pueblos chicos, que se vuelven infiernos grandes.
  

La película incluye además, el mito del hombre lobo y el de las cacerías de brujas medievales. Planteamiento interesante para la primera parte de la película, pero abigarrada de lugares comunes y poco convincentes en la medida en que nos aproximamos al desenlace.
  

Sin duda, el mayor acierto de la cinta es toda la parte en que se sabe que el lobo en su forma humana ha vivido siempre entre los habitantes del pueblo. Estamos en medio de sospechas, secretos, intrigas. El miedo conviviendo con los rencores de antaño, y con los anhelos insatisfechos, es sin duda una combinación peligrosa. Es el descubrimiento de la bestia entre nosotros, quizás el planteamiento más original de toda la trama.
  

Por lo demás, la pretendida “historia original” se pierde entre lugares conocidos de “La Aldea”, “Las brujas de Salem” y varias versiones del Hombre Lobo. Una actuación poco convincente de Amanda Seyfred y las frases populares del cuento original metidas con calzador, le restan bastantes méritos a una historia que prometía más.

Es lamentable porque fuera de “Buza Caperuza” (Hoodwinked: The True Story Of The Red Riding Hood, T. Edwards, 2005) el tema ha sido poco llevado al cine con una inversión decente. En ambos casos el resultado, por distintas causas, no resulta en modo alguno sorprendente o digno de mayor análisis.
  

Sin embargo, en México si se hicieron tres películas sobre el tema, que constituyeron un ejemplo serio de hacer cine familiar, con actores de renombre, historias “blancas” e inversión respetable que se recuperó en taquilla. Las películas en cuestión son “La caperucita roja” (R.Rodriguez, 1959), “Caperucita y sus tres amigos” (R. Rodríguez, 1960) y “Caperucita y Pulgarcito” (R. Rodríguez, 1961). Las tres películas afianzaron a Manuel “El loco” Valdés como el Lobo Feroz y a María Gracia como la niña que fuera escogida en un concurso para interpretar el papel de Caperucita. Una corta carrera a la que sólo se agrega su participación en “La sonrisa de la Virgen” (R. Rodríguez, 1958) la primera de sus películas, al lado del único director con el que trabajó, como toda su filmografía.
  

Pero el cuento sigue vivo y quizás en espera de mejores lecturas y adaptaciones. A Caperucita parece que no le ha hecho falta ser elevada a la categoría de “Princesa Disney” quizás porque nunca quiso ni soñó un final, de “vivieron felices para siempre”. Ello no obsta para que entendamos que siempre es mejor el camino seguro y no hablar con extraños sobre todo si parecen lobos extremadamente amables…por si las dudas, claro.