Por Raúl Miranda
“Me llamo Alberto Mariscal: hago películas del Oeste.” Así, como John Ford, podría haberse presentado el máximo especialista de cintas western mexicanas. Mariscal realizó más de quince filmes inscritos en este género.
Inició sus apuntes sobre el tema con Los dos cuatreros (1964); y el título con el que cerró el enorme ciclo fue El loco bronco (1989). Destacan: El silencioso (1966), en donde Shane es emulado por el hijo caballista de Gonzalo N. Santos; Todo por nada (1968), “la primera película mexicana expresada totalmente en términos de espacio” (J. Ayala Blanco); El sabor de la venganza (1969), retake de Los Hermanos del Hierro; y Los marcados (1970), con el recurrente actor genérico Eric del Castillo.
Pero sin duda el más célebre es El Tunco Maclovio (1969). Perteneciente a la estética del western periférico del italiano Sergio Leone, quien retomara la construcción de planos de las películas de samurais del maestro Akira Kurosawa. Pero El Tunco… también deriva del altamente erótico Libro Vaquero, afamada historieta para coleccionar o intercambiar en el estanquillo de publicaciones atrasadas.
El Tunco… sigue la ruta westernista de la violencia como ideología, como sentimiento, como costumbre. Anima la permisividad gráfica de finales de los sesenta que mostró a las mujeres del Oeste (Leticia Robles, Leticia Cantú, Bárbara Angely, Isela Vega, Lucha Villa) desenfundando sus senos a la menor oportunidad para provocar a sedientos y exangües erotómanos espectadores de los cines Carrusel, Alameda, Colonial, Maya, Corregidora o Soledad.
El Oeste mariscaliano es mundo fílmico pleno de “sordidez”, característica que conmocionó a los críticos de la época; pero al “respetable” sólo le emocionó. El Tunco… como Juan el desalmado (Miguel Morayta, 1969), pertenece a la égida de Producciones Brooks. Tiene locaciones en Torreón y en Durango, los dominios fílmicos del realizador que nos debe un western sin coqueteo melodramático: Juan Antonio de la Riva. El Tunco… presenta elementos estéticos de la era de la sicodelia en los virados en rojo de las analogías mentales del Tunco, contiene sobreimpresiones fotográficas usuales y el diseño de créditos pertenece al estilo pop de aquellos años. La música de Ernesto Cortázar, hijo, es un sabroso pastiche de la obra que Ennio Morricone compuso para Leone.
En México, el género que nos ocupa se fue perfilando como desprendimiento de melodramas rurales, algunos ubicados en el período de la revolución mexicana. Roberto Gavaldón rozó el western con su trilogía: Aquí está Heraclio Bernal, El rayo de Sinaloa y La rebelión de la sierra, todas de 1957. Con atrevimiento, el realizador Fernando Méndez también se introdujo de lleno en el universo vaquero (codificado en Hollywood) con sus filmes El renegado blanco y Venganza apache (ambas de 1959). Igual Manuel Muñoz realizó varios westerns, pero al contar con actores cantarines (Miguel Aceves Mejia, Antonio Aguilar) mantenía resabios del género ranchero. Y precisamente, el no cantar, logró para el filme del Oeste las duras presencias de tres Jorges: Jorge Russek, Jorge Luke, Jorge Rivero, además de Narciso Busquets, Rogelio Guerra, y por encima de todos, los hombres de surcados rostros terrosos, Fernando y Mario Almada.
Los hermanos del Hierro (Ismael Rodríguez, 1961), es el western fundador de la década y de una semántica que rompe con el melodrama y se atreve, de forma más decidida, a presentar a los forajidos, los pistoleros, los matones, los caza recompensas, los gavilleros como personajes que ya vienen de todo pero que aún les falta un poco (los antihéroes).
Aparecen en los 60, los Far West en estado puro que eliminan a los indios, pero no ya a tiros, si no de la trama; el género se politiza porque se hace evidente la humillación de los desvalidos. Una década que daba su adiós a John Ford, Howard Hawks, Raoul Walsh, Delmer Daves, George Stevens, Bud Boetticher, Henry Hathaway, Anthony Mann, para dar paso a otros realizadores John Sturges, Arthur Penn, Monte Hellman, Sam Peckinpah, Sergio Leone. En México, surgieron muestras de western “delirantes”, primero con el mismo Mariscal, luego el Jodorowsky de El Topo (1969), el hiperviolento José Delfoss de Chico Ramos (1970), y más tarde Fernando Durán y su El extraño hijo del sheriff (1982), para cerrar con Alfredo Gurrola y su Cabalgando con la muerte (1986).
Cine para “las masas”, término maoista muy usado en esos años para referirse a la buena gente, para los cineros post 68 que consideraron a El Tunco Maclovio una película ejemplar para quedarse en la memoria. Para recordar el boceto nacional de Clint Eastwood, el Tunco Julio Alemán. La moda y la mitología western para el consumo de casa; el clásico sobre el pistolero “existencialista”, propiedad del recuerdo del viril, llano y sorprendido público mexicano.
Recomiendo el libro “La búsqueda del cine mexicano, 1968-1972”, de Jorge Ayala Blanco, editado por la UNAM en 1974 y reeditado por editorial Posada en 1986.
Dir: Alberto Mariscal. Producciones Brooks. Guión: José Delfoss y Alberto Mariscal. Con: Julio Alemán, Mario Almada, Bárbara Angely, Nora Cantú, Juan Miranda, Juliancito Bravo, Eric del Castillo.
Raúl Miranda López