Por Pedro Paunero
*También será considerado como intento de asesinato el empleo en perjuicio de otra persona de sustancias, las cuales, sin ocasionar la muerte real, producen en el sujeto un coma letárgico de duración variable. Si tras la administración de dichas sustancias la persona resultara enterrada, el acto será considerado asesinato, sea cual sea el desenlace final.
Código Penal de la República de Haití. Art. 246.
Antes de la paradigmática “Night of the Living Dead” (1968) de George A. Romero, primera película de acción gore en la que aparecen los muertos vivientes caníbales, y en la que ni siquiera se menciona una sola vez la palabra zombi, el “muerto que camina” o “muerto viviente”, estaba circunscrito a una región particular, y a una serie de motivos específicos. La floresta haitiana o cualquier selva exótica y misteriosa (una confusa masa arbórea entre africana y tropical caribeña), así como la brujería, fueron marco idóneo para contar una –sobre todo, barata- historia de terror. Comenzó a partir de la publicación del libro de W. B. Seabrook “The Magic Island” (publicado en 1929), con sus poderosas imágenes de muertos devueltos “a la vida”, mediante hechicería vudú, para ser esclavizados en las plantaciones de caña de azúcar, en Haití, que impactaron notablemente en la imaginación de los lectores.
Seabrook habría sido iniciado en los secretos del vudú por intercesión de una hechicera, Mamá Célie, quien, como en el caso del “bókor” (hechicero) que obsequiara sus secretos al antropólogo Wade Davis, autor del libro que originaría la película “La serpiente y el arco iris” (Wes Craven, 1988) décadas después (una incursión científica e indagatoria en la naturaleza del “polvo zombi”, que concluiría, científicamente, con el desvelamiento de que su contenido principal, la tetrodotoxina, es extraída del hígado del pez globo, y actúa como poderosa sustancia destructora de las neuronas y funciones cerebrales), y que recuperaría la figura inquietante del zombi original, tras el largo intervalo del zombi antropófago y come cerebros creado –y plagiado hasta la saciedad- por George A. Romero, quienes transgredirían sus propios tabúes para mostrar a un extraño, blanco y extranjero, sus ceremonias y secretos, arrepintiéndose por quebrantar el misterio.
Ante todo un autor barato, Seabrook se excede en describir dichas ceremonias, de marcado tinte erótico, bestial y particularmente enardecidas, con pluma auténticamente “pulp”, verdadera fuente de toda escena del cine Serie B que retrate un grupo de indígenas caídos en trance, al son enigmático de tambores, mientras se preparan para el sacrificio humano, el inicio de malignos actos brujeriles o el lanzamiento de maleficios oscuros, desde el corazón de la selva. Seabrook, quien fuera gran amigo del ocultista y mago Aleister Crowley, se convirtió en caníbal por decisión propia cuando probara la carne humana en Costa de Marfil, fue, así mismo, practicante del sado masoquismo, un alcohólico descontrolado y terminaría conscientemente asilado en un sanatorio mental. Como autor no dudaba en relatar cada vivencia, y cada viaje, en una nueva publicación, bajo forma de libro, convertida casi de inmediato en tremendo éxito de ventas, aunando vivencia y geografía como una sola experiencia, hasta su suicidio, acaecido por sobredosis, el 20 de septiembre de 1945 a los 61 años de edad.
Con imaginería macabra, emanada de la obra principal de Seabrook, el cine pronto se ocupó del zombi para contarnos historias de terror. Repasaremos los títulos más importantes, producidos pocos años después de la publicación de “The Magic Island”, que mostraban al zombi como una entidad todavía atada a su región geográfica, traslapada desde entonces al reino más amplio, e inabarcable, de lo fantástico, sin olvidar que, una vez que el zombi caribeño necesitó de mayores dosis de terror para impactar a un público hastiado, el gore se apropió de su figura limítrofe (una entidad entre el ser vivo y entre el ser muerto), arrebatándosela al folklore, e inscribiéndola en los anales de la cinematografía mundial, como a la primera auténtica criatura inventada por el cine y para el cine: el zombi caníbal que va en busca de los vivos para devorarlos a mordiscos y sorber sus cerebros, con su cinta inicial e iniciática, la citada “Night of the Living Dead” de George A. Romero, padre involuntario de todo un subgénero.
White Zombie (Victor Halperin, 1932)
La imagen que conocemos del zombi caribeño, descrita por William Seabrook, se encuentra en esta obra dirigida por Victor Halperin, la primera película de la historia en presentar zombis, caribeños en este caso:
“Cadáveres andantes de expresión vacía, que miran sin ver como los ojos del muerto, sin almas ni mentes…”.
Pionera del cine independiente, plagiada de la obra de teatro “Zombie” (1932), de Kenneth Webb, a la vez basada en la obra de Seabrook, con un guion de Garnett Weston, la película, que sugiere la aterradora posibilidad de zombificar a Madeleine Short (Madge Bellamy), una mujer de raza blanca, produce una sensación extraña en el espectador, que acude a un espectáculo reforzado por los chirriantes sonidos de las máquinas en las que trabajan esclavizados los zombis y los pocos diálogos. Se trata, pues, de una producción que no oculta su estética proveniente del cine mudo, convirtiéndola en una especie de obra de factura artesanal, muy lograda, que cuenta la historia del matrimonio conformado por Neil Parker (John Harron) y la citada Madeleine, invitados por intercesión de Charles Beaumont (Robert Frazer), a su plantación en Haití. Por supuesto, Beaumont está enamorado de Madeleine y no dudará en apelar a las artes negras de Legendre (Bela Lugosi), para zombificar a la muchacha para, una vez dada por muerta, deshacerse del marido y regresarla a la vida para mantenerla a su lado. La película, muy rentable, costó $50, 000 dólares, de los cuales se le pagaron sólo $800.00 a Bela Lugosi, terminó ganando ocho millones por recaudación en taquilla.
La idea seminal de zombificar a una persona mediante sustancias o ingredientes secretos bajo la apariencia de actos mágicos, destruir su voluntad (su mente, su cerebro), enterrarla a poca profundidad, desenterrarla una noche de luna y mantenerla como esclava, será el tema central de la trascendental y autentica investigación del etnobiólogo Wade Davis, fuera de la pantalla, y de la relevante película que esta originaría, la citada “La serpiente y el arco iris”.
Los motivos de “White Zombie” se repetirán en la cinta de 1944, “Voodoo Man”, de William Beaudine, con el mismo Bela Lugosi en el papel del Dr. Richard Marlowe quien intenta transferir, hipnosis y ceremonias vudú mediantes, el alma de sus víctimas femeninas al cuerpo de su esposa muerta.
Revolt of the Zombies (Victor Halperin, 1936)
Victor Halperin regresa con el tema zombi en esta película, todavía más barata y peor lograda, cuya trama, situada en la Primera Guerra Mundial, involucra a poseedores de la fórmula de la zombificación como secretos de Estado, conflictos entre naciones y zombis multi raciales, sobre todo asiáticos, armados con rifles con bayonetas e inmunes a las balas. Una expedición internacional aliada es enviada a Camboya, origen del hechicero asesinado y detentador del secreto, con el propósito de hacerse de la fórmula para ser utilizada para sus propios fines. Halperin abusa de los ojos y la mirada penetrante y poderosa de Bela Lugosi, tomada de su anterior película, sobreimpuesta en las escenas en las que el mago ejerce poder sobre los muertos.
Como peculiaridad, en la película se usan los términos indistintos de “robot” y “zombi” para referirse a los muertos resucitados. La palabra “robot” (proveniente del checo “robota” cuyo significado es “trabajo”) fue introducida por Karel ?apek en su obra de teatro “R. U. R. (Robots Universales Rossum)”, puesta en escena en 1921 en el Teatro Nacional de Praga, y significaría “esclavo”. Los robots de ?apek, en esta obra pionera, no eran seres mecánicos o electrónicos, tampoco androides, sino seres humanos artificiales, orgánicos, cuyo avatar más reciente serían los “Replicantes” de Philip K. Dick, o clones o ciborgs.
En todo caso, se trataba de una variante moderna del gólem de la tradición judía, aquél ser moldeado en barro, con forma humana, animado por las artes cabalísticas de Rabbi Judah Loew, afincado en la misma capital de la república Checa. Así, los zombis caribeños eran regresados de la muerte, por parte de los hechiceros vuduistas, para ser esclavos (robots) sin voluntad en las plantaciones de caña de azúcar. “Revolt of the Zombies”, aunque de factura bastante imperfecta, es una película pionera en la concepción de un ejército zombi inmune a las armas, idea que se repetirá, hasta el cansancio, una vez que el género abandone al zombi caribeño y lo convierta en zombis caníbales, resucitados en un laboratorio como armas biológicas.
La película tendría un remake –o un plagio- descarado en “Revenge of the Zombies” (Steve Sekely, 1943), con John Carradine como científico loco, escondido en los pantanos de Louisiana en los que se ocupa de fabricar su ejército de zombis para la Alemania Nazi. En esta película aparecerá el gran comediante negro Mantan Moreland, de quien nos ocuparemos más adelante, al tratar sobre la película “King of the Zombies”.
The Walking Dead (Michael Curtiz, 1936)
Boris Karloff interpreta a John Ellman, acusado injustamente por el asesinato del juez Roger Shaw, y condenado a la silla eléctrica, toda vez que su abogado, Mr. Nolan (Ricardo Cortez), comete errores deliberados en su defensa. El Dr. Evan Beaumont (Edmund Gwenn), se encargará de resucitarlo y exhibirlo en un espectáculo que lo involucra en tocar el piano de manera mecánica, como un autómata. Ellman recuperará la conciencia y ejecutará un acto de venganza. La trama se repetirá, con significativas variantes, en la producción de 1939, “The Return of Doctor X”, de Vincent Sherman.
Quizá lo más interesante de esta cinta, que mezcla un batiburrillo de temas, como el argumento policiaco y gansteril, aparte del manido “monstruo resucitado” (con todo y Boris Karloff, el personaje de Gwenn exclamará la misma frase que Colin Clive dijera en “Frankenstein”: “It´s Alive!”), sea su propio título, que anunciaba ya a una de las series más exitosas de la televisión, del Siglo XXI, dedicadas a los zombis “que caminan”.
King of the Zombies (Jean Yarbrough, 1941)
El aterrizaje forzoso de un avión en una misteriosa isla, de la que han sintonizado una misteriosa señal de radio en alemán, pondrá al descubierto una trama que involucra espías, hipnotismo y ritos de transmigración de las almas, en plena Segunda Guerra Mundial, zombis incluidos. El piloto James “Mac” McCarthy (Dick Purcell), su pasajero Bill Summers (John Archer) y su criado “Jeff”, descubrirán las maquinaciones del Dr. Miklos Sangre (Henry Victor) que “cultiva” (brotan de la tierra, literalmente) a los zombis, y acuden al llamado con un par de palmadas, a la vez que mantiene a su esposa en un estado cataléptico y a su sobrina prisionera en la mansión isleña. Mientras tanto, Jeff hará amistad forzada con la servidumbre negra del Dr. Sangre, quienes le advertirán de no exponerse a los zombis porque podrían comérselo (el Dr. Sangre negará el hecho de que un zombi coma carne, pero en una escena los vemos comer una sopa). La película es importante, históricamente, porque incluye uno de los elementos más importantes del folklore haitiano, el que reza que ningún zombi puede ingerir sal sin sufrir una regresión al estado cadavérico, previo a la zombificación, y a su destrucción definitiva y el que apunta, también, a que ningún zombi puede mirarse al espejo. Este último elemento, común al vampiro y al zombi, nos recuerda que, sólo los seres con alma pueden verse en una superficie reflejante, o ser fotografiados. Es el alma la que otorga ese don. Vampiros y zombis caribeños no son sino cadáveres andantes, puestos en marcha por la magia o por un demonio que los habita por lo que carecen de reflejo. Punto que nos remite a la expresión de uno de los personajes en la incongruente, y decepcionante, película de George A. Romero “Land of the Dead” (2005), que continuaba su trilogía original: “Algún virus o demonio ha hecho que esos seres se levanten y echen a andar…”. Los zombis de Romero jamás han tenido una causa que explique claramente el origen de su existencia.
Como dice Jeff, los zombis: “Están por todo el lugar, por dondequiera, hombres grandes, negros, con las caras congeladas. Con ojos que miran, pero que no ven nada. ¡Este lugar es un cementerio andante! ¡Son fugitivos del enterrador!”.
El actor negro Mantan Moreland, de cabeza redonda, semi calva, ojos saltones y voz aguda, en su papel del sirviente “Jeff” Jefferson, cada vez que aparece en escena se lleva la película, no sólo por su presencia sino por los diálogos justamente graciosos, aun cuando sea encasillado en el papel, que pocos adivinarían racista en aquel tiempo (Moreland provenía de actuar en las “Race Movies”, destinadas a un público afroamericano), de asistente tontorrón y asustadizo. Como siempre sucedía en este tipo de películas, será Jeff el único que se percate del peligro y se tope con la terrorífica realidad, mientras nadie le crea y las situaciones derivadas provoquen la risa de los espectadores.
“King of the Zombies”, es una de las primeras comedias de terror que involucran zombis en su trama.
I Walked with a Zombie (Jacques Tourneur, 1943)
La indudable obra maestra del cine de zombis caribeños, la segunda en la célebre y prodigiosa colaboración entre el productor Val Lewton y el director Jacques Tourneur, se inspira en los románticos motivos, es decir, enfermizos, que animan a los personajes de la novela “Jane Eyre” (publicada en 1847) de Charlotte Brontë. Todo un alarde estético, a la vez que misterioso e inquietante, con su hermosa fotografía nocturna, la música calypso (interpretada por el cantante Sir Lancelot) que anuncia la tragedia, la caminata a través de los plantíos, los objetos de la religión vudú, dejados como una advertencia en el camino, y el mar en la noche. Película atmosférica como turbadora, sólo por estos rasgos bien valía su merecida cabida en la historia del cine.
La enfermera canadiense Betsy Connell (interpretada por Frances Dee), llega a la hacienda de Fort Holland para hacerse cargo de los cuidados de Jessica (Christine Gordon), la esposa aparentemente catatónica del dueño, Paul Holland. En el centro del patio de la propiedad se yergue una talla en madera de San Sebastián, el santo asaeteado, en realidad un mascarón de proa que nos habla silenciosamente de un pasado marinero, cuyo nombre recibe, precisamente, la isla en la que se asienta la propiedad. Conforme Betsy indaga en la naturaleza de la enfermedad de la mujer de su empleador, se involucra con la cultura nativa y descubre que Jessica no es sino una zombi rubia a quien realmente intenta ayudar, a pesar de enamorarse, de paso, de su marido.
El inquietante actor negro Darby Jones, alto, extremadamente delgado y de ojos saltones, interpreta a Cerrefour (en francés “Cruce de caminos”) , el zombi guía que conducirá a las dos mujeres hasta la ceremonia vudú, a través de esa memorable caminata a la luz de la luna, que le da su título original en inglés a la película.
Darby Jones repetiría ese enigmático papel en la comedia “Zombies on Broadway” (Gordon Douglas, 1945), de la que hablaremos después.
The Mad Ghoul (James P. Hogan, 1943)
“La noche de los gules”, era uno de los títulos tentativos, en el guion escrito por George A. Romero y John A. Russo, con los que pretendían nombrar la película que se traían en mente. Aquella película sería, finalmente, titulada como “Night of the Living Dead”, lo que abría la posibilidad al nacimiento de un subgénero propio, el de los “muertos vivientes” del nuevo título, es decir, los zombis, prescindiendo, de una vez por todas, de la catalogación de “gul” (“ghoul” en inglés), el demonio árabe que se alimenta de carroña o de cadáveres, a sus nuevas criaturas, lo que los habría emparentado directamente con el mundo de lo fantasmal y no con el de lo material y la corrupción de lo material (crítica social incluida).
El Dr. Alfred Morris (George Zucco), que experimenta con antiguos métodos para resucitar a los muertos, acoge en su casa a Ted Allison (David Bruce), quien le auxiliará en sus investigaciones con un gas usado con animales de laboratorio. Ted comete el error de llevar a casa de Morris a su novia, la cantante Isabel Lewis (Evelyn Ankers), de quien Morris terminará de prendarse. La trama toma un giro predecible, con Morris asesinando a Ted y convirtiéndolo en un zombi que necesita beber el líquido extraído de corazones humanos, para lo cual deben profanar las tumbas de personas recientemente fallecidas y practicarles cardioectomías, para regresarlo temporalmente a la normalidad.
Aunque psicotrónica, algunos rasgos de la trama de “Mad Ghoul” (el protagonista devorando corazones humanos) son importantes porque anuncian ya la futura evolución del subgénero zombi en su característica definitiva, como criatura devoradora de carne humana, arrancada a dentelladas de seres humanos vivos.
Zombies on Broadway (Gordon Douglas, 1945)
Otro ejemplo de las primeras comedias de terror con zombis. En este caso se trata de hacer lucir –y mal- a la pareja conformada por Alan Carney (como Mike Strager) y Wally Brown (como Jerry Miles), los comediantes de la RKO que imitaban deliberadamente a la formada por Abbott y Costello y, si estos últimos ya resultan fastidiosos, aquellos son, realmente insoportables. Bela Lugosi, como el Dr. Paul Renault, otro más de sus papeles mal aprovechados y patéticos, el del Mad Doctor de siempre que guarda el secreto de zombificar a sus víctimas en su castillo en plena selva, incluyendo a Jean LaDanse (Anne Jffreys) bailarina en un tugurio que, lo único que desea, es salir de la isla. La trama, que parecería interesante, versa sobre un gánster, Ace Miller (Sheldon Leonard) que, deseoso de ofrecer un espectáculo diferente, obliga a la pareja de idiotas a conseguirle un zombi real, desde la inventada Isla de San Sebastián (que aparecía en “I Walked with a Zombie” y fue claramente tomada de esta) a sugerencia de un distraído curador de un museo, el profesor Hopkins (Ian Wolfe). El argumento es muy parecido al de “King Kong”: capturar un ser exótico, llevarlo a la civilización y exponerlo en un espectáculo. La Gran Depresión económica es el fondo y una profunda corrupción la forma, enmascarada en lo que debería haber sido una comedia, pero el resultado, que debería provocar risas, apenas nos hace esbozar una sonrisa indulgente para los chistes bobos y los gags de siempre, pasadizos secretos incluidos, y un mono capuchino (al que el entrenador logra hacer actuar de manera más graciosa que sus pares humanos) aunque, para efectos prácticos, la cinta resultara taquillera a pesar de su final predecible, en el cual el malo recibe su merecido, zombificándose a la vez.
Aquí Darby Jones interpreta a Kalaga, el zombi a quien vemos salir de un ataúd, en la mejor vena vampírica, lo que nos recuerda que zombis, vampiros, gules, el monstruo de Frankenstein e, incluso, el sonámbulo hipnotizado de “El Gabinete del Dr. Caligari”, están incestuosamente emparentados los unos con los otros.
Notas:
* Est qualifié empoisonnement, tout attentat à la vie d’une personne, par l’effet de substances qui peuvent donner la mort plus ou moins proprement, de quelque manière que ces substances aient été employées ou administrées, et quelles qu’en aient été les suites. Est aussi qualifié attentat à la vie d’une personne, par empoisonnernent, l’emploi qui será fat contre elle de substances qui, sans donner la mort, auront produit un état léthargique plus ou moins prolongé, de quelque manière que ces substances aient été employées et quelles qu’en aient été les suites. Si, par suite de cet état léthargique, la personne a été inhumée, l’attentat sera qualifié d’assassinat.