Por José de Jesús Chávez Martínez

Esta película, que apareció en las postrimerías de la llamada Época de Oro del cine mexicano, fue dirigida por el actor/director Rogelio González. Sí, aquél que personificó a uno de “los López”, enemigos de los afamados y populares primos García en “Vuelven los García” (Ismael Rodríguez, 1947), secuela de “Los Tres García” (Rodríguez, 1947). González, combinó su trabajo como intérprete con la hechura de guiones de comedias rancheras y dramas, así como la de director de múltiples títulos, entre los que destaca “Escuela de vagabundos” (1955), una espléndida comedia romántica estelarizada ni más ni menos que por Pedro Infante y Miroslava Stern. De hecho, dirigió en varias cintas al ídolo mexicano Infante. Pero sin duda, su mejor obra fue “El esqueleto de la Señora Morales” (1959), traída del recuerdo por su inclusión en el 76° Festival Internacional de Cine de Cannes.

Justicia por donde se mire. “El esqueleto…” es una obra que combina diferentes géneros y corrientes, a saber: humor negro, thriller, melodrama de pareja, cine negro, costumbrismo urbano, surrealismo y los que se le quieran o puedan agregar. Esta combinación de narrativas requirió evidentemente de un sólido guion a cargo de Luis Alcoriza, asistente un tiempo de su maestro, el legendario Luis Buñuel, de un diseño de producción que se adecuase a la multiplicidad de sensaciones por transmitir y de una eficiente y convincente personificación a cargo del talento actoral.

Los protagonistas principales de la historia son Pablo Morales (brillante Arturo de Córdova), un taxidermista de carácter alegre, y su esposa Gloria (notable Amparo Rivelles), amargada fanática religiosa que se avergüenza del oficio de su marido; es bella, pero tiene una deformidad en una pierna que la hace cojear y resentirse cada vez más. La pareja vive en una casona algo vieja con un sótano lleno de pieles, esqueletos de animales e instrumentos punzocortantes que sirve de taller para Pablo. La relación entre ambos es tortuosa: mientras él juega con niños y perros a la par que se aficiona a la fotografía, ella se la pasa rezando, santiguándose y sintiendo asco del hogar en el que vive, así como también sintiendo repulsión por su marido y su aparatosa y sucia labor, llena de tripas, huesos y sangre, a quien reclama por todo, hasta por comer carne con papas.

Pablo trata de ser condescendiente y busca la paz entre ambos, pero Gloria es todo quejas, lo cual irremediablemente conduce a un hartazgo. El colmo es cuando Pablo busca tener relaciones y ella le pide se lave las manos con alcohol. El desdichado taxidermista se refugia entonces con sus vecinos y con la bebida, compra una cámara fotográfica, pero la presión aumenta. Gloria roba un dinero que Pablo tiene escondido para dárselo a la iglesia, pero al ser descubierta se hace la ofendida, contando con la complicidad del sacerdote, el padre Familiar (Antonio Bravo). Días después, en un arranque de ira, rompe la cámara e inventa y difunde entre sus amistades y parientes la patraña de que Pablo la golpea. Todo se vuelve un caos, ante lo cual Pablo toma una concluyente decisión que piensa lo ha de llevar a la felicidad y paz que tanto anhela: tener a su mujer quieta y callada para siempre.

El oficio de González para la dirección de escena se combina con los claroscuros expresionistas muy bien logrados por el cinefotógrafo Víctor Herrera. Luz y sombra, eso es esta película en varios sentidos. La luz, por ejemplo, literalmente está en la señorita Castro (Elda Peralta), la vendedora de artículos fotográficos. La ambientación gótico/surrealista, en sets y en locaciones, logra generar efectos de suspenso, misterio, alegría y enojo necesarios para la historia y que sin duda experimentamos al apreciar esta cinta: el deprimente taller contrasta con el optimismo y alegría de Pablo. Los animales disecados que en vida fueron víctimas y victimarios se homologan con la depredación humana. (Detalle buñuelano: cuando una de las religiosas amigas de Gloria enseña una pantorrilla, los amigotes de pablo se asoman para verla con lascivia). Los ángulos de cámara, picados y contrapicados, y los encuadres refuerzan la psicología de los personajes captando sus altibajos emocionales. Y de las sugerentes críticas sociales ni hablar, es decir, la hipocresía de varios confundidos devotos que cual veleta giran según la ocasión, ante la manipulación del padre Familiar y ante la absolución, casi final, de Pablo. Por cierto, el final de la película es avasallantemente divertido.

“El esqueleto de la Señora Morales” debe verse de vez en cuando porque es una obra maestra. Más ahora que ha sido restaurada para exhibirse en el festival de cine más prestigiado del mundo junto a obras de reconocidos cineastas como Godard, Ozu, Hitchcock o Pereira dos Santos (ahí nomás). Y no hay pretexto, pues está en cualquier plataforma, aplicación, red social o sitio de Internet, de paga y de forma gratuita.

Título original: El esqueleto de la Señora Morales. País: México. Año: 1959. Dirección: Rogelio González. Producción: Sergio Kogán, Armando Espinosa. Guion: Luis Alcoriza. Fotografía: Víctor Herrera. Música: Raúl Lavista. Sonido: Luis Fernández, Galdino Samperio. Maquillaje: Ana Guerrero. Escenografía: Edward Fitzgerald. Protagonistas: Arturo de Córdova, Amparo Rivelles, Antonio Bravo, Angelines Fernández, Luis Aragón, Guillermo Orea, Rosenda Monteros, Elda Peralta, Mercedes Pascual, Paz Villegas, Roberto Meyer, Jorge Mondragón, Armando Arriola.
 

Por José de Jesús Chávez Martínez

Comunicólogo egresado de la UAM Xochimilco. Profesor investigador en la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Occidente Unidad Culiacán, con las líneas comunicación y educación, y el cine como dispositivo didáctico, de las cuales se han desprendido diversos artículos científicos y tres libros. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (SNII). Desde 2021 es colaborador de correcamara.com