Por Rolando Gallego   
EscribiendoCine.com-CorreCamara.com

Nada más acertado para los tiempos que corren que una buena dosis de magia y fantasía para refugiarse en una sala de cine. Ya no importa que aquellos pequeños niños que imaginó J.K. Rowling hayan crecido y mucho menos que el spin off de esa épica se vuelva más maduro como el caso de “Animales Fantásticos: Los Crímenes de Grindelwald” (Fantastic Beasts: The Crimes of Grindelwald”, 2018) que regresa con todo volando con luz propia.

Si en la entrega precedente la captura del villano Grindelwald (Johnny Depp) suponía una continuidad en la historia -y también la seguridad de saber que la saga permanecería viva- el trepidante comienzo con la huida de éste, y la búsqueda de secuaces que lo puedan ayudar a establecer un nuevo orden maléfico, potencia cualquier preconcepto sobre el devenir de los personajes en el film.

Nuevamente nos inmiscuiremos en el mágico universo creado por J.K. Rowling, una vez más de la mano de David Yates (“Animales Fantásticos y Dónde Encontrarlos”), un artesano tras las cámaras para crear, gracias a un cuidado desarrollo de CGI, el contexto necesario para dar verosimilitud a la fantasía de la pluma de la escritora. Nunca descreeremos de aquello que se nos presenta, al contrario, todo tiene más verdad que el artificio con el que se lo ha construido.

Y como tradicional cuentista, J.K. Rowling no sólo estructura esta secuela con los clásicos tres actos presentándolos como motores narrativos, sino que además, se suma la polarización de las fuerzas, necesarias para mantener en vilo a los espectadores con esos malos muy malos y buenos muy buenos.

Así, entre las dos fuerzas antagónicas, más magos, no magos (muggles), asesinos, animales fantásticos y el entrañable Newt Scamander (Eddie Redmayne) y sus extrañas e hipnóticas criaturas guardadas en su valija, el relato transita lugares ya conocidos para reforzar el sentido de género dentro de la saga de Harry Potter, que con esta suma ya 10 historias hasta la fecha. De la magia se podrá inferir que perpetúan elementos de las Harry Potter, pero constituyendo un nuevo universo completamente independiente de ellas.

A lo largo de “Animales Fantásticos: Los Crímenes de Grindelwald” se irán sumando secundarios saliendo de esquemas asociados al cine infantil y buscando posicionarse como entretenimiento para adultos “jóvenes”, tal vez el rango etario que más consume cine y sus derivados convirtiéndose en fans de la saga.

Las criaturas fantásticas son presentadas de forma natural, al quedar alejadas del conflicto central y no ser el eje del relato -ya no es necesario explicar la continuidad de la magia en esos seres como en la entrega previa-, dando una continuidad lógica que, curiosamente al tratarse de un producto de Hollywood, escapa a los cánones impuestos.

Visualmente brillante, con decisiones acertadas sobre cómo seguir atrapando a los espectadores, el relato sorprende con varios giros y cambios de perspectiva que intentan darle cierta frescura a la puesta.