Por Julio Vázquez
No hay duda que una de las mejores exponentes respecto a la definición más pura de cine de los últimos años es ‘Call Me By Your Name’: emoción, arte, entretenimiento, mensaje, estética y técnica. Proyecto que se ha posicionado entre lo mejor de la industria del año pasado, y seguramente parte de éste, al ser un retrato preciso de las relaciones interpersonales y el amor.
Un romance clásico dirigido por el italiano Luca Guadagnino y escrito por James Ivory, basado en la novela homónima de André Aciman de 2007. Una historia que nos lleva al verano de 1983 en tierras italianas, para presentarnos a Elio (Timothée Chalamet), un joven 17 años educado en el arte, música y literatura, quien está disfrutando de sus vacaciones en la campiña de sus padres, lugar al que arriba Oliver (Armie Hammer), un joven norteamericano que estará colaborando durante seis semanas con el padre de Elio (Michael Stuhlbarg), un profesor de arqueología. Siendo ese el punto de partida para la formación de los cimientos de una relación que se va acrecentando a través del pensamiento, inocencia, coqueteo, sinceridad, y diversos matices que van creando la conexión entre ambos personajes.
Esa es básicamente la premisa de la película, una trama que no resulta tan complicada y que con ver el trailer podemos darnos una idea de lo que pudiera suceder; La atracción, el enamoramiento, la satisfacción y la pérdida. Pero lo memorable de ésta no es su “qué” sino su “cómo”. Es ahí donde recae la importancia y belleza de la cinta, que bien la describiría Pedro Almodóvar como una “pasión de los sentidos”, y es que son los 80, sus paisajes, las calles, su comida, el Italo Disco, el agua, las fiestas, incluso el idioma y la sutil presencia del arte lo que le da autenticidad y conexión con el espectador, presentando la esencia de las primeras veces dentro de una relación romántica. Por medio de un ritmo un tanto lento y contemplativo, es como nos va llevando de manera directa a recordar todo: El momento que llega el sentimiento, te toma y no te suelta. Esa desesperación que provoca decir su nombre cada minuto y que desfoga en el primer beso en el asiento trasero de un auto, la risa nerviosa la primera vez que se tuvieron frente a frente, la primer conversación y la naturalidad con la que salían las palabras, las miradas especiales inundadas de sentimientos, caminar rozando las manos, inclusive el sexo pasional pero sumamente especial, o los abrazos de las diversas y momentáneas despedidas.
Es un deleite visual, donde cada fotograma podría pausarse y admirarse de manera individual gracias al tailandes Sayombhu Mukdeeprom, quien junto con Guadagnino nos dan una representación meticulosa de la constitución de la naturaleza del amor. Que se fortalece y complementa con la actuación de Timothée Chalamet; honesta, intensa, melancólica, dolorosa, irónica y divertida. Y que carga con el mayor peso de la historia a sus 21 años, culminando en una escena final cálidamente dolorosa, la cual, es precedida por el que personalmente, es el momento que más vibra por dentro, y que no viene de parte de los protagonistas, sino de Michael Stuhlbarg; El padre que seguramente será recordado por muchos gracias a su comprensión y el uso de las palabras adecuadas para darnos una lección de vida.
Y por supuesto, Armie Hammer, cuyo personaje es ensalzado varias veces a pesar de tener tintes de egocentrismo y misterio, con un cierto halo de ternura y protección, y quien funge como el director que lleva la batura dentro de la relación, un marcado timing emocional que constantemente se hace presente. Y aunque casi no se nos permite conocer de manera total lo que Oliver está sintiendo o pensando, creando una diferencia notable a la desnudez emocional e intelectual que sí se presenta con el personaje de Chalamet, no es factor que no permita la química entre la pareja, ambos se nos presentan en extremos pero al pasar del tiempo se van conectando y empatando sutil pero naturalmente.
Finalmente, para algunos, la falta de conflicto es un factor importante de monotonía en la película, ya que en algunas de las cintas queer más destacadas, siempre hay un obstáculo previo a la culminación, y aquí no, aquí todo lo que se quiere en algún punto se hace. Sin embargo, creo que la visión del director fue apuntar mucho más al lado interno, no a que se trate de una relación gay o bisexual de constante lucha, sino a no idealizar el amor de manera universal, presentarlo crudo, como es, con esas dudas y miedos, esos logros, euforia y pasión. Que así como se tienen canciones como “Mystery of Love”, besos y anhelos, también existen las lágrimas, el extrañar y un profundo dolor.
‘Call Me By Your Name’ es una cinta que nos da una muy cercana perfección narrativa y visual para mostrarnos el amor como un ciclo sobre autodescubrimiento y aceptación a través de la mirada del otro. Un largometraje que que pudiera responder preguntas como ¿qué es lo que sucede cuando permitimos que alguien nos vea completamente? ¿Qué pasa si somos vulnerables? ¿Qué pasa si alguien nos ama lo suficiente como para dejarnos entrar?… ¿Qué hacemos con ese amor y momentos que marcan nuestra vida para siempre?
“In your place, if there is pain, nurse it, and if there is a flame, don’t snuff it out, don’t be brutal with it. Withdrawal can be a terrible thing when it keeps us awake at night, and watching others forget us sooner than we’d want to be forgotten is no better.”
Título original: Call Me By Your Name
Año: 2017
Duración: 132 min.
Dirección: Luca Guadagnino
Guión: James Ivory, André Aciman
Fotografía: Sayombhu Mukdeeprom