Por Pedro Paunero
Han sido varias las películas que explotan el tema de la maldición brujeril y del personaje sectario escondido entre los propios integrantes de la familia de la víctima. Recordemos, por citar algunos ejemplos, el capítulo televisivo “La casa del terror: el guardián del abismo” (Hammer House of Horror: Guardian of The Abyss, Don Sharp, 1980), “La hora de los brujos” (Spellbinder, Janet Greek, 1987) y, por supuesto, el clásico de Polanski “El bebé de Rosemary” (aka. “La semilla del diablo”, Rosemary´s Baby, 1968) que nos ha dado el ejemplo por excelencia que ilustra este tipo de tramas. “El legado del diablo” (Hereditary, 2018), del novato director Ari Aster (antes de este film sólo había dirigido cortometrajes), es la última versión del mismo cuento.
Aclaremos, “El legado del diablo” es una buena película (si no se le pide demasiado), pero carece de originalidad. El agotamiento de los temas que definen un género es patente al verse reflejado en el cine. Remake tras remake de películas de ciencia ficción y terror, sostenidas a lo largo de su metraje por efectos especiales espectaculares, mera pirotecnia visual, sólo puede emocionar a los fans o a los poco conocedores del largo haber de historias, tanto en la literatura como en el cine, de estos géneros populares.
“El legado del diablo” cuenta la historia de una familia con terribles secretos (¿dónde habremos oído eso antes?), que cuenta con cuatro miembros, el apocado padre Steve (Gabriel Byrne), la sonámbula madre, algo histérica y artista de las casas en miniatura, Annie (Toni Collete), la retraída hija de trece años, pero con una extraña apariencia de vieja, Charlie (Milly Shapiro), y el hijo adicto Peter (Alex Wolff). La muerte de la abuela desata una ola de acontecimientos extraños, horrorosos, sobrenaturales y, para fines argumentales, sin ninguna explicación. Si bien el terror es una emoción y, por esto, irracional, el terror en esta película resulta en un conglomerado de situaciones que se acumulan de forma efectista pero carentes de lógica. “El legado del diablo” no es sino la historia de una posesión diabólica y un intercambio de cuerpos, contada desde “dentro”, lo que salva la trama, volviéndola del revés y con detalles ganados para el asombro, pero que ya se ha contado antes (y mejor), por ejemplo en “Baile con el diablo” (The Mephisto Waltz, Paul Wendkos, 1971) que contaba con el añadido de la sensualidad de sus protagonistas femeninos en su desarrollo.
Su comienzo es lento, tedioso, y demuestra que su director y guionista no sabe, en pocas escenas, pintar los caracteres de sus personajes y enganchar desde el principio. La actuación de Toni Collete resulta relevante y hay que poner atención a la escena desarrollada en la mesa, durante la comida, y aquella otra en la que le revela sus terribles sentimientos al hijo, la auténtica víctima del film, que aparecen más terroríficos que muchas de las escenas de miedo.
Son las regiones oníricas, los sueños y las pesadillas, la verdadera trampa de la película. Por momentos no sabemos dónde estamos parados. Ya se nos mostró, a través de imágenes, una pesadilla. La siguiente escena ¿es otra pesadilla o se trata de la atroz realidad? Este intento de confundir al espectador es el recurso de un mal narrador, que no puede encontrar otra variante narrativa, para salvar la historia. Contándonos, así mismo, que Annie proviene de una familia en la que abundan los enfermos mentales ¿estamos viendo las alucinaciones de una mujer desquiciada? Pero la cinta no profundiza en este punto y lo desaprovecha.
Y cuando creemos que hemos visto una película medianamente buena, que nos recuerda que cada situación ya la hemos contemplado antes en la pantalla, en cintas mejores o peores (el accidente de auto es predecible y sus consecuencias previsibles), nos encontramos con que las mejores escenas se ven opacadas por un final risible, que bien pudo contarse a través de la analepsis, el flashback, o, ya en sintonía con la trama, la pesadilla.
“El legado del diablo” es un título rescatable, más allá de la simple película palomera, que anuncia el talento de su director para crear atmósferas, pero que no se sostienen más allá de unos cuantos minutos. Acaso la verdadera “herencia” (apelo a su título en inglés) de la película sea el pasado de Aster como director de cortos. Un film que no debe pasarse por alto. Pero que tampoco es para tanto.
Véase también:
13 películas para Noche de Brujas 2016 por Pedro Paunero.