Por Lorena Loeza
Es común en los cursos y discusiones acerca del cine y sus géneros narrativos, señalar la duda acerca de cuál es la diferencia entre un documental y un reportaje. La respuesta más simple es que la mejor manera de identificarlo, es indagando sobre su propósito. El reportaje puede aspirar solamente a informar y difundir, pero el cine documental, debe tener claro el objetivo de contar una historia.
Y en este sentido, hay que decir que Melissa Elizondo —directora del documental “El sembrador”— logra contar a través de su cámara una historia maravillosa. Ante nuestros ojos, logra aparecer una verdadera escuela, no cómo edificio, mobiliario y equipo, sino como una comunidad de aprendizaje, con resiliencia, compromiso, tolerancia y solidaridad.
Elizondo pone en el centro a Bartolomé, un maestro rural de escuela multigrado, que se encuentra en una alejada comunidad en medio de las montañas chiapanecas. También nos presenta a sus muy jóvenes alumnos y alumnas, contando en sus propias palabras quienes son, con quienes viven, lo que enfrentan cotidianamente y sobre todo, sus sueños a futuro.
Quizás llegado a este punto, esta descripción de la cinta la hace parecer un tanto predecible. La situación precaria de las escuelas rurales – y bilingües en este caso- ha sido largamente discutida y documentada. Es claro que veremos carencias, pobreza, desigualdad y falta de oportunidades en la pantalla, aunque lo diferente en esta ocasión, es que no se le dará un tratamiento condescendiente.
Se agradece entonces a la directora de esta cinta – ganadora del Premio a Documental Realizado por una Mujer, Premio del Público a Largometraje Documental Mexicano y Premio Guerrero de la Prensa a Largometraje Documental Mexicano, en la Edición 2018 del Festival Internacional de Cine de Morelia- abandonar el tono habitual de denuncia y critica al que algunos/as documentalistas tienen acostumbrado al público, para dar paso a las historias de personas reales, a sus sonrisas espontáneas y la expresión auténtica de una alegría esperanzadora.
Poco a poco, la escuela deja de ser un espacio físico, sus carencias no desaparecen de nuestra vista, pero dejan de ser el tema principal, para dar paso a una comunidad en donde las personas son reales, sus ojos brillan, su esfuerzo de palpa en cada escena.
Sorprende además el tratamiento de temas como la desigualdad de género, la falta de oportunidades, la violencia y la discriminación. No se niegan, no se ocultan, pero se colocan como retos identificados, como obstáculos a vencer, como la forma en que esta comunidad asume sus retos y la manera de enfrentarlos.
Una historia que merece ser contada, reconocida pero sobre todo, interiorizada. Porque si el cine sirve para documentar la realidad, es mejor hacerlo de esta manera tan luminosa y entrañablemente conmovedora.