Por Javier González Rubio I.

Hace justo 50 años el “spaguetti western” irrumpió en las pantallas cinematográficas de la mano del talentosísimo realizador italiano Sergio Leone, con la música de Ennio Morricone, y con el protagonismo de quien se convertiría en un vaquero arquetípico: Clint Eastwood. El éxito de “Por un puñado de dólares”, coprotagonizada por el italiano Gian Maria Volonté, -a la larga protagonista de películas italianas de gran calidad-, reinventó el western, su estética y su moral. 50 años después, Eastwood, devenido en uno de los mejores directores del mundo, estrena su película número 36 y resulta ser un musical espléndido, emotivo, grato, nostálgico: “Jersey Boys”. ¡Quién iba a decir que el cowboy del jorongo (o poncho, le dicen algunos), el cigarrillo oscuro en los labios, y un rostro apenas expresivo iba a ser también un director de cine fuera de serie, capaz de brincar de un género a otro, de una temática a otra en un proceso creativo iniciado en 1971 con “Play Misty for me”, que sorprendió tanto por quien la hacía como por su calidad.

Mucha agua ha corrido desde entonces y este director, actor también de más de 40 películas, es un creador suigeneris dedicado a ir matando uno a uno todos los demonios personales que un ser humano pueda tener, sólo así es posible comprender su vasta filmografía donde lo mismo caben un detective violento, que un vaquero justiciero (The Unforgiven), el destino trágico de unos niños  (Mystic river) una mujer boxeadora (Million dollar Baby), la experiencia sobrenatural (Hereafter), y un amplísimo etcétera hasta llegar a Jersey Boys, en apariencia sólo la historia de un grupo de rock de los años 60 conocido como “Frankie Valli and the Four Seasons”.

Eastwood no le teme a ningún proyecto y cada uno lo asume con maestría. Y siempre encuentra un nuevo cuestionamiento o reflexión sobre la condición humana pues a fin de cuentas esa ha sido su verdadera y personal temática desde que se iniciara dirigiendo la historia trágica de una mujer obsesionada con un conductor de programas de radio.

Eastwood ha afrontado esa condición humana  desde la perspectiva de un Balzac estadunidense y en cine, por lo que parece que no hay una emoción o sentimiento que no pueda abordar con inteligencia y sensibilidad. Y sin repetirse, pues siempre ha sabido encontrar “el ángulo”, la punta del iceberg de toda historia y navegar en ella por encima y bajo la superficie. En la actualidad es difícil encontrar incluso en la literatura un creador semejante.

“Jersey Boys” es mucho más que la biografía de un grupo musical, que hoy está anclado en el mar de la nostalgia sobre el que tanto se nada con mucha frecuencia.

Unos actores a los que hemos visto poco o nada pues sus carreras apenas comienzan, interpretan a tres amigos de New Jersey que a principios de los años 50 están eligiendo su camino en la vida entre no muchas opciones (la mafia, el ejército, el comercio) y con más sueños que ambiciones. Sin embargo, gracias a la voz de uno de uno de ellos, Frankie Valli (Francis Stephen Castelluccio, de nacimiento) se irán por el camino de la música (y además de la más fresa, hasta hoy); posteriormente se unirá el cuarto, el compositor Bob Gaudio, también de ascendencia italiana como ellos.

Todo en la película, escrita por Marshall Brickman (Manhattan, Anie Hall) y Rick Elice  es acción; el tiempo es resuelto con unas elipsis sorprendentes. No hay nada discursivo. Y por primera vez, sin temor porque otros lo hayan hecho antes, en cine o televisión, Eastwood pone a los personajes hablando a cámara como cuando en el teatro griego más antiguo  el protagonista o el narrador iban contando a los espectadores parte de la trama o las propias peripecias ineluctables del protagonista a lo largo de su tragedia. Así, Eastwood no deja lugar a dudas sobre la personalidad de cada protagonista, el curso de los acontecimientos y sus consecuencias.

A propósito de Frankie Valli and The Four Seasons,  Eastwood re construye (originalmente Jersey Boys es un musical de Broadway)  una historia sobre la amistad, la lealtad, el pecado de la arrogancia, las trampas de la fama, la ingenuidad implícita en toda bondad a ultranza, las caídas que por lo general conlleva el éxito, y la reconstrucción personal. Y para quienes vivimos los 60s, la música se torna particularmente cautivadora en el contexto de la película.

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