Por Ali López
Shion Sono (Japón 1961) nos entrega una película fantástica, en el más literal sentido de la palabra. Un film que no sólo utiliza el pretexto Yakuza para subsistir de sangre, gore y violencia, sino para homenajear a las grandes películas de acción asiáticas, o americanas con temática oriental, y de paso, burlarse de ellas.
Bruce Lee, Chan Woo-Park, y hasta Tarantino y su Kill Bill, son vistos y revisados por la lente kitch y sarcástica del director. Y es que estos aspectos, lo kitch y sarcástico, son el tono predominante de toda la cinta. Con una edición rápida y ágil, cercana a los vídeoclips; al igual que diseño de producción, o dirección de arte, estridente cual MTV.
“Jigoku de naze warui” (nombre original de “Vamos a jugar al infierno”, Japón, 2013, 126 mins.) cae en lo absurdo, por que ese es el sentido del film, que por medio de la burla, retrata una y muchas realidades, justo como dictan los cannones de la farsa. Sono nos habla de la violencia de las castas, de los problemas que trae a la sociedad una mafia. Pero no se toca el corazón al hablar de ellos, ni se pone a sus pies y los venera. Los caricaturiza, les saca los defectos, egos y manías propios del poder; los expone ante nosotros, se olvida de los grandes capos, jefes, narcos, los vuelve vulnerables, humanos. A pesar de eso, los personajes no dejan de ser fuertes, contrastantes, y de suma violencia.
A la par, el director nos habla de la magia del cine, el sueño y pesadilla que resulta ser cineasta. Por medio de un grupo de entusiastas, los 4 Fuck Bombers, dedicados a la cámara en movimiento, tomas fugaces, explosiones, y peleas coreografiadas. Dispuestos a dar hasta la vida por conseguir una gran película; adeptos al dios del cine, y encrucijadas entre el placer granuloso del 35mm y la versatilidad y facilidad del video digital. Shion Sono, también guionista, junta a estos dos bandos por medio de Michiko (Fumi Nikaidô) una hija de papi, que tras ser una exitosa niña de un comercial, ahora sueña ser con una actriz famosa. Los tejes y manejes de su padre, un líder Yakuza llamado Muto (Jun Kunimura) por cumplir los deseos de su hija, creyendo así compensar a su esposa encarcelada por su culpa; llevaran a Yakuzas, de el bando propio y rival, y a cineastas, a montar una película épica y sangrienta que no sólo sacará la mejor parte de cada uno de los integrantes, sino, hará muchos de sus sueños y fantasías realidad.
Sono se acerca al Serie-B, al cine absurdo y mal hecho, al gore, que entre sus características tiene que estar el erotismo, la sangre, y el humor. Aquellos que pretendan ver una película seria, no deben siquiera acercarse a la sala donde se proyecta. No por que Juguemos a Infierno carezca de seriedad, sino por que se aleja de la estética y forma del cine costumbrista. Se exagera en todo, en las actuaciones, en el color rojo, de la luz, la edición, la sangre y el guión. Se va cayendo en un vortex imparable de risa, entre humor voluntario e involuntario; con referencias obvias y añoranzas eternas. El film es comedia, drama, sangre y Japón violento, ese que por años se ha proyectado en foros underground, cine clubs, y de mano en mano. Ahora el Serie-B ataca la Cineteca, esperando que se enamore de ella, y se quede como parte de su cartelera.