Por Ali López

“La La Land” (USA|2016) la nueva cinta de Damien Chazelle (Whiplash), plantea desde el primer momento las reglas del juego; el mundo que veremos, por más que se parezca al nuestro, es una creación netamente cinematográfica, donde la mitología  habita dentro de los estudios de filmación, afiches del viejo Hollywood y la magia proveniente de la llamada fábrica de sueños. Nada de lo que hay en este universo será natural, ni los colores, ni los usos ni costumbres, ni siquiera las situaciones. Mia (Emma Stone) y Sebastian (Ryan Gosling) serán avatares, cuasi-realistas, de sueños y arquetipos del mundo actual, que, aunque se sienta lejano, aún rememora las fantasías del ayer.

Ella es una barista de la famosa cadena de cafeterías, que entre un casting y otro, sueña con ser una reconocida actriz. Él, un melómano arcaico del jazz, que entre la desesperación por el derrumbe del género musical, sueña con tocar algo más que villancicos en su piano. Sus caminos se cruzan, y un sueño alimenta a otro; pero pronto verán que en el mundo onírico que se plantean también hay agujeros negros que absorben su luz y esperanza.

Desde la primera secuencia, se puede ver que “La La Land” es grandilocuente. El número musical a la mitad del insoportable tráfico (que poco tiene que ver con el resto de la historia, pero que nos hace aterrizar en el planeta colorido y musical en el que habitaremos) más que una burla a la sociedad del consumo, es un impulsor de los deseos. Así, el director retoma todo ese imaginario del cine norteamericano de la mitad del siglo XX para trasportarlo al siglo actual, no como el aposento kitch de Tarantino, sino como el revoltijo cultural al que pertenecemos. El retroceso de la política actual, ese retorno a ideas expuestas por los medios de aquella época, pone en entredicho la exposición de “La La Land”, ¿Es realmente necesario su optimismo?, ¿debemos seguir envueltos en los sueños cinematográficos, que nos deslumbran y ciegan, o sólo el cine gris y crudo es apto para nuestro época?

Chazelle tiene una gran virtud para esta cinta, llevar lo fantasioso a escenarios reales, para así, reconstruir la fantasía a partir de lo común. Por eso la utilización del plano-secuencia entre autos, paredes y espacios urbanos hace de la cámara un personaje más de la trama. Yes por eso que la intimidad asombra, pues vemos en la monotonía la ruptura fantasiosas que parece necesitamos; lo que a Marilyn Monroe, o Gene Kelly, les sucede en escenarios acartonados, ahora lo podemos ver en algo mucho más cercano, aunque no dejé de ser artificioso.

Sin temor al spoiler diré que tras los 128 minutos de la película, ésta reafirma un mensaje claro; dejemos de polarizar el mundo en buenos y malos, colores y grises, felicidad y tristeza. Lo que “La La Land” nos presenta es la gamma de matices de una sociedad-esponja que ha absorbido más de 5000 años de cultura. No se puede seguir crucificando, ni venerando a figuras de cera; todo necesita un cambio, sólo así, seremos capaces de honrar lo que más deseamos. Y el mensaje llega y pega, pues afuera de la sala no vemos más que temor al otro, y a lo que nosotros significamos para esa otredad; pues, aunque no lo queramos, la aldea global se ha dividido en tribus que se confrontan en la gran pampa que es el planeta.

La cinta ha causado tal revuelo entre quienes la miran por que escapa de la depresión social en la que habitamos, pero al mismo tiempo, deja de lado la fantasía amorosa de los cuentos de hadas. La mejor película de zombies de la última época, donde los protagonistas sobreviven a ese mundo gris de hombre y mujeres que no hacen más que devorar sueños y esperanzas. La cura, descubren, está en donde uno menos lo espera, es decir, adentro, no afuera.