Por Miguel Ravelo
En nuestra vida, teniendo tan solo un poco de suerte, es muy probable que exista un profesor del cual podríamos asegurar que consiguió cambiar la manera en que veíamos el mundo siendo niños. Una maestra o un maestro cuya dedicación y entrega consiguieron sembrar el amor por la profesión a la que decidimos dedicarnos, o que lograron mostrarnos las posibilidades que el mundo nos tenía preparadas a través de la educación. Tal vez en algún momento vimos a ese maestro como alguien dedicado solamente a corregir y regañar, pero a quien, con el paso de los años, conseguiríamos entender y sobre todo valorar la pasión con la que decidió encaminar nuestra preparación.
“El último vagón”, la más reciente película el director mexicano Ernesto Contreras, busca rescatar la figura del profesor, y especialmente la de los maestros rurales. Aquellos que no importando las carencias o precariedades en las que se encuentran algunas escuelas en los rincones más recónditos de nuestro país, cada día ponen alma y corazón en conseguir que los niños se enamoren del conocimiento; los que luchan por generar en ellos una curiosidad que los aleje de la mediocridad y consiga desarrollar su potencial.
Resulta imposible hablar de Ernesto Contreras sin mencionar su muy reconocida trayectoria; sus películas “Párpados azules” (2007), “Las oscuras primaveras” (2014), “Sueño en otro idioma” (2017) y “Cosas imposibles” (2021) acumulan decenas de nominaciones a prestigiosos premios nacionales e internacionales, consiguiendo, entre otros, el Ariel a Mejor Opera Prima por “Párpados Azules” y el de Mejor Película por “Sueño en otro idioma”.
Basada en la novela homónima de la autora, periodista y poetisa española Ángeles Doñate, “El último vagón” cuenta la historia de Ikal (Kaarlo Isaacs), un pequeño que vive con sus padres en un ferrocarril que viaja por el país. Tomás (Jero Medina), su padre, trabaja en la construcción y reparación de vías ferroviarias, lo que hace que Ikal y su familia deban viajar constantemente sin jamás volverse parte de un lugar.
La última comunidad a la que llegan les presenta la posibilidad de una mayor estadía, por lo que una de las primeras cosas que hacen los padres de Ikal es buscar la escuela del lugar para que su hijo aproveche el tiempo. La escuela es un viejo vagón de tren abandonado a cargo de la maestra Georgina (Adriana Barraza), una profesora estricta pero con gran cariño por la educación y por sus alumnos. El conocer a la profesora Georgina y a los niños Chico (Diego Montessoro), Valeria (Frida Sofía Cruz) y Tuerto (Ikal paredes), supondrá la llegada de nuevas amistades pero también duras enseñanzas que cambiarán la vida de Ikal. Todo esto aderezado por la amenazante presencia de Hugo Valenzuela (Guillermo Villegas), un funcionario gubernamental cuya labor es clausurar escuelas rurales a lo largo del país, y que tiene en la mira al pequeño vagón que sirve a Ikal y sus amigos como único refugio.
Uno de los elementos mejor trabajados por el guion de Javier Peñalosa (Los adioses, 2017) es el de las amistad que surge entre Ikal y su profesora. Contreras, acertadamente, reconoció que el corazón de esta película estaba en las relaciones humanas y en el papel que amigos y mentores pueden tener en nuestra vida. Por supuesto, la relación más entrañable la encontraremos entre el joven y la maestra Georgina, quien encontrará en Ikal una nueva misión de vida. Desde enseñarle a leer utilizando historietas de Kalimán, hasta ayudarle a atravesar difíciles momentos que cambiarán su vida y las de su familia y amigos.
Siendo protagonista de un proyecto de esta relevancia, Kaarlo Isaacs consigue transmitir los recelos y dudas de su personaje, un niño que debe enfrentarse demasiado joven a duras experiencias. Isaacs brinda una buena actuación, perfectamente sostenida por el extraordinario trabajo de Adriana Barraza. Es en su personaje en donde el guion encuentra su mayor fortaleza. La forma en que la dedicación de la maestra Georgina ayuda a los niños a entender por qué la vida a veces puede ser profundamente cruel, pero al mismo tiempo mostrando lo difícil que puede ser para un profesor verse incapacitado en ayudar a otros jóvenes.
Si bien “El último vagón” ofrece una historia atractiva, es difícil colocarla junto a obras mayores del director, como “Sueño en otro idioma”. El guion llega a sentirse un tanto disperso, con algunas relaciones entre personajes no tan bien aprovechadas (la relación entre Chico, el niño rebelde, e Ikal ofrecía matices que no se alcanzaron del todo), o acontecimientos que se antojan un tanto arbitrarios y no del todo fundamentados, como la manera en que nuestro protagonista irá relacionándose con Valenzuela, el funcionario que, no queda muy claro por qué, busca cerrar la escuela a como dé lugar.
El mayor atractivo de la película está en apreciar, una vez más, el nivel interpretativo de la extraordinaria Adriana Barraza, quien consigue dotar de vida a un guion que aunque puede sentirse por momentos disparejo, consigue construir una historia cálida y entrañable que nos recuerda el relevante papel que jugaron los profesores en nuestra formación.
“El último vagón” se encuentra disponible en Netflix desde el 26 de junio.