Por Martha Besio

El espectador está en una sala de cine. La imagen en pantalla muestra a una mujer de mediana edad, linda, sentada sola en la cabina de una camioneta  estacionada, bajo una lluvia torrencial. Del otro lado de la calle, un  apuesto hombre maduro la mira, dejàndose empapar por el agua de la lluvia. Son apenas 78 segundos de proyección, pero alcanzan para resultar una de las despedidas más entrañables del cine contemporáneo.  Los cinéfilos reconocerán fácilmente el momento y la película. Se trata de “Los puentes de Madison” (The Bridges of Madison country, Clint Eastwood,1995), protagonizada por la increíble Meryl Streep y el propio Clint Eastwood.    El romance de Francesca John( Streep) un ama de casa algo desilusionada de su vida rutinaria,y el fotógrafo de Nathional Geographic Robert Kincaid( Eastwood)  ha hecho suspirar a miles de espectadores por casi 30 años. La película está ambientada en la década del 60, en la zona rural de Iowa. Francesca está  casada y tiene dos hijos adolescentes. Pero en un momento de su vida conoce a Robert y todo su mundo se transforma. La lucha entre la pasión romántica y el amor familiar son los ejes de esta conmovedora historia. Por eso los personajes llegan a ese final, triste pero inevitable, mirándose y sonriendo levemente a través del agua  que los azota, acompañados por la música de Lennie Niehaus.

 Se pueden rastrear otras escenas como ésta y otras circunstancias semejantes. Basta pensar en “Casablanca” (Casablanca, Michael Curtiz,1942). Es uno de los clásicos cinematográficos  de todos los tiempos. Se desarrolla en plena Segunda Guerra Mundial ( y de hecho sé filmó entonces). Los  protagonistas son  Humphrey Bogart, en el papel de Rick Baine e  Ingrid Bergman encarnando a Ilsa, la mujer que ama. En esta historia también hay una lucha interna   en los personajes, especialmente en Rick; los sentimientos  hacia Ilsa   se enfrentan con el deber moral de ayudarla a escapar junto a su esposo, uno de los líderes de la Resistencia. Por todo esto, se encuentran en la necesidad de sacrificar el amor que ambos sienten. En la escena final puede verse la dolorosa despedida de los enamorados, que los lleva a separarse definitivamente.  El momento queda inmortalizado en la inolvidable frase que pronuncia Rick a Ilsa:

 “-Siempre tendremos Paris”.

 Ver en la pantalla un amor imposible  remite a la fibra más profundamente sensible del ser humano: la búsqueda del ideal, el romance soñado.

A través de los tiempos, la literatura ha ofrecido infinidad de ejemplos de situaciones románticas, amores desencontrados y lágrimas derramadas por el dolor de lo que  pudo ser.

Si hay un impedimento para los enamorados- llámese Montescos y Capuletos o terceros en discordia- el ideal, aquello que sólo existe en el pensamiento, se instala en el corazón de los lectores. Entonces les ofrece todo  por lo cual vale la pena emocionarse. En algunos casos, la despedida se torna imposible de eludir, cómo les sucede a Héctor y Andrómaca  en “La Ilíada” . En otros,  se  llega al adiós a través de la tragedia,  como lo plantea Shakespeare.   

¿Por qué este tipo de historias  aún conmuevan a las personas? ¿Por qué asisten al cine para presenciar adioses tan desgarradores?

Para intentar responder estas preguntas es posible explicar el  significado de la expresión  conocida como cine romántico.

”…es llevarnos hasta situaciones de clímax, conectarnos de tal forma que podamos sentir lo mismo que los personajes; una relación empática entre actor-espectador que tiene una particular cercanía.”

“…logran conectarnos y llevarnos a un mundo donde el amor ideal se hace realidad y donde a pesar de los problemas cotidianos, definitivamente, el amor prevalece.”

 Ya lo dijo  la protagonista de  “El espejo tiene dos caras” (The mirror has two faces, Barbra Steissand,1996). La profesora Rose Morgan, (Barbra Streissand) está hablando ante un nutrido auditorio de universitarios sobre un concepto tan antiguo como el mundo:

“-¿Por qué la gente sigue buscando el amor, cuando puede ser tan corto y devastadoramente doloroso?.. porque mientras dura se siente condenadamente bien”.