Imagen 1. Manuel Ávila Camacho, presidente mexicano (1940-1946) durante su discurso de Unidad Nacional. Fuente: Miguel Torruco Garza, cuenta personal de X. Fecha de publicación: 28 de marzo de 2021.
Por Jorge Carlos Sánchez López
Universidad de Guadalajara
I. Introducción
La historia del cine mexicano tiene un parteaguas significativo en el periodo de 1940 a 1946 tanto a nivel industrial como en el ámbito estético. Este sexenio coincide con los años más duros y la conclusión de la Segunda Guerra Mundial y, por si fuera poco, también corresponde con el régimen del último presidente militar mexicano, Manuel Ávila Camacho.
En esta segunda entrega dedicada al estudio de la imagen presidencial a través del cine, el periodo señalado cobra nuevos bríos a partir de la publicación de dos libros recientes, a saber: “A la sombra de los caudillos. El presidencialismo en el cine mexicano” (2020), coordinado por Álvaro Fernández y Ángel Román; y “La imagen presidencial en México: relatos desde el poder (1895-1952)”, 2022, coordinado por Tania Ruíz y María Rosa Gudiño.
En ambas obras, los autores que abordan el sexenio de Manuel Ávila Camacho, encuentran múltiples convergencias, no obstante, las interpretaciones de los especialistas se encuentran lejos de ser concluyentes. En la primera, Ángel Román enfoca la mirada en el cine de ficción de pretensiones “panamericanistas” [2] que se produjo en México, así como las diversas formas de representación fílmica de la Segunda Guerra Mundial; mientras que, en la segunda, María Rosa Gudiño realiza una arqueología fílmica, que consigue ubicar y describir buena parte de los materiales cinematográficos que documentaron las actividades de Manuel Ávila Camacho durante su gestión como titular del Ejecutivo.
No obstante, aún permanece pendiente el estudio de la legislación instrumentada por este presidente mexicano, la cual también jugó un papel fundamental en el afianzamiento de la industria cinematográfica. En este texto haré hincapié en algunas de las leyes que permitieron la consolidación económica del cine, y que al mismo tiempo lo afianzaron como uno de los más importantes de la década de 1940 a nivel mundial.
Gracias a este enfoque, también descubriremos que Manuel Ávila Camacho, en su intento por alejarse de la postura cardenista del cine de propaganda, se convirtió en un presidente “ausente” de la imagen en movimiento, hipótesis que se esgrime a partir de un material digitalizado y preservado por la Cineteca Nacional, a saber: “Presidente Manuel Ávila Camacho: hundimiento del Potrero del Llano y declaración de guerra a los países del Eje”.
II. Manuel Ávila Camacho y la industria del cine
Después de la experiencia cardenista del Departamento Autónomo de Prensa y Publicidad (DAPP), en 1940, el arribo de Manuel Ávila Camacho a la presidencia supuso un viraje en diferentes aspectos de las políticas públicas instrumentadas durante el sexenio anterior.
La legislación que benefició a los empresarios del cine durante este sexenio resulta muy interesante, pues al tratarse de una actividad que recientemente había transitado de una “etapa preindustrial” (1929-1936) a una “industria formal” (1937-1940) con sectores organizados y relativamente delimitados, la actitud del gobierno de Ávila Camacho fue de “no intervención” y de estímulo hacia la iniciativa privada, en contraste con lo sucedido durante el régimen cardenista con las grandes reformas nacionalistas.
Un primer ejemplo, puede encontrarse en la Ley de las Cámaras de Comercio y de las de Industria (26 de agosto de 1941), que separó las actividades comerciales de las industriales a nivel nacional, toda vez que durante décadas ambas actividades fueron reguladas por una misma entidad. En ese sentido, los empresarios del cine rápidamente se adhirieron a la legislación, redundando en la creación de la Cámara Nacional de la Industria Cinematográfica el 26 de noviembre de 1942 por iniciativa del General Juan F. Azcárate.
También, desde que Manuel Ávila Camacho asumió la presidencia, la Asociación de Productores y Distribuidores de Películas Mexicanas, buscó acercarse al nuevo gobierno, y concretaron una entrevista con el mandatario el 20 de enero de 1940 [3]. Dicho encuentro derivó en un memorándum, en el cual la Asociación hizo cuatro peticiones que consideraron vitales para la industria cinematográfica: 1) proteccionismo para la exhibición de películas mexicanas; 2) reducción de impuestos en el interior del país cuando los cines exhibieran películas nacionales; 3) exención por cinco años más del cobro del impuesto de patente establecido por el Departamento del Distrito Federal; 4) eliminación del impuesto aduanal para la importación de insumos cinematográficos.
Sin embargo, la que posiblemente fue la medida legislativa más significativa de este sexenio, tuvo relación con la supervisión de la totalidad (o por lo menos esa era la intención) de las películas que circulaban en territorio mexicano. El Reglamento de Supervisión Cinematográfica emitido durante este periodo, en sus primeras líneas, indica que surgió como respuesta a “las necesidades impuestas por la continua y acelerada evolución del cinematógrafo, y con las prácticas comerciales a que lo sujetan quienes lo usufructúan” [4].
En ese sentido, Manuel Ávila Camacho concibió la necesidad de establecer reglas precisas para normar la producción, distribución y exhibición de películas en la República, al tiempo que diseñó las herramientas jurídicas para la regulación de las cintas que llegaban del extranjero. En otras palabras, la postura del régimen consistió en “vigilar y castigar” a quienes incumplieran con el reglamento de supervisión. Es decir, la supervisión de las películas podía iniciar desde el guion mismo, en una especie de “cortesía” por parte del gobierno, y así “evitar” la mutilación de la película en su formato final.
No obstante, a todos aquellos empresarios fílmicos que no se supeditaran a los lineamientos de supervisión, se les “castigaría” con multas monetarias y con la censura de sus películas. Este ejercicio resulta de gran relevancia, toda vez que nos permite observar a un gobierno que se preocupa por los contenidos, así como el tratamiento de los mismos, evitando a toda costa los que pudieran ser lascivos para los principios morales y religiosos característicos de la época, así como de los que el mismo gobierno pregonaba a través del discurso de la Unidad Nacional.
La política de estímulo a las industrias de Manuel Ávila Camacho estuvo orientada a favorecer a los capitalistas privados, poniendo a su disposición medidas legislativas que beneficiaron a los empresarios a través de normativas para su organización y exenciones de impuestos, las cuales fueron atraídas hacia la industria cinematográfica e incidieron en su afianzamiento. En otras palabras, la acumulación capitalista permitió la consolidación de las estructuras primordiales de la industria fílmica (producción, distribución, exhibición, y estudios y laboratorios), las cuales coadyuvaron en el surgimiento de la mítica “época de oro del cine mexicano”, aunque también puede considerarse como una “época de rápido crecimiento económico”.
En ese sentido, cabe recordar que en 1941 tuvo lugar la creación de una institución financiera que benefició considerablemente a los empresarios del cine en proporciones no vistas hasta ese momento. Concebido desde el régimen de Lázaro Cárdenas del Río, pero materializado en tiempos de Manuel Ávila Camacho, se constituyó el Banco Cinematográfico S.A. La noticia se hizo pública en los meses de enero y febrero de 1942 y la prensa cinematográfica celebró dicho acontecimiento de sobremanera, tal y como lo hizo “Cinema Reporter” en sus ediciones de enero y febrero de 1942, a las cuales se sumaron otros medios especializados como “El cine gráfico” y “México Cinema”.
Con base en lo anterior, es importante realizar una acotación sobre la fundación del Banco. La prensa de la época concedió un papel protagónico al presidente Manuel Ávila Camacho en la organización de esta institución crediticia para el cine, no obstante, me parece sustancial revalorar la presencia del capital privado en la organización de dicha institución, toda vez que éste fue quien aportó y administró mayoritariamente los recursos financieros durante los primeros años, hasta su nacionalización en 1947 durante el régimen de Miguel Alemán Valdés.
Por lo tanto, el papel que desempeñó Manuel Ávila Camacho, puede identificarse claramente en el apoyo legislativo que permitió el desarrollo y afianzamiento de la industria cinematográfica a nivel nacional y con una fuerte influencia del capital privado, y tuvieron que adecuarse a los parámetros impuestos en el Reglamento de Supervisión Cinematográfica. Por ende, establecidas las “reglas del juego” desde la cúpula del poder, los jugadores dieron rienda suelta a una producción fílmica que se enfocó en complacer y enaltecer los valores nacionalistas y de entretenimiento, dejando de lado el papel del cine como representación de la realidad desde una perspectiva crítica, y abriendo el camino para las historias idílicas que tuvieron en el “star system” de la época, elementos suficientes para cautivar sus espectadores durante al menos una década.
III. Hundimiento del Potrero del Llano y la declaración de guerra a los países del Eje. [5]
El material inicia con el Estado Mayor Presidencial estudiando un mapa del Golfo de México, y analiza la situación del hundimiento del buque petrolero, que lamentablemente resultó en el asesinato de un capitán y trece marineros.
Después, son varios los militares que esperan su turno para hablar con el presidente, entre ellos, el secretario de la Guerra, el inspector de policía, el Canciller Padilla, el General Jara de Marina, el secretario de gobernación Miguel Alemán, el General Sánchez del Estado Mayor Presidencial, entre otros personajes.
Curiosamente, el primero en dirigir la palabra al pueblo de México ante las cámaras es el General Sánchez en los siguientes términos: “El pueblo mexicano siempre ha amado a su patria y venerado a su bandera. La brutal agresión de los submarinos del eje a nuestras inermes naves ha unificado hoy más que nunca la conciencia mexicana”.
En un segundo momento, se muestra el camino que recorre el cortejo fúnebre, y se hace énfasis en el recibimiento por parte del pueblo en cada una de las localidades por donde transitan, desde Laredo hasta Pachuca. En este punto, las palabras del diputado de Hidalgo, José Gómez Esparza, exaltan a entonar el himno nacional, y conmueve a los asistentes hasta las lágrimas. De este material, también es importante destacar la presencia de los sobrevivientes, que, en palabras del narrador, “nos sorprende su juventud”.
Una vez que el cortejo ingresa a la Ciudad de México por la carretera México-Pachuca, es posible identificar algunos aspectos de la misma ciudad, por ejemplo, los “Indios Verdes”, la Villa, la Basílica, la calle 5 de mayo, hasta llegar al palacio de Bellas Artes, en donde es recibido por una multitud y es velado toda la noche.
En un tercer corte, el filme nos traslada al domingo 24 de mayo de 1942, donde se reúne una multitud en el Zócalo de la Ciudad. El narrador hace énfasis en que se trata de “pobres y ricos, niños y ancianos, patrones y obreros, todas las clases sociales están representadas”, que arriban para manifestar su indignación frente al atentado, y respaldar la postura del régimen.
Finalmente, y después de una espera de 6 minutos y 44 segundos, Manuel Ávila Camacho aparece por primera vez ante las cámaras, que lo captan de manera distante, mientras camina apresuradamente con su esposa por los pasillos de Palacio Nacional. La toma dura apenas 5 segundos. En el minuto 6 y 56 segundos, nuevamente una cámara distante capta a Ávila Camacho, durante 4 segundos. Paralelamente, el narrador exclama “y es en medio de todos [el presidente] la figura que consolida nuestra unidad”. Después de ello, la cámara aparece detrás del presidente en el balcón del Palacio Nacional, poniendo énfasis en la multitud que se ha reunido en el Zócalo.
Con un paneo desde el mencionado balcón, la imagen cinematográfica muestra a un Ávila Camacho que contempla la multitud (durante 11 segundos), mientras el narrador expresa las siguientes palabras:
“En el rostro de nuestro presidente se refleja la solemnidad del momento. México ha sido ultrajado, nuestro corazón y nuestra bandera se han cubierto de luto. Pero al contemplar el féretro que guarda los restos de nuestro compatriota en medio de ese gigantesco mar humano nunca antes visto, sabemos que el sacrificio de esos catorce valientes marineros del Potrero del Llano, sabemos que ese sacrificio no será estéril. Con los puños apretados todos los verdaderos mexicanos decimos con el alma ¡Piensa, oh patria querida, que el cielo un soldado en cada hijo te dio!”
Un nuevo corte nos traslada a la calle de Bolívar, donde múltiples militares hacen guardia a las afueras de la Cámara de Diputados en espera de los funcionarios del gobierno, entre ellos Ezequiel Padilla, Manuel Ávila Camacho y Miguel Alemán. La secuencia está musicalizada por instrumentos de viento, con diversas tomas y planos que sugieren un enaltecimiento del ejército como guardián y defensor de la Soberanía Nacional, y que sirve de antesala para la declaratoria de guerra.
No obstante, sólo podemos observar a Manuel Ávila realizando la declaratoria, aunque nuevamente sólo aparece durante algunos segundos, y no es posible escuchar la lectura del documento de su propia voz. Los diversos planos donde se observa al presidente leyendo un documento está compuesta por diversas tomas: 1) en contrapicada; 2) una toma panorámica del recinto con Ávila Camacho al fondo; 3) una toma lateral, donde se le observa de perfil; y 4) finalmente, aparece a cuadro.
A grandes rasgos, el presidente se ha convertido en una figura “ausente” ante las cámaras, toda vez que su “presencia” no supera los dos minutos, en contraste con los 10 minutos de duración de este material fílmico, y también considerando la relevancia del acontecimiento, es decir, el ingreso de México a la Segunda Guerra Mundial.
IV. A manera de conclusión
María Rosa Gudiño, en su texto sobre Manuel Ávila Camacho destaca que “la imagen fílmica del presidente Manuel Ávila Camacho que lo muestra como representante de la Nación, cumpliendo actividades de protocolo y en eventos públicos, palideció frente a tres de sus contemporáneos” [6]. Esos contemporáneos fueron: Lázaro Cárdenas, a quien ya se le ha dedicado un espacio en esta columna; Maximino Ávila Camacho, personaje de matices grisáceos, que también es considerado como el “hermano incómodo” del presidente debido a sus labores perniciosas como gobernador de Puebla; y Miguel Alemán, secretario de Gobernación, quien aprovechando la poca injerencia del presidente Manuel Ávila, inició sus acercamientos con las diversas ramas del cine, los cuales rindieron sus frutos durante su régimen gubernamental, y lo convirtieron, en palabras del investigador Francisco Peredo Castro, en una especie de “rockstar” fílmico.
Por lo tanto, la imagen presidencial de Manuel Ávila Camacho puede comprenderse como la de un militar “de escritorio” enfocado en cumplir su encargo como titular del Ejecutivo, supeditando el protagonismo personal al compromiso adquirido ante la Nación, y priorizando la política pública que adoptó desde el inicio de su régimen: la Unidad Nacional, frente a las discrepancias internas y externas del país. En un polo opuesto se encontrará a Miguel Alemán Valdés, a quien próximamente dedicaremos algunas líneas en esta columna.
Notas.
[1] El origen de esta serie de manuscritos deriva de la tesis que elaboré en 2022 para la Universidad de Guadalajara, con la cual obtuve el grado de Maestro en Estudios Cinematográficos. Véase Jorge Carlos Sánchez López, “Consolidación y primera crisis industrial del cine sonoro mexicano (1938-1950)”, México, Universidad de Guadalajara, CUADD, 2022, pp. 249.
[2] Una definición bastante reduccionista de este término puede entenderse como “un macro movimiento que busca la cooperación entre los países americanos”, no obstante, considerando el contexto de la Segunda Guerra Mundial, esta definición resulta insuficiente. Por ello, para efectos de este texto el concepto puede entenderse como un movimiento que buscaba la cooperación de todos los países americanos con el objetivo común de hacer frente a la ideología fascista pregonada por las potencias del Eje (Berlín-Roma-Tokio), que llegó a manifestarse en el continente americano a través de diversos materiales audiovisuales de propaganda.
[3] Archivo General de la Nación, Fondo Presidentes, Manuel Ávila Camacho, expediente 523.3/4.
[4] “Diario Oficial de la Federación”, tomo CXXVII, núm. 16, 19 de septiembre de 1941, p. 1-3.
[5] “Presidente Manuel Ávila Camacho: hundimiento del Potrero del Llano y declaración de guerra a los países del Eje”, 1942. Película de nitrato, 35 mm. Colección Archivo General de la Nación, Acervo Cineteca Nacional. Este material ha sido preservado y digitalizado por la Cineteca Nacional de México. Disponible aquí.
[6] María Rosa Gudiño, “VIII. Manuel Ávila Camacho, el último presidente militar frente a las cámaras”, en Tania Ruiz y María Rosa Gudiño (coord.), “La imagen presidencial en México: Retratos desde el poder (1895-1852)”, Morelia, Michoacán, UNAM, 2023, p. 402.
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