Por Matías Mora Montero.
“Simios, fuertes, juntos”, es el canto de victoria que los personajes de esta saga continúan gritando, exaltados en evolución inusual e impuesta por una humanidad que, como la real, sólo supo condenarse a sí misma. Algo agradable de ver en esta continuación de la distópica saga donde los roles simio/humano se ven abruptamente volteados es la falta de un bien común claro, la división de ideales que ambas especies mantienen, sobretodo dentro de sí mismas, que las lidera a inevitable conflicto, conflicto que, ante todo, habla de una arrogancia muy humana, una falta de saber escuchar y de saber compartir, sea cultura, sea espacio, sea armonía.
En mi memoria, la película original de 1968 es una pesadilla divertida, un ejercicio de ciencia ficción aterrador: la imagen de la estatua de la libertad enterrada en la arena, revelando el secreto de la trama, no es fácil de olvidar. Es probable que si la re-veo le dé más crédito, ya que por el momento la introducción de este dominio de simios en el cine me es ajeno y me se identificar más con la trilogía lanzada en los 2010’s y de la cual esta nueva entrega le es una lejana secuela. Lejana, ya que toma lugar cientos de años después de los sucesos de la tercera película, pero continúa los planteamientos, me atrevo a llamar existenciales, que la trilogía proponía. Ya que lo que las cintas pasadas se atrevían a hacer era empezar con un cuento de advertencia sobre los peligros del llamado “progreso” científico, para acabar revelando una naturaleza innata al humano, lo que te conducía hacia una trampa donde los monos servían de espejismos, presentando la crueldad, pero a la vez la compasión, es decir, los extremos en los que como humanidad navegamos.
Su protagonista, César, entendía un espectro, lo aprendió de su crianza entre humanos. En este espectro entendía las debilidades, quizás las mayores que encontró son el aislamiento y la división, de ahí que se vio en la necesidad de crear su canto, un canto que llama a la unión entre simios.
Canto que es ahora un arma manipulada por los simios del futuro que presenta la nueva entrega, donde el poder es una sed insaciable entre Proximus César, un simio adherido a la idea de lograr acelerar un proceso evolutivo que lleve a los simios al nivel de progreso que los humanos alcanzaron en su mayor auge, sin considerar que, como mencionaba, fue este progreso la sentencia de muerte de la humanidad.
Lo interesante viene del protagonista, que no es Proximus César, sino un simio de menor poder, Noa, perteneciente a un clan de simios con la profesión de domesticar y entrenar águilas, viviendo una vida tranquila y controlada por leyes de ancianos que no comprenden el mundo que heredan. La aldea es invadida y esclavizada por el ejército de Proximus, quien va tras una humana, Mae, con un sorprendente nivel de intelecto en una época donde la gran parte de la humanidad sobreviviente ha sido categorizada como “salvaje cazable”.
Me parece que los trailers de esta película son acertados, algo de rara ocasión en las estrategias de marketing de cine comercial actuales, ya que no revelaban de más. Seguiré ese ejemplo, pero diré que en temas narrativos se dan alianzas y traiciones, algo inevitable en una historia donde cada personaje tiene un objetivo distinto, cosa que hace a la película interesante y pone cuestiones de bien y mal en duda. Aunque, claro que Proximus es el obvio antagonista, y vaya que es fenomenal en su carisma, motivación y carácter, nada que te distraiga de la crudeza de sus actos.
Aún con Proximus teniendo su maldad evidente, varios de los protagonistas actúan desde el beneficio propio, cosa que pone la impunidad de sus acciones en duda. Y es un aspecto que, a la par, sirve para crear un interés hacia el espectador: ¿hacia dónde irá esta historia en próximas entregas? ¿Habrá un bando ganador que satisfaga la complejidad de la situación? ¿La humanidad habrá aprendido algo, lo que sea, para el cierre de esta fábula? Quizás quede todo en manos de los simios, porque la cuestión es si ambas especies pueden convivir en paz, sólo que no es una cuestión fácil de responder, nace de una problemática de mantener esa arrogancia, de no aprender de las enseñanzas de César como se debería, no porque aquel primer simio intelectual sea un tipo de mesías (narrativamente así es tratado), sino por la experiencia de primera mano que César adquirió al convivir con ambas especies. Lo que queda ver es si los personajes presentados en “Nuevo Reino” cargarán las lecciones de César hacia un lugar de paz o, como en “Dune”, el peligro de la imagen de mesías sabrá llevar tan sólo a un camino de destrucción.
Esta nueva entrega, dirigida por Wes Ball, anteriormente encargado de llevar la saga de “Maze Runner” a la pantalla grande, es adecuadamente competente, arranca de forma pasiva, incluso aburrida, se logra recoger conforma alcanza su segundo acto y de ahí no se detiene hasta ser un tren de alta emoción con un clímax reminiscente a “Avatar: el camino del agua”, con la constancia de los efectos digitales, el llamado CGI, siendo de una técnica y profesión tan impresionante como la saga de James Cameron. Pero más allá de la película, que demuestra ser un gran rato en el cine, lo que la historia plantea y promete no deja de ser sumamente interesante, convirtiendo, o más bien, manteniendo, a la saga de “El planeta de los simios” como una de las más consistentes en el panorama actual hollywoodense.