Por Pedro Paunero

Si bien, lord Byron había hecho suya la figura del vampiro en poemas como “El Giaour” (1813):

“…enviado a la tierra como vampiro,
tu cadáver de su sepulcro será arrancado…” (versos 757 y 758)

Sería John William Polidori, médico personal de Byron, quien, retomando ese célebre reto durante la velada de Villa Diodati (y, con él, Mary Shelley), escribiría el primer cuento sobre vampiros, basando la personalidad decadente, aristocrática y de fama arrebatadora del mismo Byron, en “El vampiro” (1819), cuyo personaje:

“Apareció en diversas fiestas de los personajes más importantes de la vida nocturna y diurna de la capital inglesa, un noble, más notable por sus peculiaridades que por su rango. Miraba a su alrededor como si no participara de las diversiones generales. Aparentemente, sólo atraían su atención las risas de los demás, como si pudiera acallarlas a su voluntad y amedrentar aquellos pechos donde reinaba la alegría y la despreocupación. Los que experimentaban esta sensación de temor no sabían explicar cual era su causa. Algunos la atribuían a la mirada gris y fija, que penetraba hasta lo más hondo de una conciencia, hasta lo más profundo de un corazón. Aunque lo cierto era que la mirada sólo recaía sobre una mejilla con un rayo de plomo que pesaba sobre la piel que no lograba atravesar. Sus rarezas provocaban una serie de invitaciones a las principales mansiones de la capital. Todos deseaban verle, y quienes se hallaban acostumbrados a la excitación violenta, y experimentaban el peso del “ennui”, estaban sumamente contentos de tener algo ante ellos capaz de atraer su atención de manera intensa”.

Byron, que se refería despectivamente a Polidori llamándolo “Polly-Dolly” (y Mary Shelley, con el mismo Byron, como al “pobre Polidori”), retomó la figura en “El corsario”, como un ser ávido de sangre. La sombra de Byron -una estrella pop avant la lettre-, elegante e irresistible para las mujeres, con un dejo de tristeza impregnado en su ser como fruto de su decepción para con la fama, establecía una constante que, ya en el Siglo XX, la narrativa y el cine retomarían, conscientemente o no, a través del yuppie y el rockstar, como personas fatales, metaforizadas como vampiros, para simbolizar un aspecto de la sociedad que, entregada a los caprichos, devaneos, y excesos de sus famosos y admirados, es capaz de perdonar incluso sus facetas más excesivas, y hasta criminales.

El vampiro de los años ‘80s y ‘90s

“El ansia” (The Hunger, 1983), dirigida por Tony Scott, hermano menor de Ridley, narraba la historia de la vampira Miriam Blaylock (Catherine Deneuve), cuya sangre ha servido para mantener joven a John (David Bowie), uno de sus amantes a través de los siglos, empero, con el paso del tiempo, el poder de su sangre muestra indicios de disminuir, por lo cual John buscará, ansiosamente, una cura a través de la medicina moderna, mientras Miriam comienza a interesarse en la geriatra Sarah Roberts (Susan Sarandon), médico de John, como posible nueva compañera.

Película defectuosa, incluía a una auténtica estrella pop, Bowie, en un rol principal, y una canción –“Bela Lugosi’s Dead”- en la banda sonora, creación de “Bauhaus”, padres del género musical gótico. La canción, toda una declaración de intenciones, no sólo alude a la muerte (física) del actor Bela Lugosi, sino su consagración como afamado vampiro (“undead”), para la eternidad, pero también, en el contexto de esta adaptación de una novela de Whitley Strieber (autor convencido de haber sido raptado por extraterrestres, por cierto), un vampiro desfasado, ante la irrupción de un nuevo vampiro que, en palabras del autor Douglas E. Winter, no es sino:

“… una fantasía de la clase alta decadente, el sueño prohibido de la clase baja que aspira a un cierto chic lánguido…” (prólogo de Strieber a su antología “Prime Evil”)

El patetismo del auténtico Polidori,  y esa “languidez” byroniana, fueron retratadas, con mayor o menor acierto, en películas como “Gothic” (1986), del excesivo Ken Russell, y en “Remando al viento” (Gonzalo Suárez, 1988), que recrean la mítica velada de Villa Diodati, así como en la endeble “Mary Shelley” (Haifaa al-Mansour, 2017), y en el bodrio de Roger Corman, “Frankenstein perdido en el tiempo” (aka. Frankenstein desencadenado; Frankenstein Unbound, 1990), vergonzosa adaptación de una novela de Brian Aldiss, que se deja fuera de la trama, como intencionalmente, a Polidori, para centrarse en el nacimiento del otro monstruo -el creado por Mary-, y excluir al vampiro.

Un acercamiento -en realidad, una endeble reflexión- en el “ser vampírico” como emblema de la hiper modernidad, tendría lugar en “La adicción” (The Adicction, 1995), dirigida por Abel Ferrara, en cuya trama se nos ofrece un licuado, no del todo logrado, del existencialismo sartriano, Kierkegaard, la “voluntad de poder” de Nietzsche, el temor al SIDA, y la sed de sangre de su protagonista universitaria -mordida en plena calle por una vampira que le ofrece la posibilidad de escapar-, como si de una adicción a las drogas se tratara. Como en todas las películas de Ferrara, esta se debate entre el oportunismo y el descubrimiento del  lado salvaje de la urbanidad, a tan sólo unos centímetros bajo la capa de lo cotidiano.

Retrato intimista del vampiro y del músico de rock.

“Los muchachos perdidos” (The Lost Boys, 1987), dirigida por un inspirado Joel Schumacher, cuyo título alude a los compañeros de Peter Pan, eternamente jóvenes como él, contaba la historia de una pandilla de vampiros sexis que se enseñorean de Santa Cruz, California, llamada “la capital mundial del asesinato”, por los terribles acontecimientos ocurridos entre 1970 y 1972. Una atmósfera tibia, al amparo de la música, recorre la película, mientras motociclistas, chamarras de piel, la cultura de la playa y el movimiento punk, enmarcan un enamoramiento que no debe ser, en una película de culto, donde David, el personaje que interpreta Kiefer Sutherland, se convirtió en el vampiro icónico de los años ochenta y de la generación MTV, mientras Alex Winter, que interpreta a Marko, otro miembro de la pandilla, actuaría en el papel de John William Polidori, al año siguiente, en “Verano de encantamiento” (Haunted Summer, 1988), dirigida por Ivan Passer, la tercera película dedicada a los acontecimientos de Villa Diodati, y adaptación del erudito libro de Anne Edwards.

Pero será en “Sólo los amantes sobreviven” (Only Lovers Left Alive, Jim Jarmusch, 2013), que cuenta la historia de la pareja de amantes Eve (Tilda Swinton) y Adam (Tom Hiddleston), vampiros con siglos a cuestas, la película que intérprete al vampiro como un ser marginal (el artista y su tedio o, en palabras de Baudelaire, su “Spleen”) que, no obstante, sabe adaptarse a los tiempos que corren.

La visión de Adam, músico rock y sublime coleccionista de guitarras, con una edad de quinientos años, es la de un mundo de humanos al borde del colapso, al grado que sólo consigue sangre sana de un hospital, mediante un médico corrupto, porque la sangre de los humanos está ya contaminada por sus hábitos malsanos. Adam vive en la decadente Detroit -en un muro tiene fotos y retratos de sus artistas y científicos preferidos, Wilde, Poe, Buster Keaton, Kafka y, por supuesto, Byron, entre muchos otros-, y a dicha ciudad vuela Eve desde Tánger, cuyos tres mil años de edad la han vuelto prudente, para visitarlo, sin imaginar que Ava (Mia Wasikowska), hermana menor de Eve, llegará súbitamente, los convencerá de salir a un antro y terminará bebiéndose a Ian (Anton Yelchin), el entusiasta amigo humano de Adam, y su contacto externo con la industria musical.

Eve es amiga íntima de Christopher Marlowe (John Hurt), autor “verdadero” de las obras de Shakespeare, un vampiro ya cansado de vivir, y comparten un exquisito gusto por las lecturas -en una escena, Eve lee “Los amores en la luna”, de Ramón de Campoamor, así como textos clásicos en distintos idiomas, y mete en la maleta al Quijote, entre otras joyas-, y la música, escuchada de viejos discos LPs -que conforman una magnífica banda sonora para la película, que va de Wanda Jackson a Charlie Feathers-, mientras sus vidas transcurren lentas, languideciendo entre tapetes turcos, sofás envejecidos y libros dispersos -todo en interiores iluminados por la fotografía de Yorick Le Saux-, durmiendo juntos, desnudos, y cayendo en éxtasis, cada vez que beben una copa de sangre, como si de un buen Chianti se tratara. Eve le pregunta a Adam, que conoció a Byron, sobre la personalidad del poeta, y Adam responde que no se trataba sino de un engreído, todo lo contrario a su vida actual, con una preferencia por permanecer oculto y alejado de la fama, aunque su música goce de cierto respeto entre la subcultura Underground.

En un viaje a Tánger, después de recorrer los recovecos de la ciudad de noche -con anteojos oscuros-, la pareja se detiene a escuchar a las puertas de un establecimiento a una cantante. “Eve, esa chica es fantástica”, opina Adam, “Yasmine, es libanesa”, dice Eve, “seguro que un día será famosa”; “¡Dios, espero que no!, contesta Adam, “es muy buena para eso”.

Hay una breve conversación sobre las guerras por el agua del futuro próximo (¿ya acabó la guerra por el petróleo? ¿Comenzó ya la del agua?) y, en seguida, otra sobre las partículas subatómicas y la acción a distancia de Einstein. La voz de Adam suena cansada, y lo parecen, ambos sentados sobre un muro, como enfermos. “Cuando separas una partícula entrelazada, y alejas ambas partes una de la otra, inclusive en lados opuestos del universo, si alteras o afectas una, la otra será afectada o alterada de manera idéntica. Fantasmagórico”.

Cerca, una pareja adolescente se besa apasionadamente. Los miran. “Sólo los convertiremos”, dice Eve, “Eres tan romántica”, opina Adam. Luego caen sobre ellos, todos colmillos.

El hastío los ha alcanzado. Es la última reflexión sobre la naturaleza del artista que, de tanto fagocitar a su público, ha terminado por vampirizarse a sí mismo.

Para saber más:

“Horacio Quiroga: el cine como medio vampírico ” por Pedro Paunero.

Por Pedro Paunero

Pedro Paunero. Tuxpan, Veracruz, 1973. Cuentista, novelista, ensayista y crítico de cine. Pionero del Steampunk y Weird West. Colabora con diversos medios nacionales e internacionales. Votante extranjero de los Golden Globe Awards desde 2022.