Por Lorena Loeza

Luis Estrada logra adaptar a formato de serie la novela “Las Muertas” de Jorge Ibargüengoitia, desarrollándola con su ya característico y reconocido estilo.

De inicio, la combinación resulta prometedora: Jorge Ibargüengoitia es conocido por utilizar la ficción para hacer críticas agudas a las instituciones mexicanas, como el ejército, la iglesia, la burocracia y la clase política. Su sátira no es panfletaria, sino profundamente observadora y certera, atinando el golpe de burla justo a hacia quienes lo merecen.

En “Las muertas”, estas virtudes narrativas se alejan de la ficción para construir la crónica de uno de los escándalos de nota roja más emblemáticos del México del siglo XX. En este relato, Ibargüengoitia asume el papel de narrador y realiza un trabajo de literatura periodística, sin perder la sátira y las incisivas críticas sociales.

Por su parte, Luis Estrada ha construido una narrativa cinematográfica propia, un estilo de comedia negra que tampoco está exento de mordaces críticas al poder y sus élites, al sistema político y a su voracidad. En la trilogía compuesta por La Ley de Herodes (L. Estrada, 1999), El Infierno (L. Estrada, 2010) y La Dictadura Perfecta (L. Estrada, 2014), logró crear un universo alternativo de personajes que explican –siempre en tono sarcástico – cómo se ha corrompido el sistema político mexicano, cómo se ha dejado infiltrar por el narco y cómo la clase política se degrada a sí misma en cada sexenio.

Sin embargo, su más reciente película, “¡Qué Viva México!” (L. Estrada, 2023) no fue tan bien recibida por el público ni por la crítica, quienes consideraron que no alcanzaba lo logrado en sus anteriores cintas: mostrar realidades crudas que permitieran comprender sus contradicciones. ¡Qué Viva México! se queda a medio discurso, con dardos menos precisos ante una realidad cambiante y un contexto político en transformación en el país.

Ahora, con el proyecto “Las muertas” Estrada parece haber encontrado de nuevo su nicho en una de las historias más oscuras y vergonzosas de nuestro país,  que combina los temas que ya son constantes en el tratamiento de sus cintas: la desigualdad, la corrupción, la violencia y los callejones sin salida de las personas que parecen no tener futuro no lugar en una sociedad como la nuestra.

Además, también hay que decir que utiliza con maestría una de las estrategias narrativas más usadas por Estrada, combinar la realidad con la ficción usando el recurso de la parodia o la sátira. Esto quizás la aleja por mucho de la otra versión cinematográfica del caso, “Las poquianchis” (F. Cazals 1976) que era – también de acuerdo con el estilo del director- mucho más sórdida y enfocada, sobre todo, en las víctimas.

La historia de centra en las hermanas Baladro, que de manera ficcionada, representan a las hermanas González Valenzuela – mejor conocidas como “Las Poquianchis” mujeres acusadas de trata de personas, corrupción de menores, y de secuestrar y torturar a jóvenes en los burdeles que eran de su propiedad.

El caso se volvió famoso y mediático, sobre todo gracias a publicaciones de nota roja. En sí mismo, representa una muestra de la doble moral de la sociedad mexicana, que observa con horror lo que pasaba en burdeles donde acudía, políticos, artista y personas “prominentes”, pero no mira a su alrededor para entender porque tal cosa puede existir en el México de antes y el de ahora.

El formato de serie permite ahondar un poco en la psicología de los personajes y usar una cronología no lineal. Además, Estrada construye un relato coral, con las voces de las y los implicados, con lo que se hacen evidentes las inconsistencias, las confrontaciones y el desesperado descargo de culpas.

El cuadro actoral es encabezado por Paulina Gaitán y Arcelia Ramírez como las hermanas Baladro. A ellas se suma parte del elenco habitual que vemos en las cintas de Estrada: Joaquín Cosío, Leticia Huijara, Salvador Sánchez, Tenoch Huerta, Rodrigo Murray entre otros actores y actrices, que ya son en sí mismos garantía de calidad. Cabe destacar la elección de Mauricio Isaac como “La Calavera” una figura clave dentro del imperio de poder y tortura de las hermanas Baladro y que el actor logra convertirla en un personaje entrañable y digno de recordar.

El oficio de Estrada le permite considerar que la historia ya es sórdida en sí misma y que no hace falta acentuar ese aspecto (a diferencia de Cazals, por ejemplo, que narra la historia en toda su crudeza). Por ello, Estrada opta por resaltar las contradicciones sociales y la hipocresía de una sociedad que prefiere mirar hacia otro lado antes que confrontar sus propios demonios.

Así, “Las muertas” no solo se convierte en un retrato inquietante del pasado, sino también en un espejo que nos obliga a reflexionar sobre las raíces profundas de la desigualdad, la impunidad y la violencia que aún persisten en el México contemporáneo. La serie invita a las y los espectadores a no ser un simple testigo, sino a cuestionar y reconocer las complejidades morales de nuestra realidad, dejando una reflexión crítica y necesaria en la memoria colectiva.