Por José de Jesús Chávez Martínez

El ya experimentado actor José María Yazpik hace su debut como director con esta película ambientada a principios de los años 80, cuando se gestaba el enorme imperio de los grandes capos mexicanos de la droga. Eran los inicios cuando aún no entraba en auge todo el ambiente de violencia y de narcocultura, además, la acción se verifica en el pequeño pueblo de San Ignacio, en el estado de Baja California Sur.

Esta cinta, además de exponer esa gran problemática, plasma de manera cercana la cultura de esa región, manifestada en elementos propios como el acento norteño, la música, las fiestas y la idiosincrasia y carácter de los pobladores del norte del país. San Ignacio es un poblado ubicado al norte del estado, entre la cabecera de Mulegé y Guerrero Negro, por lo que es más una comunidad pesquera. Cierta noche, comienzan a llover en el lugar decenas de extraños paquetes en forma de ladrillo, ya muy conocida hoy en día, pero en aquel entonces los habitantes de la comunidad quedan sorprendidos por no saber qué contienen esos envoltorios. Cuenta Doña Mary (Angélica Aragón)  que, por ejemplo, unos jóvenes beisbolistas los confunden con cal y los utilizan para rayar la cancha, pero terminan corriendo como locos.

El Chato (el mismo Yazpik), hijo de Doña mMary, había dejado San Ignacio desde hacía diez años para irse a trabajar como actor “al otro lado”, pero por causas desconocidas aunque supuestas termina involucrado en la mafia de las drogas en Tijuana. La lluvia de paquetes con cocaína era transportada en una avioneta con rumbo a Miami, pero sufre una falla en el motor, por lo que el piloto  decidió aligerar la nave soltando los paquetes y buscar un aterrizaje forzoso. El Chato es comisionado por el Doctor (Jesús Ochoa), malévolo lugarteniente del Jefe (que nunca aparece en pantalla), para recuperar lo más que se pueda de la carga. Así que por fuerza el Chato tiene que regresar a su terruño y enfrentar a sus paisanos, a su familia, a su pasado, pero sobre todo a Jacinta (Mariana Treviño), su antigua novia ahora casada con Toto (Adrián Vázquez), el comisario, entrenador del equipo de beisbol y maestro de la escuela primaria. La recuperación del cargamento no será fácil pues aunque nuestro héroe (o antihéroe) ofrece 100 dólares por paquete encontrado diciendo que se trata de un componente farmacéutico que pertenece a una importante compañía, la ignorancia, dudas y suspicacias de los habitantes, además de las amenazas del Doctor, hacen del encargo un duro trámite.

San Ignacio es el microcosmos ejemplar de la gestación del imperio del narcotráfico en México bien aprovechado por Yazpik y su equipo creativo/narrativo, pues recrea las condiciones propiciatorias en los 80’s: el cacicazgo personificado por Don Manuel (Joaquín Cosío), padre de Jacinta, que impone presidentes municipales; la pobreza que se ilusiona con el dinero fácil y aleja a la gente de sus responsabilidades; el poder político y la ley prácticamente inexistentes; y la ambición de ciertos personajes que se corrompen o se vician, como el Fisher (Carlos Valencia), el viejo Don Facundo (Manuel Poncelis) o el sacerdote Leovigildo (Carlos Olalla). La expectativa sobre la recuperación del polvo es lo que mantiene la tensión en la historia pues la presión sobre el Chato proviene de varios frentes, además del conflicto muy personal con Toto y Jacinta. Por cierto, este triángulo recuerda en cierta forma aquella relación entre Jorge Negrete, Pedro Infante y Carmelita González en “Dos tipos de cuidado” (1952) de Ismael Rodríguez.

El diseño de personajes es acertado aunque, como siempre ocurre en éste y otros caso similares, el acento norteño simulado por actores que no nacieron en esa zona del país resulta por momentos poco verosímil. Mariana Treviño (conocida por la serie “Club de cuervos” y “Un vecino gruñón” al lado de Tom Hanks) sin embargo sí logra un rol bastante creíble, incluso es difícil reconocerla porque su caracterización es muy apropiada en prácticamente todo: vestimenta, peinado, gesticulaciones, ademanes y forma de hablar (bueno, ella es de Monterrey); sus diálogos francamente fascinan.

Otros que están muy bien son Luis Valencia (muy villano), Adrián Vázquez, Angélica Aragón y Joaquín Cosío (chile de todos los moles cinematográficos nacionales, pero indispensable).

En fin, Yazpik consigue salir airoso de su primer compromiso como realizador: buena la locación, aceptable la ambientación temporal, una historia bien narrada, en bloques sólidamente conectados y tiempos en simultaneidad, presente y pasado. A veces la iluminación repite el tono amarillento con el que Hollywood pinta de manera peyorativa a los pueblos pequeños y polvorientos de la zona norte de México, pero en general esta cinta cumple con las expectativas. De hecho fue nominada a diez premios Ariel, aunque sin ganar alguno: mejor director, mejor actor y actriz principal, coactuación masculina (Vázquez), fotografía, guion original, vestuario, diseño de arte, edición y ópera prima.

Aunque se estrenó en 2019 en salas, Netflix la incluyó en su catálogo para este 2023, por lo que la recomendación ahí queda para quienes no la vieron en su estreno hace cuatro años. Es buen cine mexicano actual, identitario y con un tono entre cómico y dramático.

Título original: Polvo. Año: 2019. Dirección: José María Yázpik. Guion: José María Yázpik, Alejandro Ricaño. Producción: José Marí Yázpik, Carlos Meza Yázpik, Mónica Lozano, Eamon O’Farrill. Diseño de producción: Bárbara Enríquez. Fotografía: Tonatiuh Martínez. Edición: Miguel Schverdfinger. Sonido: Pablo Lach. Música: Sergio Acosta, Andrés Sánchez Maher. Diseñadora de vestuario: Adela Cortázar. Intérpretes: José María Yázpik, Mariana Treviño, Adrián Vazquez, Carlos Valencia, Angélica Aragón, Joaquín Cosío, Jesús Ochoa, Carlos Olalla, Guillermo Nava, Irineo Nava, Manuel Poncelis, Wendolee.
 

Por José de Jesús Chávez Martínez

Comunicólogo egresado de la UAM Xochimilco. Profesor investigador en la carrera de Ciencias de la Comunicación en la Universidad Autónoma de Occidente Unidad Culiacán, con las líneas comunicación y educación, y el cine como dispositivo didáctico, de las cuales se han desprendido diversos artículos científicos y tres libros. Es miembro del Sistema Nacional de Investigadoras e Investigadores (SNII). Desde 2021 es colaborador de correcamara.com