Por Hugo Lara
Un asesino sanguinario, una serie de macabros hallazgos, una dama en apuros, muchos sospechosos, persecuciones trepidantes y dos detectives duros. No cabe duda, en Ríos de color púrpura (Les Rivières pourpres) se hallan todos los ingredientes necesarios para hornear una película policiaca como lo piden los cánones del género, sólo que esta vez con sello de importación francés.
Si bien los maestros del cine policiaco proceden históricamente de Hollywood, otras cinematografías, como la francesa, no han escapado a la tentación de hacerlo suyo, enmendarlo o, sencillamente, imitarlo. No es casual que la variante de culto del género, el film noir o cine negro, halla sido bautizada por los propios franceses de los años 50, fascinados por el descubrimiento de esa magnífica veta del cine norteamericano.
De alguna manera, Ríos de color púrpura continúa con esta tradición, pues se acoge a los lugares comunes del género, en favor de que el entretenimiento sea fluido y eficiente. Dirigida por Mathieu Kassovitz con guión suyo, basado en la novela de Jean-Christophe Grangé, el relato da entrada a los elementos más representativos del cine policiaco hollywoodense de la actualidad. Es ahí donde se emparenta con cintas como Seven (1995) o El coleccionista de huesos (The Bone Collector, 1999), aunque también, por el intríngulis de los experimentos genéticos nazis, recuerda a cintas como Los niños del Brasil (The Boys From Brasil, 1978) y a varias novelas que se han acercado al tema, como The Day After Tomorrow, de Allan Folsom.
Kassovitz ha mostrado oficio y talento como realizador, por ello es recordado especialmente por su estupenda película El odio (L’Haine, 1995), en la que plasma con agudeza la violencia y la marginación en los suburbios parisinos. Por otra parte, en Ríos de color púrpura destaca su pericia para crear atmósferas de tensión, trenzadas con cambios de ritmo bien aceitados y un montaje efectivo, apoyado en la solvencia técnica de su fotógrafo y editor. También, no pasa por alto la presencia de Jean Reno, el actor francés de moda en Hollywood, cuyo gesto adusto y sin matices se está convirtiendo en su estigma.
Ríos de color púrpura es una película desigual, que va de más a menos. Frente a algunas aportaciones más o menos afortunadas, se notan aspectos resueltos con simpleza. Así pues, es en el guión donde se consienten las soluciones fáciles y previsibles que crean confusión y cabos sueltos, lo que desemboca en un desenlace inverosímil. Siendo generosos, Ríos de color púrpura cumple a secas con el ABC del género: una construcción narrativa que facilita la recreación audiovisual; una trama intrincada y con giros de tuerca sorpresivos; una línea de interés ascendente aunque frágil; personajes ambiguos y enigmáticos, en fin. Al final de dos horas vertiginosas y ciertamente entretenidas, por ningún lado se ve algo nuevo como para escribir a casa.
Sinopsis
El relato está construido a partir de dos historias paralelas que convergen en una sola dirección: por un lado, los extraños asesinatos que investiga el experimentado comisario Pierre Niémans (el acartonado Jean Reno), en una aldea alpina, cuya vida gira en torno a la antigua y prestigiada universidad establecida ahí; por otro lado, a 200 kilómetros del lugar, el joven teniente Max Kerkérian (Vincent Cassel) sigue la pista a unos misteriosos acontecimientos relacionados con la muerte de una niña ocurrida hace casi 20 años. Insospechadamente, ambos se encontrarán en medio de una conspiración siniestra, cuyo propósito busca hacer realidad uno de los sueños nazis, la eugenesia, es decir, la creación por métodos genéticos de la raza perfecta.

