Por Hugo Lara Chávez
Desde Hamburgo
Rollerball es una película de acción que se encuentra a medio camino entre la ciencia-ficción de corte orwelliana y la espectacularidad de los deportes extremos. Pero de fondo no es lo uno ni lo otro, pues algunas de sus definiciones narrativas —como el hecho de ubicar el relato apenas en el 2005 o usar de pretexto un violento juego que no existe en la realidad— crean un ambiente, en tiempo y espacio, que necesariamente exige la complicidad del espectador para admitir sus premisas, amén a un rato de ocio y diversión per se.
Rollerball (2001) está basada en una película del mismo título dirigida por Norman Jewison en 1975, en cuyo papel estelar figuraba James Caan. Esta nueva versión fue dirigida por John McTiernan quien, como dato curioso, con ésta suma a su filmografía una segunda película inspirada en obras de Jewison, pues anteriormente dirigió El caso Thomas Crowne (The Thomas Crowne Affaire, 1999), que aquél había realizado en 1968. El resto de la filmografía de McTiernan es un ramillete de películas de acción de medianas para abajo: Duro de matar (Die Hard, 1988), La caza del octubre rojo (The Hunt for Red October, 1990) y Los 13 guerreros (The 13th Warrior, 1999), entre otras.
El guión original de William Harrison fue puesto al día por Larry Ferguson y John Pogue, quienes hicieron una cantidad considerable de modificaciones con respecto a la película de 1975, de tal suerte que el resultado no es una copia fiel sino algo distinto en intenciones y en apariencia. La narración se centra en los peligros que debe encarar el protagonista, Johnattan (Chris Klein), un joven estrella de Rollerball —un imaginario juego dinámico y sanguinario— que descubre los siniestros manejos del empresario que controla este deporte (Jean Reno). A eso se le añade un romance, sangre, adrenalina y eso es todo. Esta línea es guiada por dos trazos paralelos: el geográfico, pues las acciones ocurren en países asiáticos subdesarrollados y, segundo, el discursivo, donde se cuestiona a la televisión como instrumento paliativo que aliena y domina a las masas, a guisa de El Gran Hermano o los talk-shows más aberrantes. Sin embargo, la película no aspira a profundizar críticamente en ningún tema, sino que simplemente los toma de pretexto para darle forma a una muy floja cadena de… de… ¿aventuras?.
Hay quien dice que nunca se debe hacer un refrito de un clásico, pero que es aceptable hacerlo de una película mediana. Ciertamente el Rollerball de 1975 no se considera un clásico ni de su género ni de su época, a diferencia de títulos como Naranja mecánica (A Clockwork Orange, 1971), para compararlo con un ejemplo muy a modo en tipo y tiempo. Pero también habría que ser justos con la versión original, pues se trata de una película que es muy apreciable por algunos aspectos. Uno de los más relevantes es el hecho de que forma parte de una corriente de la ciencia-ficción que mediante sus metáforas inducía a reflexionar sobre la condición humana, al modo de El Plantea de los simios (The Planet of the Apes, 1968), Cuando el destino nos alcance (Soylent Green, 1973) o Fuga en el siglo XXIII (Logan’s Run, 1976). El Rollerball de 1975 cifra su alegato en torno al corporativismo global como un extremo voraz del capitalismo, la ascendente crueldad social, el individualismo, la mediatización, etc. Pero de estos planteamientos se ha alejado bastante la segunda versión. Lo que queda son algunos retazos que no sirven para hacer un tejido narrativo sólido ni eficiente y mucho menos original.
Sinopsis
Es el año 2005. El joven Johnattan Cross (Chirs Klein) es reclutado por un equipo de Rollerball, un violento juego sobre patines —mezcla de hockey, fútbol americano, motocross y lucha de gladiadores— en la que se enfrentan dos equipos alrededor de una pista. Este deporte es muy popular especialmente en algunos países asiáticos. El espectáculo admite excesos de violencia que enardecen a la audiencia, pues se trata de un gran negocio televisivo. En nombre del dinero y del raiting, el ambicioso empresario que lo controla, Alexi Petrovich (Jean Reno), provoca graves accidentes durante los juegos que exponen la vida de los participantes. Jonhattan intenta escapar en vano hasta que finalmente tiene que hacerle frente a Petrovich a costa de su propia vida y de la chica que ama, Aurora (Rebecca Romijn-Stamos).

