A Argelia Guerrero Rentería y a los fundadores de la radio Ke Huelga

Por Malú Huacuja del Toro

Nueva York. Si algo puedo asegurar es que no se la esperaba. Acaba de ganar el premio a la mejor ópera prima de la Berlinale*. Se codea con las grandes estrellas de la cinematografía mundial. El mundo entero le está diciendo que es un genio y está estrenando en Nueva York, donde casi sólo los güeros de Estados Unidos y los hijos de oligarcas y políticos de México se enteran de que están pasando esas películas en el Festival de Tribeca que fundó Robert de Niro, mientras que las muchedumbres de mexicanos que no tienen acceso a la educación —ni siquiera gratuita, vaya, ni siquiera de la que defiende la odiosa CNTE—, les sirven los bocadillos y les cargan las maletas.  Estaba flotando en las nubes del éxito**. No podía imaginar que alguien pudiera arruinarle su première aquí ayer.

Y exactamente eso fue lo que hice. Aclaro que iba preparada, pero inicialmente no fui a eso. Acudí, sobre todo, a ver el estreno de Güeros, la ópera prima de Alonso Ruizpalacios que, según había leído en las reseñas y sinopsis, parecía estar hecha en contra de la huelga de la UNAM. Yo fui a que no me contaran qué tal estaba ni de qué hablaba. Y, sobre todo, fui con la esperanza de disfrutar lo que posiblemente fuera una buena película. Motivos había para suponerlo: el Festival Internacional de Cine de Berlín es uno de los más prestigiados del mundo (no como el de San Sebastián ni el de Guadalajara, que aunque hayan mejorado últimamente comenzaron siendo una burla). Como guionista profesional que también soy (o por lo menos, como dicen mis enemigos “fui”) acudí asimismo con la esperanza de que las reseñas hubieran estado mal hechas o mal informadas, o que las sinopsis exageraran esa parte del argumento con fines mercadotécnicos, y que, a pesar de su título, el guion estuviera a la altura de un reconocimiento mundial.  Mi expectativa profesional era, en suma, que el filme galardonado me deslumbrara como hacen las grandes películas, y que ni el tema mismo (aún si fuera uno con cuyo tratamiento político no estoy de acuerdo) pudiera separarse o desarticularse de la magia que crean los grandes.

La otra posibilidad, mi segunda perspectiva profesional, era que, como dije, la descripción en los boletines de prensa estuviera preparada para provocar, o el título encajado para desconcertar pedantemente —como se acostumbra ahora en mercadotecnia gay—, en cuyo caso el tema de la huelga de la UNAM sería incidental, no dominante. Daría por descontado que yo apoyé desde aquí y formé una red de solidaridad con los huelguistas en aquellos meses, informando lo que no contaban los periódicos allá, explicando cómo fue el proceso de privatización de la educación superior aquí (donde se utilizaron tácticas tan parecidas, empleadas eficazmente aquí por el entonces alcalde Rudolph Giuliani, después contratado por AMLO). No obstante lo cual, digo, también eso podía dejarlo pasar sin armar olas públicas al final porque, vaya, si los huelguistas soportaron las calumnias de la televisión diariamente y la mala prensa de todos los intelectuales poderosos de México —no es poco decir—,  una película en la que brevemente aparecen como telón de fondo, descritos tal como los ridiculizó una amplia gama de comentaristas, desde López Dóriga hasta Jaime Avilés, pasando por Guillermo Sheridan, más caricatura no se les podía hacer.

Con esa mirada contemplé la primera hora de esta película que, además, está coproducida por la UNAM.  

Pero no resultó ninguno de los dos casos. La película es, en un ochenta por ciento, aproximadamente, sobre la huelga de la UNAM, en torno a ella, contada exactamente tal como la explicaron los medios de comunicación al servicio de la plutocracia y los intelectuales de La Jornada  en defensa de los güeros, los moderados, que son “los buenos” (o por lo menos los “no tan malos”) de este filme, sin ningún contexto, y tal como la entendieron Gael García Bernal y Diego Luna en aquel entonces.

El título es literal. Los güeros son los protagonistas. Aunque imbéciles y güevones, por lo menos no son como los prietos: unos vándalos que se agarran a golpes o que los asaltan en las calles, o que los golpean. El líder de los prietos huelguistas se llama Furia. La chica linda de ojos claros es la que tiene la razón. Los demás aparecen en escenas dionisíacas bailando en torno a una fogata. La chica güera lleva meses en las guardias en la UNAM pero abandona su compromiso por razones tan incomprensibles como lo fue la huelga para el director, y en seguida abandona hasta a su personaje, cuando siendo ella estudiante de Letras se pone como actriz a burlarse del tono con el que hablan los personajes de Los Olvidados (a ninguna estudiante de Letras le interesa específicamente burlarse de Buñuel; al director de Güeros,  en cambio, sí le importa dejarlo claro: “Somos los güeros, no Los Olvidados, y nos ganamos premios internacionales como Buñuel). A esas alturas, comprendo perfectamente por qué ganó un premio internacional en tiempos de Peña Nieto. Salinas está de vuelta. Pasada primera hora, la película no sólo parece estar en contra de la huelga de la UNAM: parece hecha por la CIA, en un sexenio en que la administración está resuelta a privatizar la educación. ¿Será? Yo sé que no. Yo sé que está confeccionada por la estupidez de los televidentes y de los lectores de La Jornada, junto con la codicia de los Carlos Ímaz (quien cumplía órdenes de Rosario Robles en aquel entonces, como se vio en los videoescándalos), por los lectores de Monsiváis. Sé que ni la CIA lo habría hecho mejor.  He decidido quedarme a la sesión de preguntas y respuestas para corroborarlo. Después de la escena de burla de Los Olvidados y la forma como hablan los nacos, ahora sí quiero conocer al director.

El público ríe a carcajada batiente en la parte en la que los actores fuera de personaje imitan el acento de los nacos. Tanto, que me hace voltear a fijarme quiénes son: los que tomaron los asientos reservados, claro. Busco a la única negra que detecté entre el público al entrar a la sala, y que se estaba riendo al principio: ya ni sonríe, claro. Tampoco es tan tonta.

El resto del tiempo de la película sí me preparo. ¿Qué voy a hacer? No sé. Lo único que sé es que nadie más va a defender aquí a los jóvenes que preservaron la educación gratuita en nuestro país. Ríanse los que están leyendo esto pero que en aquel entonces sólo veían televisión o no leían más que los periódicos. De todas formas las universidades públicas en Estados Unidos ya no existen, y eso es lo que se busca implantar en México. Si hubiera una película en la que se hubiera ofrecido algún contexto de por qué estalló esa huelga, por qué la resistencia, por qué los “moderados” eran los rubios “buenos” que querían poner “un fin negociado”  y los prietos eran unos irracionales violentos “por culpa de los cuales todo se arruinó”, los jóvenes norteamericanos ni siquiera sabrían de qué están hablando. Los adultos recordarían una lucha que perdieron. ¿El resultado? Un muchacho de 21 años estudiante de la UNAM, aún el más haragán, el más aviador, tiene una cultura general más amplia que la de su equivalente a la misma edad en la reconocida Universidad de Columbia o en la semipública (también muy cara) NYU. 

Lo que también recuerdan los adultos espectadores son huelgas de más de un año. Eso no es novedad aquí, ni en ningún lado. Para Ruizpalacios será un escándalo, pero la película que acaba de dirigir el socio de su productor Gael García Bernal —Diego Luna— sobre César Chávez habla de una huelga que duró cinco años. Me voy pensando en eso mientras finjo salir al baño para regresar por la otra puerta, ahora sí, con un plan.

Mis años ayudando a Occupy Wall Street me ayudan, pero sobre todo me asiste la memoria de los jóvenes. Ningún estudiante debería ir a la cárcel en defensa de la educación gratuita. Me las arreglo para ser la primera a la que le den la palabra, pues así establezco el tono de lo que será la conversación y nadie más se atreverá a hacerle elogios desbordados como hacen los leguleyos en estos eventos. Lo hago tartamudear muchas veces. Lo obligo a explicarse. Termina contando cosas que nunca se imaginó que diría la noche de su estreno en Nueva York.

—Primeramente, felicidades por todos tus premios —le digo en inglés, con una sonrisa, y me encargo de que mi voz se escuche por toda la sala, que está repleta—. Quería preguntarte, porque esta película fue sobre un movimiento que defendía la educación gratuita en México, cosa que aquí en Estados Unidos es inconcebible…

Aquí hago una mención que Ruizpalacios no va entender, pero que va a resonar en los corazones de absolutamente todos los jóvenes asistentes: las deudas para pagar las colegiaturas. Porque, precisamente, ninguno de ellos va a una universidad completamente gratuita. Ése problema es una de las raíces de Occupy Wall Street y su puente con los indignados de España y Chile.

     —¿Tú estudiaste en una universidad pública? —le pregunto, ya que termino.
     —No. Yo iba a estudiar en la UNAM —dice él, con voz quebrada—, pero la huelga me lo impidió.
      —¿O sea que tú no fuiste educado en universidad pública?
      —No. Yo terminé estudiando en Londres.
     —Eso es todo. Gracias —le digo.
     A partir de ese momento Ruizpalacios se tropieza muchas veces y no para de voltear a verme de reojo, hasta que dice:
     —Es una huelga que duró muchísimo, once meses.
     —Y que ganaron —le interrumpo, con mi voz sonora, pero calmada.
     —Y que ganaron, o bueno…
     —Y de la que tú te estás burlando en esta película —le atajo.
     —Sí, bueno, mucha gente dice que me estoy burlando. Eso es algo que, si quieres, podemos discutir después. Mira: el actor formaba parte del movimiento de huelguistas. La primera vez que leyó el guión me dijo: “Esto es una basura. Te estás burlando de los huelguistas”. Pero varios días después me llamó y me preguntó: “¿Cuánto pagan?”.

Risas… de los amigos mexicanos y de los promotores del festival.

Los demás lo miran atentamente. Y me miran a mí.

Yo les sonrío. Acabo de hacer que el director confiese a la prensa que el propio actor reconoce que su filme es una burla contra las huelgas estudiantiles, y que incluso pensaba que su guión era una basura, y que solamente entró a trabajar en la película por dinero.

La noche no será como esperaban. Ruizpalacios se limita a responder con anécdotas de filmación para no meterse en laberintos conceptuales. Cierran la sesión de preguntas lo más pronto posible. Se irán a cenar comentando: “¿Y quién es esa tipa? ¿Y quién la dejó entrar?”.

Alguna vez, hace muchos años, el ex diputado federal del PRD Marco Rascón me preguntó qué me trajo a Nueva York. Yo le contesté sin asomo de broma: el Diablo me mandó al centro del imperio financiero después de todo lo que viví en México, que fue sólo un entrenamiento para lo que después tendría que hacer.


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*No el de “canes” como el Cácaro Gumaro sino en serio.  
**Son los egos de algunos directores mexicanos los flotantes entre nubes. Decirlo de las nubes mismas es una redundancia. ¿Por qué habrá que aclarar estas obviedades?

Texto autorizado por la autora para su reproducción en Corre Cámara

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