Por Emilia Pugni Reta
Desde Buenos Aires
Hace casi dos meses que regresé a Argentina. La última vez que fui a una sala de cine fue en Ciudad de México, mi ex-casa. Iba mucho con mi ex-novio mexicano, director de publicidad. Stop! la melancolía no es el tema de este artículo. El punto es que cada vez que íbamos el programa incluía sí o sí palomitas, pochoclo, pop-corn. Y, por ende, el ruido de los demás masticando no nos molestaba.
El domingo pasado fui con mi hermana y una amiga a una sala, acá en Buenos Aires. Y el primer pensamiento que se me cruzó fue: “esto no es un cine”. En el lobby no había food corner, ni el olor casi afrodisíaco del maíz, determinante a la hora del antojo. Me llamó la atención que ni siquiera había un kiosco o tiendita donde comprar un refresco.
Compramos la entrada con descuento para estudiantes, otro punto llamativo. Los señores, si, señores y no jóvenes empleados que platican y platican y nunca te miran a los ojos cuando cortan tu boleto, nos recibieron con verdadera amabilidad y nos ubicaron, con linterna en mano, en los asientos que elegimos.
La película ya estaba empezada. Los únicos sonidos que se producían en la sala eran las carcajadas y los comentarios en voz baja. El resto era pura y exclusivamente disfrute del film.
Increíble fue también que de las sesenta personas que estábamos cincuenta nos quedamos hasta el final de los créditos. La gente no se levantaba de su asiento y leía a los muchos que hicieron posible que “Cinco días sin Nora” se pre-produjera, se filmara, se produjera y se distribuya en América Latina.
Todo ocurrió en el espacio Km 0 Gaumont del Instituto Nacional de Cinematografía y Artes Audiovisuales (INCAA), ubicado en la Avenida Rivadavia, a pasos del Congreso Nacional, en la ciudad de Buenos Aires, Argentina, donde aún se conserva la logística de los cines antes de la llegada de las cadenas y sus “corruptoras” palomitas de maíz.