Por Samuel Lagunas
Desde Morelia, Michoacán
Dos de los documentales que más han encantado al público del FICM 2016 han sido “Mexicanos de bronce”, dirigido por Julio Fernández Talamantes, y “Somos lengua” de Kizza Terrazas que llega al festival tras su estreno mundial en una función al aire libre en “las islas” de Ciudad Universitaria. Ambos se aproximan, bajo distintas premisas, a la cultura del rap en México y exploran, a través de las letras de las canciones, los mundos que forman y deforman los raperos, así como la importancia que la práctica de este género musical tiene en las vidas individuales.
“Mexicanos de bronce” (2016) sigue a un grupo de internos que al interior del Reclusorio Oriente de la Ciudad de México deciden conformar un grupo de rap al que después llamarán MPC Familia. No se trata de “presuntos culpables” sino de jóvenes que han crecido en las periferias y desde ahí han aprendido a sobrevivir entre la delincuencia, la pobreza, el desempleo y los prejuicios tanto de su familia como del resto de la sociedad. El documental sigue a Hones, Rocky y a Bullet; primero, atiende sus vivencias al interior de la prisión y sólo después da cuenta de sus vidas familiares. Encerrados entre muros y rejas, Rocky, Hones y Bullet encuentran en el rap mucho más que una distracción: es un modo de ver y estar en el mundo, de habitarlo y de darle sentido. Sus letras atestiguan experiencias íntimas y, al mismo tiempo, compartidas: consumo de narcóticos, riñas entre pandillas, conflictos familiares y una férrea postura contestataria que adquirió un eco mayor cuando colaboraron con Héctor Guerra en una canción que se sumó a las voces que defendieron el territorio huichol de Wirikuta.
Fernández Talamantes concentra su atención en Bullet, quien espera ansioso su salida de prisión. Él da pie a la segunda parte de la película donde somos partícipes de su reinserción en la vida familiar (con la tía, el padre, los hermanos, la esposa, el hijo) y en la vida barrial. Aquí, el rap pasa a segundo término y la película pierde intensidad a costa de profundizar en la historia de Bullet, quien se empeña en no repetir los errores que antes lo llevaron a prisión. De vuelta a la cárcel, Fernández Talamantes da cuenta de la transformación de Hornes en un vigoroso predicador. El rap cede su sitio a canciones del grupo de pop-rock cristiano “En espíritu y en verdad” y la marihuana es remplazada por oraciones y ayunos; no obstante, la hermandad al interior del reclusorio permanece y se renueva con cada hombre que atraviesa, para entrar o salir, todas las casetas de vigilancia.
“Somos lengua” (2016) evita concentrarse en una historia personal; en vez de ello regala a lxs espectadores una ilustrativa antología de raperos nacionales. Monterrey, Torreón, Ecatepec, Ciudad de México, Aguascalientes, cualquier sitio es fértil para el ejercicio libre de la palabra: sea para expresar una postura antisistema o simplemente para mentarle la madre al de la otra cuadra. Aunque, sin ser su intención, las vidas personales de las raperas y los raperos se asoman en el cuadro: algunos obtienen gran fama gracias a youtube, pero la mayoría mantiene un perfil ordinario. Lo que predomina en “Somos lengua” es el freestyle y la interpretación de canciones, de ahí que por momentos el documental dé la impresión de ser una sucesión de videoclips, eso sí, bien realizados.
Dedicada y motivada por la obra del narrador bajacaliforniano Daniel Sada, “Somos lengua” intenta hacer un elogio de la palabra y de su ritmo: de su facultad intrínseca de ser cantada. La lengua como un órgano de comunicación, como una forma de expresión capaz de cohesionar y de dar libertad, la lengua como la “única patria” viable en tiempos de muerte y caos.
Decía Willi Bolle que las periferias urbanas son monstruos creciendo y que el rap permite que, quienes no son escuchados casi nunca, expresen su punto de vista “desde fuera” del centro burgués al mismo tiempo que dan testimonio de primera mano de cómo es la vida en los intersticios de las periferias. Tanto “Mexicanos de bronce” como “Somos lengua” buscan dar cuenta de esa realidad marginal que cada vez se vuelve más central y de la palabra que hace frente a esa realidad para vencerla, no por medio de la distorsión ni de la negación, sino gracias a su cruda afirmación. La palabra, entonces, se convierte en un foco irradiador de cultura, en una isla en medio de los infiernos.