Por Sergio Huidobro
Desde Morelia
Cumplir quince parece un meridiano adecuado para construir y descubrir la identidad sexual y de género. En esa frontera más o menos natural entre la pubertad y la adolescencia, los estímulos sin nombre de la infancia comienza a diluirse en los impulsos arrolladores de nuestra primera vida adulta. Por ello, la XV edición del Festival Internacional del Cine de Morelia me parece buena ocasión para revisar la atención que el encuentro fílmico más relevante del país ha puesto —o no— en los cines de la diversidad. Así, en plural: hablar del cine LGBT como si fuera solo uno sería una contradicción de términos.
El saldo para el FICM es positivo. Sin necesidad de los sectarismos que tienden a relegar los cines LGBT a una sola sección paralela o a un festival aparte, con más perjuicio que beneficio en términos de inclusión, en Morelia encontramos 28 títulos entre corto y largometraje, dentro o fuera de competencia, repartidos en 11 funciones con tres de éstas dedicadas al cortometraje. Una amplia mayoría de los títulos tiene entre tres y cinco pases programados entre las varias sedes del festival: Centro, Las Américas, Teatro Ocampo e incluso, con timidez, una función discreta en la Plaza Benito Juárez, en el atrio de la catedral moreliana. Para una ciudad con la moral dividida entre el Bajío y el Occidente —ambos de conocida raíz conservadora—, representa un dardo bien calculado.
Entre todas ellas sobresalen dos cintas mayores que empatan con el nivel del mejor cine de éste y de varios años, gay o no. “Call Me By Your Name” de Luca Guadagnino y “120 latidos por minuto” o “BPM” de Robin Campillo son cine clásico de alto octanaje, emparentadas solo por la opción sentimental y sexual de sus protagonistas, pero enmarcadas en dos tradiciones fílmicas distintas, potentes y robustas cada una a su modo. La primera es el quinto largometraje del siciliano Guadagnino, quien sin embargo es autor de una filmografía extensa en donde proliferan los cortometrajes, documentales y registros en video de varios tipos. Sus largos, poco distribuidos y siempre encabezados por Tilda Swinton, se sienten como una preparación para un trabajo de la dimensión de “Call Me By Your Name.” Sobre un guión original de James Ivory (nada menos), basado a la vez en una novela del americano André Aciman, que relata las andanzas veraniegas de un adolescente (Timothée Chalamet) y un académico de mayor edad (Armie Hammer) mientras ambos vacacionan -uno como investigador residente, el otro porque ahí viven sus padres- en una idílica villa italiana en donde se hablan y leen cuatro idiomas, se come ensalada, se nada en ríos y se hace el amor, todo a la hora que a uno le plazca. El punto de vista de “Call Me By Your Name” es una rareza digna de tener en cuenta: mientras en la novela original (escrita por un académico americano) podemos intuir que el alter ego del autor está en el personaje del visitante, el guión de Ivory y la cinta de Guadagnino reencuadran el relato para que la primera voz la lleve el joven. Lo que vemos deja de ser un ejercicio de memoria sexual y se convierte en un relato casi presencial del despertar explosivo de una identidad sexual que está en la tradición del mejor Rohmer o de Abdellatif Kechiche.
“120 latidos por minuto” hace a un lado el hedonismo y le abre los brazos a la historia reciente, al menos a la subterránea, del activismo gay. Lo que cuenta Robin Campillo (el guionista de cabecera de Laurent Cantet) es la formación y auge del grupo Act Up! (un acrónimo que significaría algo así como Coalición de pacientes de SIDA para liberar el poder) en su sección parisina. A través de un grupo de militantes y líderes entre los que destacan los interpretados por Nahuel Pérez Viscayart y Adéle Haenel, “120” le pone cara e historia al polémico activismo-de-choque de aquel grupo, cuyas acciones incluían bombardear farmacéuticas con globos de sangre falsa e irrumpir en escuelas de educación básica para regalar decenas de condones. Entre las anécdotas y las tensiones, uno puede intuir que se cuelan las memorias del propio Campillo como simpatizante generacional de Act Up!, sin embargo, su reconstrucción de la memoria no es, como en “Call Me By Your Name”, la de la evocación del placer y la educación sentimental, sino en rescate de la memoria de las víctimas, filmada y escrita con el puño en alto.
Vale la pena hacer un recorrido por la programación que el FICM dedica a la diversidad sexual y que incluye un puñado de títulos interesantes además de los dos mencionados, que son indispensables. La mexicana “Oso polar”, el documental “Chavela” y los cortos de la sección XPosed de la Berlinale tocan puntos de interés en torno a la identidad sexual y de géneros, algunos en el centro y otros de forma más tangencial.