Por Sergio Huidobro
Desde Morelia

No hay juicio fácil ni discusión corta sobre una figura como Michel Hazanavicius. El cineasta parisino cumplió en 2017 un cuarto de siglo y nueve largometrajes practicando un cine que camina sobre esa frontera que separa a los géneros fílmicos industriales y populares (el musical, la parodia, la comedia de enredos) de las propuestas autorales. Una división, si me preguntan a mí, con más perjuicio que beneficio.

Para la crítica festivalera, sea europea o tenga aires de serlo, a un cinéfilo compulsivo como Hazanavicius no se le perdona el que siga presentándose en competencia en Cannes después de haber recibido dos Oscar con una película, “El artista” (2011), que cosechó una taquilla que superaba quince veces a su presupuesto. Si un autor mayor como Louis Mallé murió sin reconciliarse del todo con una Francia que le reprochó de por vida su mudanza al inglés y a los géneros del cine americano, ¿qué esperanza cabe para un cineasta proveniente de la comedia bufa que confesó su admiración por James Bond?

Hazanavicius llegó invitado al XV Festival Internacional de Cine de Morelia (FICM) con alguna ceja todavía levantada respecto a su relevancia como autor. El mismo realizador llega a Michoacán elevando la apuesta con una vara más alta y arriesgada: “Le Redoutable” (2017), su película presentada antes en Cannes que recrea un periodo breve en la vida de Jean Luc Godard en torno al Mayo Francés de 1968 y la filmación de La china, que el mismo Godard promocionó como su “cinta de militancia maoísta.” Pero a Hazanavicius no le interesa reproducir el culto solemne al director de El desprecio. Le Redoutable es una comedia abierta al público que retrata al papa de la Nueva Ola como un geniecillo inseguro, un poco macho y atarantado a quien todo mundo le rompe los lentes.

La visita de Hazanavicius está acompañada de un documental televisivo sobre su figura, “Histoires de cinema(s)” (2017), que lo presenta como un cinéfilo ciclista y entusiasta, enamorado del humor, que un día se fue a la cama con un Oscar en la mano después de haber compartido la mesa con su héroe personal, Mel Brooks. La factura del documental es burda y esquemática; la pantalla de cine y el marco de un festival, ciertamente, le quedan grandes, pero permite echar algunos vistazos valiosos al proceso creativo y el entorno hogareño de un cineasta irregular pero minucioso, cuyo cine tendrá defectos y pies cojos, pero que no son esos que sus detractores le echan en cara.

La tríada de proyecciones presentadas por el cineasta se completó con una revisión de “El artista”. Lamentablemente, el FICM dejó de lado la posibilidad de presentar trabajos de su primera etapa como “La classe américaine” (1993) y “OSS 117” (2006), casi desconocidos para el público mexicano. Aún así, la inclusión del cineasta como invitado en los XV años del Festival propone una revisión más crítica y menos prejuiciada de su cine, que carga con un estigma difícil para la crítica: el de hacer reír.