En épocas como las que vive el país, la cultura resulta indispensable para contrarrestar los efectos y las causas de la violencia. El cine es una de las instituciones más importantes de la cultura y la función de la Academia es la promoción y la defensa del cine como tal.
  

La situación del cine mexicano en el presente es próspera si se considera el número de producciones anuales pero, salvo excepciones, sigue sin llegar a su público como debería. Para la Academia el público no es sinónimo de mercado y las películas no son producto, son cultura, son parte de nuestro patrimonio.
Los objetivos de la Academia son promover la difusión, la investigación, la preservación, el desarrollo y la defensa de las artes y ciencias cinematográficas; estos objetivos no se han logrado cabalmente y no por falta de ganas: proyectos nunca han faltado pero la Academia se ha centrado en organizar esta celebración y en seleccionar a las películas que nos representan en El Oscar y El Goya, donde el cine mexicano recientemente ha desempeñado un papel sobresaliente.
  

Desde su refundación en 1998 se ha trabajado con rigor y honestidad por distinguir a los mejores trabajos del cine mexicano, sin embargo, cuando los resultados son adversos a alguna película en particular, éstos han sido sistemáticamente cuestionados. Así, el premio, el símbolo más visible de la Academia, en lugar de unir, frecuentemente crea diferencias. La entrega de reconocimientos es una labor importante pero si éstos, además de premiar el trabajo de los cineastas, no logran promover las películas ante el público mexicano, la Academia está cumpliendo solamente una parte de su misión.
  

Fernando Morales, uno de los fundadores de la Academia en 1946, la describió como un torbellino verdadero de problemas internos, actualmente el torbellino es de tal magnitud que la Academia, como la conocemos, se ha vuelto inviable: no es considerada como propia por la comunidad, la participación si bien es cada año sigue siendo escasa, tampoco hemos logrado alcanzar la independencia económica a pesar de los esfuerzos de la Academia, su existencia sigue dependiendo de dos instancias, a quienes agradecemos su colaboración solidaria y sistemática: la UNAM, reconocemos la voluntad del CONACULTA y el IMCINE de cumplir con una de las misiones para las que fueron creados: proteger y promover las instituciones de la cultura.
  

Sin embargo, los problemas administrativos y de otra índole propios de la Academia son muy grandes y el acceso al dinero público se ha convertido en estos días un laberinto burocrático que hace parecer costumbrista “El Castillo” de Kafka. Por el conjunto de estas razones, la existencia de la Academia y la consecución de sus objetivos están en riesgo, para que sea viable tiene que ser recuperada por la comunidad cinematográfica, que incluye tanto a los hacedores del cine, todos, como a las instituciones relacionadas con nuestro quehacer y en alguna medida el público. Una comunidad dividida dónde cada uno defiende sólo sus intereses particulares, es una comunidad débil.
  

Cito a Don Fernando nuevamente: “la Academia es un nido de conflictos pero tiene un propósito noble”; necesita cambiar, renovar sus estatutos cada vez que sea necesario, adaptarse al cine que se hace hoy, renovarse o morir. Los que hemos estado cerca de la Academia en los últimos años, creemos en la relevancia de su existencia, hacemos un llamado urgente a toda la comunidad, si es que todavía hay interés en que la Academia siga existiendo a la refundación de la misma para cumplir efectivamente con la defensa y la promoción del cine como cultura. Bienvenidos a esta fiesta, esperamos no sea la última, de todos depende.